viernes, 6 de mayo de 2011

Masa y relleno

Cayó toda redonda ella y al levantarse sabía que su redondez nada tenía que ver con la expresión ni tampoco con la forma del planeta. Más bien se sintió como alguno de los anillos de Saturno, con tirabuzones en la cintura que le impedían concretar tanto echarse como levantarse porque estuvo por un breve rato –tragicómico- intentándolo, en una especie de jugueteo con el suelo, nada elegante; mas bien penoso y sarcástico.

Por primera vez se mareó y nada tuvo que ver con sus pensamientos. Pero supo lo que era esa sensación por otros descrita hasta ese momento desconocida.

Quiso proyectarle la culpa a cualquier cosa menos a lo que era: se había caído, estaba sola; no se lo diría a sus hijos, para que no se preocuparan. Para eso tenía a la vecina aunque a esas horas de la mañana no estaba, porque siempre salía a buscar un par de empanadas en la esquina y la perra, hasta que llegara, no dejaba de ladrar.

Justo esos aullidos fueron los que la llevaron a la realidad. Eran las siete de la mañana. Tenía el típico frio acumulado en las rodillas que se le fue subiendo a las caderas tras caerse, porque si algo hay que estar seguro en esta vida es que el piso llega hasta los huesos, sobre todo en los más viejos.
Estuvo atenta a la puerta para sentir que llegaba Tomasa, su vecina de enfrente, que desde hacía rato venía regañando a Pirina, la perra que no aguantaba su ausencia.

“Muchos animales extrañan más que los hijos” se dijo para dentro pero sabía que era un pensamiento tan amargo como el café que se acababa de tomar, cerrero y sin azúcar.

Llamó a Tomasa, quien tenía cara de contenta, aburrida y regañona; las tres cosas a la vez. Cuando se vieron no  pudieron ocultar esa cosa natural que las envolvía, la complicidad de saberse buenas y malas amigas también, cuando por alguna razón no se entendían y,  entonces, se dejaban de ver por algunos días; para luego encontrarse como si nada hubiera ocurrido.

-      ¿Qué te pasó mijita?, le preguntó Tomasa al verla

-      Pues la verdad, pasa, pasa, que me tengo que sentar… es que me caí cuan redonda estoy al piso, apenas al despertarme e intentar ir al baño…

-      ¿Te duele algo? ¿Te hiciste daño? Déjame traer a Pirina, para que se calme y nos deje hablar y conversemos mientras nos comemos éstas empanadas “mundiales” que me hizo Gertrudis para celebrar el Día de las Madres, por adelantado.

Cilia ni siquiera intentó levantarse. Esperó que llegara Tomasa con Pirina y ella misma cerrara la puerta. Aunque ya se sentía bien no quería arriesgarse a tener otra “baja” en su cuerpo y cabeza.

-      Eso fue porque no comiste bien anoche… que te mareaste… Toma esta delicia… una empanada como la hacían en mi pueblo… carne molida con papas guisadas… me las regaló…

-      Sí, ya sé, por el Día de las Madres… bueno tu eres su principal cliente…
-      Veo que te estás recuperando Cilia… a pasos agigantados.

Rieron las dos mientras saboreaban masa y relleno. Estaba preparada con cariño y eso se sentía. Tuvieron que ponerle en un plato un poquito a la perra que no dejaba de “latir” frente a ellas.

-      ¿Vas a llamar a tus hijos?

-      No quiero preocuparlos… Ya sabes… Además ya me siento como si nada hubiese pasado…

-      Pero es que a nosotras nunca nos pasa nada hasta que nos pasa y parecemos unas pasas…

Volvieron a reír mientras terminaban de comer, recalentar más café; tomárselo y lavar los “corotos” de una vez. Todo rápido y casi sin gastar ni agua ni jabón.

Ninguna quería celebrar el Día de las Madres. Tomasa todavía le dolían los pies del pasado año cuando la llevaron a comer a un restaurante y tuvieron que esperar alrededor de hora y media para que les dieran mesa, igual tiempo para que les sirvieran la comida y luego terminara la celebración en un parque para que los nietos se “desestresaran” de tanta espera.

La resuelta Cilia había cocinado ella misma su propio almuerzo y sólo pidió que le trajeran otras cosas: torta, ensalada, vino blanco y frutas. Pero igual estuvo un año arrepentida porque la casa llena le provocaba nervios y desazón.

-      ¿Qué irán a inventar nuestros hijos este año? ¿Qué vas a hacer?

-      Pues no lo sé, contestó Cilia. Espero no se aparezcan con una plancha… porque puede resultar alguien herido…

-      ¿Será que nos habremos vuelto este año más amargadas? La verdad es que yo quisiera estar tranquila, con mi perra… pero se van a aparecer ya vas a ver…

Sí y habrá que soportarlo, siempre estoicamente. Hasta simulando lo que no queremos y lo que ellos quieren hacernos creer. Somos madres. Ellos hijos. Masa y relleno sin fin (06/05/2011).- 

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