jueves, 11 de marzo de 2010

Lo de todos los días

El sillón era verde manzana intenso. De ese color que los niños afincan cuando dibujan para darle un contraste a los árboles y luego hay que reabrillantar con la punta de los dedos porque de tanta fuerza impregnada se clarifica y no deja observar toda su fuerza.

De ese vigor es la poltrona donde está casi siempre sentada la señora Nubia, tejiendo aguantadores de cocina, pañitos, baberos, bufandas, escarpines, gorritos y abrigos para bebés. A pesar del calor, ella lleva puesto un suéter sobre su blusa y hay uno en particular, de color lila, tejido por ella misma, claro está, que le resalta la tez de su piel.

Ella está ubicada en el lugar más fresco de la casa, de ahí su decisión de estar abrigada, con los lentes colocados casi en el medio de la nariz, para poder observar de vez en cuando las imágenes de la televisión, que más bien escucha.

A ella no le tienen asombradas las noticias del mundo. Siempre ha sido así. Los seres humanos, contemporáneos a su época, perpetuamente se han sentido intimidados por lo que no pueden controlar y ella lo señala con mucha gracia, mirando para la imagen de la virgen La Candelaria que tiene en un nicho alto en la pared: “Nada controlamos, gracias a Dios”.

Vive escapándose de sus hijos que la llaman para saber de ella varias a veces al día y “le dan una vuelta” para saber como anda: “No me quieren dejar salir a comprar mis hilos, ni ir al banco, ni pasear a Roldán”. Al escuchar, el perro, pequeño y feo, mueve la cola, mirándola con devoción.

“No conteste el teléfono, ya es como la tercera llamada. No me dejan vivir… casi no puedo concentrarme en tejer… si… se que estoy vieja y que me he caído un par de veces, y que en días pasados unos muchachos buscaron atracarme… cuando se dieron cuenta que en la bolsa llevaba estambres y rollos Carmencita me los tiraron con rabia, pero ahí me los dejaron… no perdí nada”.

- ¿Por qué a su edad uno cree que tiene la fuerza de los quince años?

- No lo sé. Pero después de uno haber dirigido casa, marido, hijos es como apabullante que le digan que uno no puede, y mientras uno pueda… pues tienen que dejarnos tranquilos, eso es lo que yo siempre he dicho… tráigame otro “buche” de café, como diría mi papá, con poquito azúcar, porque eso si es algo que nos hace mal a los viejos, el dulce.

- El dulce amarga… tantas veces.

Ella continuó hablando mientras observaba sus manos llenas de venas dilatadas, sumamente delgadas y finas, cuidadas al extremo, a pesar de hacer todos los quehaceres que le permitían siempre y cuando no viniera la “muchacha”, “espía de mis hijos”, que iba tres veces a la semana.

- El otro día me fui hasta Punta de Mulatos, por la orilla de la playa. Era algo que quería hacer desde hace mucho. Dejé el celular a propósito para descansar de tanta tecnología. Vi los barcos, al mar desenredando las impulsividades de los hombres. Me encontré con una “agua mala” hinchada y muerta en la orilla; gaviotas y alcatraces, buscando lo de todos los días.

- ¿No se cansó?

- No, para nada. Bueno, la verdad, es que dolió el tobillo izquierdo. Por eso llevo esta venda. Estas son cosas que no puedo compartir con mis hijos… son capaces de quitarme hasta las llaves de la puerta principal de mi casa… porque una vez los escuche diciendo eso entre ellos.

- Lo que buscan es protegerla…

- Hay diferencias entre eso y dejar ser. “Let it be”, como la canción. Lo que va a pasar, pasará. A veces ponemos tanto empeño en pensamientos sobre cosas que ni siquiera van a suceder que suceden.

- Sus hijo Adalberto una vez me dijo que le preguntara sobre el significado de la llave que tiene en esa cuerdita roja en el cuello… no lo hice hasta ahora… ¿es una copia de alguna de las puertas para poder huir?

- No saben nada, de mí, esa es la verdad. Esta es una llave antiquísima que conservo porque me la dio mi papá, creo que cuando yo era entre niña y adolescente… hace tanto que creo… que esta llave es eterna… y de verdad que lo es… Yo la uso para abrir todos los lugares que he podido. He abierto muchos espacios con ella. No hay milagro que se me haya resistido, esa es la más autentica de mis verdades.

- ¿Todo eso mientras teje?

- Mientras tejo, duermo, sueño, camino y ensalmo a los niños que vienen aquí con enfermedades raras… Pero mis hijos me quieren tiesa y no soy de yeso… todavía… me dijo mientras, absorbía con lentitud el sorbo final de la tasa del café, ya frío como aquella tarde en Macuto, donde, contra todo pronostico, cayó un aguacero, una vez más

jueves, 4 de marzo de 2010

Vulgarmente dormida

Un grupo de mujeres, por un lado, me pidió la receta del té del olvido. Por otro y a través de correos electrónicos también lo solicitaron lectores. Amalia había leído el escrito y supo entonces para qué yo le había pedido que me reenviara la carta vía e-mail. Ella lo sospechó pero jamás pensó que la pondría intacta.

Cuando le conté las reacciones de las personas que querían conocer las recetas me dijo que le daba vergüenza ofrecerla porque en ella no había funcionado. Volvió a soñar con la persona a quien le dirigía toda la ceremonia y con la que elaboró una estrategia para los sueños.

- Fíjate como son las cosas, como las veo, ahora, a esta edad. Cuando uno quiere algo lo visualiza. Mi comadre Elsa se casó con un actor de televisión porque tenía el cuarto lleno de las fotos que ella misma recortó de un reportaje que de él hicieron en Venezuela Gráfica cuando estaba comenzando su carrera. Así te enseñan a obtener cosas con los famosos mapas del tesoro y ese conjunto de cosas… como tu bien sabes. Pero tiene que haber una estrategia para que uno no sueñe con la gente que no quiere. Esa ha sido mi lucha y mis inventos de estos últimos años…

- Perdona que te lo pregunte Amalia, pero… ¿tan mala fue esa experiencia?

- No lo fue si te soy sincera y banal. Pero lo fue si profundizo y siento que nada me dejó. Hay gente que pasa por la vida de uno queriendo arrancar deseos, voluntades y cargan, para colmo, encima, unos espíritus que los convierten de depredadores de todas las situaciones. Cuando uno está solo va pensando y se acuerda entonces de la cantidad de veces que se pudo haber sido feliz y siempre alguna palabra, circunstancia o hasta el modo abyecto de caminar de esa persona te fue marcando, borrando la sonrisa, armando una carga en la espalda difícil de liberar. Yo lo hice porque cuando viví todo eso yo estaba como todo el mundo, vulgarmente dormida. Ahora no. Tengo los sentidos a tono, delineados y aceitados con la savia de la vida.

-Te propongo algo: Cuéntame tu nuevo sueño, mientras te acompaño a preparar el té para poder dar la receta.

- Aclaras lo que pasó… no vaya a ser que después nos demanden. El sueño esta vez fue oscuro. No fue sepia. Era en una casa a la que no conozco. Él tenía la arrogancia de siempre. Ese aire de estupidez que acompaña a ese tipo de personas altaneras, también. Lo curioso era lo oscuro y que estaba la puerta de esa casa rota, como si la hubiesen chocado. Era de bloques de cemento y el aspecto general era de fealdad. Me pareció irónico volver a soñar… primera vez que me pasa… después de una ceremonia tan elegante.

Con respecto a mi té, te cuento que creo poderosamente en las hojas. Me parecen maravillosas. A lo largo de los años he comprado muchos tipos de té y siempre he apartado y guardado en un frasco aparte un poquito de todas las hojas que he usado. Deben haber como cuarenta variedades. De China, Pakistan, Taiwan, India, Ceilán, Tíbet, Inglaterra y Japón, entre otros países que no alcanzo a recordar, son el grupo varietal de hojas, con las que he conseguido un aroma inconfundible, que cambia a través de los días, porque voy agregando nuevas hojas tratadas. El color es el que me da el aviso de su sabor. Si no lo veo con la fuerza cristalina de un rojo, o un amarillo, o un verde marcando luz de lluvia, agrego más hojas para darle la dimensión y la fuerza que necesita.

- Amalia… pero tu naciste con una tetera bajo el brazo… la cosa no es tan facil de hacer. Aparte de eso le agregaste Flor de Jamaica porque eso me dijiste ese día…

- Pues no. Tenía ese aire caribeño, no lo voy a negar. Pero hoy tomaremos uno más cargado.

- ¿Para lo mismo? Pero dime aunque sea que esencias y especies le echas porque a veces he sentido un amargo, o un dulzor, o un picante fuera de serie dentro de los sabores.

- El del otro día tenía pimientas rosadas, que no pongo a hervir con el agua, que solo las mojo cuando la temperatura hierve y las retiro muy rápidamente.

- ¿Sabes que creo? Que el té funciona, pero fue la parchita de los bombones la que te puso nuevamente a soñar…

Se me quedó mirando mientras sacaba otra vajilla distinta. Esta era de porcelana china.

- ¿Por qué piensas eso?, me preguntó.

- Porque la parchita es una fruta de deseo y pasión. De alguna forma te acercó al placer que alguna vez sentiste junto a ese hombre.

Amalia no dijo mas nada. Se concentró en colocar en una bandeja todos los implementos que después llevamos al jardín íntimo. Puso unas galletas que tenían forma de huesito y estaban tan duras que parecían para quitar el dolor de las encías a los bebés. No sabían mal, pero buenas tampoco estaban.

Me miró con sutileza comprendiendo el entendimiento mutuo.

Desplazó el placer en su batalla contra el olvido.