jueves, 26 de mayo de 2011

Cuando está contenta

Conozco a Donatella desde hace varios años y como ella misma se define “soy loca, loca, loca”. Siempre creí que eran exageraciones suyas pero lo cierto es que la otra tarde tuve que admitir su delirio. No es involuntario. Lo disfruta demasiado, por eso es que así como se habla de la “memoria selectiva” de los borrachos creo que en ella hay una especie de “locura electiva” de la que saca el mayor provecho.

Íbamos en su camioneta con una música estridente. Iba hablando emocionada del nuevo champú que acababa de comprarse. Mientras  estaba pensando en preparar el almuerzo, tratando de acordarme qué había en el congelador ella tenía una aventura dispuesta. Me estaba llevando comer carne en vara. Por la ruta enrevesada que tomó para evitar las colas se remontó por una carretera nacional mientras me contaba que acababa de hacerse un nuevo tatuaje con las iniciales de su novio, en realidad ya es el tercero que se pinta “por amor”.
No pregunté dónde los tenía repartidos. No se le veían a pesar de tener la cintura, brazos y espalda al aire. No averigüé. Pero ella me lo dijo. Atendió varias llamadas por el camino y me puso a escribir mensajes desde su celular, ultima tecnología del que salieron unos cuantos disparates por no dominar el nuevo teclado, demasiado sensible al tacto.

Comenzó a hablarme de un nuevo tratamiento para las varices. Una mujer de treinta años con esas inquietudes, me decía yo para mis adentros, pero su cuerpo tiene las curvas recientes que le proporcionaron varias cirugías estéticas.

Me dijo que tenía ganas de irse a España a respaldar a los “Indignados”. Ya a esa altura del paisaje mojado y verde,  mi cabeza decía “loca, loca, loca” pero la verdad es que me estaba distrayendo. Ella lo sabe y sigue con toda la gama de artificios para continuar riendo y divirtiéndose. Porque ella es la primera que se ríe de si misma.

Cuando llegamos al pueblo donde sirven la mejor carne en vara que conozco ya habíamos paseado por películas de moda, artistas, libros, su perra “Fifí” que tiene un pretendiente “horroroso”, según ella, y los traumas de los sobrevivientes de Vietnam. También el periodo de ciclones de EE. UU.

Al bajarme del vehículo casi iba a hacer como el Papa, pero la tierra estaba demasiado polvorosa. Todas las miradas se dirigieron hacia ella al entrar y al sentarnos en una mesa un poco alejada del resto sentí que estaba como distinta. Era la otra mujer que palpita en ella.

Me había agarrado por el brazo y se había puesto, de la nada, algo melancólica. Bajó el tono de voz y se puso a contar varios secretos. Me dijo que el lugar le recordaba a Patricio, su primer amor del que siempre me habla, porque lo conocí, y porque supe de la turbulencia que los acompañó mientras se resistieron al destino que era separarse.

Pedimos de todo. Me sorprendió porque siempre anda a dieta. Comió con un gusto que apenas daba crédito. Ella es de sushi pero poquito, de ensaladas y de vez en cuando escapes a un lugar que ella conoce y que le preparan una “chicharronada” de espanto y brinco. Nunca la he acompañado.

Estábamos un poco alejadas de nuestras casas y Donatella empezó a beber cervezas. Al tomar la primera no alcanza ver la última. Eso me puso en alerta.
Patricio. Los Indignados. Su odio a los gatos. El huevo de serpiente de Ingmar Bergman contra Fanny y Alexander también de este mismo autor sueco. Fifí enamorada de un “craqui” y la canción de Amanda Miguel “Él me mintió”.

Para el resto de las mesas que de vez en cuando nos observaban porque en realidad nos miraban las cuatro patas y no la gente, éramos un dúo de lo más especial: había un mimo y una muda. Donatella hacía el primer papel, yo el segundo, claro está.

Más bien estaba atragantada esperando tomar una pastilla para la indigestión porque mientras ella se sentía tan alborotada había comido de más y de paso debía manejar su camioneta, de regreso.

“Se me ensanchan los tatuajes si como mucho” me dijo en un ataque de risa.
Era imposible imaginarlo. Los tiene uno al lado del otro. En hilera. Los castiga cuando esta brava, no me pregunten con qué; y les echa crema cuando está contenta.

La verdad es que después de pasar varios días con la resaca de estar con Donatella me estuve preguntando el por qué ella era tan “loca, loca, loca” y no hallé explicación alguna.

La llamé para saber cómo estaba y me maulló como una gata. Estaba comprando pastillas para el dolor de las piernas tras haberse aplicado un tratamiento. Me dijo que me iba a dejar a “Fifí” para alejarla de las malas influencias. Le recordé que tengo dos gatas que la pueden dejar sin pelos pero ella maullaba e insistió porque se marcha a Madrid.

Vendrá con un nuevo tatuaje… eso es casi seguro… Y Algún que otro retoque en alguna parte de su piel… (26/05/2011).-  

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