miércoles, 29 de junio de 2011

Colección Construarte: imprescindible

En los espacios de la quinta La Isabela, sede de la Dirección General de Patrimonio Histórico y Cultural, se está exhibiendo la ahora colección de la revista Construarte que ha llegado a  su quincuagésima edición, en ocho años de labor editorial, presentando tanto en sus portadas como en su interior, obras de artistas regionales y nacionales, que muestran su talento a través de las fotos y su estética personal a través del texto.

Si bien el tema de la publicación está ligada como su nombre lo indica está ligado a lo que es la construcción y la arquitectura esta identificación de colocar siempre en portada la obra de un artista la ha identificado en un aval mas que necesario con el arte.

Producto de este respaldo y de un intercambio mas que inteligente con los artistas, al termino de cincuenta revistas existen cincuenta obras de artistas plásticos venezolanos, reconocidos y de innegable talento, muchos de ellos ganadores de los principales premios nacionales, que hoy se presentan en los espacios de este Museo con el respaldo de la Secretaria de Cultura de la gobernación de Carabobo.

Los editores de Construarte, Adriana Álvarez y Jesús Matos, ya habían mostrado el orgullo de tener una colección tan importante cuando cumplieron tres y cinco años. Ocho años y cincuenta obras irrepetibles también ameritan de esta celebración, abierta al público.

Es una muestra colectiva variada e imponente que ameritó las muy precisas palabras del  doctor Gabino Matos,  miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA), capítulo Venezuela, en un análisis que no tiene desperdicio y del cual nos apoyamos para motivar a presenciar el universo de los muchos artistas que tienen el arrojo de serlo:

 “… Un conjunto de cincuenta piezas, afines a las cincuenta ediciones de la revista, se reparten entre pinturas, esculturas, dibujos, cerámicas y orfebrería. Todas ellas ubicables en las grandes categorías de abstracción y figuración. Si bien es cierto que estas categorías son siempre imperfectas, no dejan  de ser útiles y pedagógicas a la hora de tener una primera aproximación a la diversidad formal y expresiva de un conjunto de obras de arte.

La categoría figuración se explana en pinturas y esculturas donde se renuevan temáticas paisajísticas,  representaciones de la figura humana y   recreaciones de la naturaleza vegetal y animal. Integran un conjunto de resoluciones plásticas que dejan constancia del manejo sostenido de los códigos artísticos convencionales renovados en la plasticidad de sus proporciones, cromatismo, volumetría, espacialidad y materialidad.

También se reinventa en ellas la dimensión estética a través del juego armonioso y libre  de recursos expresivos como la fragmentación, la distorsión, la estilización y la transparencia, entre otros. En pintura destacan las obras de Braulio Salazar, Carlos Zerpa, Ramón Belisario, Francisco Bugallo, Enrique Lobo, Clemente Martínez, Aldo Muzarelli, Suardo Castillo, Rubén López, Valdemar Romero, Marcos Cupido,  Ector Hernández, Mauro Nascimbeni y Koresius Beluche.  

La figuración escultórica se explana en las obras de Marcastillo, Alexis Mujica, Rubén Calvo, Adolfo Estopiñan, Mary Nascimbeni, Yelitza Díaz y Carlos Rojas.
La abstracción es una categoría genérica que se ramifica en otro conjunto de propuestas plásticas identificadas con el geometrismo unas y con el lirismo expresivo, otras. Las obras abstractas geométricas exhiben su rigurosidad en el cálculo en su ejecución estructural así como en el fino acabado de sus  texturas y colores.  Dentro de esta categoría abstraccionista de vocación geométrica, en el ámbito bidimensional, se encuentran las obras de  Jorge Véliz, Rómulo Contreras y  René Busnego.  

Las obras ubicadas en el abstraccionismo lírico-expresivo predominan el gesto espontáneo, el trazo decidido, la materia texturada, la libertad compositiva y el cromatismo integrado. Son propuestas donde quedan fusionadas mancha y trazo, proceso y materia, forma e idea. De esta categoría dan cuenta las obras de Rolando Quero, José Páez del Nogal, José Coronel, Leonardo Salazar,  Nordys Velázquez, Oscar Villamizar y Miguel Díaz Granados.  

La escultura abstracto-geométrica se concreta en los volúmenes reales o virtuales presentes en las obras de Jorge Zerep, Rafael Martínez, Fabiola Sequera, Antonio Estévez, Omar Anzola, Luz María Charlita, Víctor Torrealba, Inca Zabala, y Samanta Moreno.

En esta   colección merecen destacarse las pocas pero muy significativas obras de orfebrería, cerámica y dibujo. Obras que trascienden sus propios  límites conceptuales para integrarse a lenguajes de otras expresiones plásticas y erguirse desde otros modos de expresión artística. Ya sea una orfebrería escultórica, un dibujo instado e intervenido y una cerámica que reclama su independencia  volumétrica y su vocación escultórica. Alexis de la Sierra, Víctor Rodríguez y Miguel Ángel Millán dan expresividad a la orfebrería;  mientras que  Carmelo Galicia y María Pont lo hacen con la cerámica. El Dibujo se reinventa en la propuesta de Luis Noguera”.

Dar a conocer su obra es vital para los artistas. Con la revista Construarte ellos han sentido un respaldo que se reinventa cada vez que se celebra una nueva exposición, porque ha regido la continuidad (29/06/2011).- 

miércoles, 22 de junio de 2011

Iconografías propias

No conozco artista sin proyecto. Siempre tienen uno en mente y por eso el mundo gira de una manera más armoniosa. Músicos, actores, bailarines, escritores, magos, titiriteros y artistas plásticos tienen saltos hacia adelante, es decir, apenas terminan o antes de concluir una de sus últimas producciones, ya tienen en su cabeza varias cosas que sin duda concretarán de un momento a otro. Más pronto que tarde.

Por ello no es de extrañar que los artistas José Coronel y Ramón Belisario, principalmente, solos o en forma colectiva, estén en varias partes a la vez mostrando lo último que han elaborado a conciencia tanto para exposiciones nacionales como internacionales.

El pasado 27 de mayo en la Galería Internacional de Buenos Aires, Argentina, se inauguró la colectiva Creadores Contemporáneos de la Plástica Venezolana: Yobel Parra, Efraín Riera, Bruno García, Antonio Montes De Oca, José Coronel, Ramón Belisario, Rolando Quero y Enrique Lobo.

Una muestra capitalmente variada de hacedores venezolanos que llevan trabajando con bastante pasión y perseverancia desde hace más de veinte años. El mundo personal de los ocho artistas plásticos es una ventana de luces, de estéticas muy bien definidas que sin duda están siendo muy bien recibidas por el público de este país austral.

A la par de ello, hasta la próxima semana estará en la Universidad Metropolitana de Caracas, la exposición Percepciones del Espacio, también con los dos artistas mencionados, repitiendo también Rolando Quero, además de Alexander Martínez y Félix Perdomo.

Es una presentación que ha atraído a mucho público caraqueño no solo por el espacio que se ha convertido en una muy buena y ágil alternativa para el arte sino por la sinergia establecida entre el los espectadores, muchos de ellos estudiantes, y los mismos artistas.

Antes estuvieron, tanto Coronel como Belisario, entre los meses de abril y mayo 2011 en la Galería Freddy Villarroel, del Centro de Artes Omar Carreño de La Asunción, en Nueva Esparta,  exhibiendo algunas de sus más recientes creaciones en la colectiva “De la Armonía y lo Diverso”.

La muestra incluyó 40 obras bidimensionales y tridimensionales de siete conocidos artistas plásticos venezolanos. Tres escultores y cuatro pintores para presentar una selecta gama heterogénea de la plástica venezolana.

Junto a la de nuestros artistas valencianos se presentaron los también reconocidos Enrique Lobo, Néstor Carrera, Edgar Guinand, Inca Zabala y Rafael Barrios.

Siempre es bueno leer lo que otros artistas escriben de sus homologos. En este caso agregamos el análisis del maestro Ramón Belisario sobre Coronel, porque es un aporte que contribuye a entender su obra, así como la de otros artistas:

“Desde el Principio de todas las cosas (Génesis, del 1 al 10), nada es estático ni perenne, todo lo que se mueve y existe bajo las leyes naturales se modifica, hasta el hombre mismo criatura de Dios experimenta esos cambios y como tal todo lo que existe bajo el dominio del hombre sufre igual modificación, es allí donde radica su semejanza con su creador en poder hacer y transformar lo creado; no menos es el Artista quien juega a veces a Dios en su corte creativa haciendo mundos imaginarios en el tiempo y el espacio.

José Coronel construye cosas inexistentes en el caos de la razón para hacer ver lo que antes no existía en el mundo real, sino, en los espacios creativos de su cosmos interior pensante; evolucionando desde el Génesis de la creación figurativa a un mundo mucho más mágico por sus formas, luz y colorido que logra mediante sus imágenes virtuales con el recurso tecnológico de la digitalización de la imagen abriendo la ventana de la imaginación creativa que trasciende más allá de la imagen, el tiempo y el espacio.

José Coronel después de haber experimentado en su proceso creativo las diferentes técnicas y disciplinas en las Artes Plásticas tales como, el Dibujo, la Pintura, la Escultura en sus diferentes materiales y comportamientos, el Artista incursiona una vez más en un nuevo lenguaje que hoy podríamos decir universal como es la Digitalización de la Imagen, donde el creador dispone de una Paleta de millones de colores y diferentes recursos y opciones de herramientas para crear su propio lenguaje.

Las obras realizadas en su más reciente creación artística corresponden a una expresión plástica cargada de mucho simbolismo donde el color, la figura y la luz juegan un papel importante como medio de expresión plástica que trasciende más allá del hecho creativo, lo cual sugiere un mundo mágico de figuras y formas fantásticas e interesantes, a la par de lo que acontece universalmente con el lenguaje plásticos de nuestros tiempos.

José Coronel representa uno de los valores plásticos contemporáneos de nuestra generación de creadores, que ha experimentado los diferentes medios de expresión que dispone el Artista de hoy, en la búsqueda de nuevos elementos que le permiten hacer su propia iconografía, elaborando sus obras cargadas de formas que sólo son de su origen creativo, partiendo de lo no existente a un mundo real y visible para el disfrute de los sentidos” (22/06/2011).- 

viernes, 17 de junio de 2011

Amarrarse las entrañas

Fue en el Museo de Bellas Artes cuando descubrí que El Playón era blanco. Y me sorprendí. Tenía alrededor de ocho años y de la Escuela “Francisco Fajardo”, de Macuto, nos llevaron a todos los niños y niñas,  de quinto grado, a ver la exposición permanente que allí mostraba lo mejor de nuestros pintores.

A la voz de “…obra de Reverón”, que debe haber dado una de las maestras, todos corrimos para ver algo del hombre que había vivido muy cerca de donde estudiábamos. Al castillete, aunque estaba a menos kilómetros que el museo de Caracas, nunca lo visitamos. Tal vez la soledad recogida allí no permitía visitas y la verdad es que cuando se pasaba frente a él se sentía algo de miedo y de respeto, a la vez.

Armando tenía que amarrarse las entrañas para pintar como tienen que vaciarse las vísceras los buenos creadores y sabios. Para ello tenía una especie de cinturón fabricado por sus propias manos, con cuerdas gruesas y lo que parecen haber sido conchas de mar muertas y toscas, para ponérselas al cinto, y poder dibujar lo que veían sus ojos, que no percibíamos el resto de las personas.

Frente a El Playón supe que había gente triste al ver al mar sin el azul. No me di cuenta, hasta muchos años después,  que Reverón veía el exceso de luz que atraía el océano que se convierte en el blanco incandescente, evacuado por él a través de su conjugación perceptiva, con el ritmo latente de las olas, del viento, de la erosión magnífica del salitre, que a la par de vida; llama al desgaste de las energías.

Armando Reverón siempre ha sido una figura enigmática y escurridiza dentro de la plástica venezolana. Muchos críticos, pero sobre todo Juan Calzadilla han aportado certeras investigaciones sobre este creador.

Desde luego, la película de Diego Rísquez, “Reverón”, es un homenaje al ser humano que fue, pleno de dichas y contradicciones. Invalorable el trabajo de los actores principales (Luigi Sciamanna, como el pintor; y Sheila Monterola, como Juanita) quienes tienen un compromiso más allá de la mera actuación y ello se percibe en la calidez de la entrega.

La imagen poética del mar interrumpe en muchos momentos de la cinta porque es la misma subsistencia del artista. El no quiso quedarse en Caracas, Barcelona, Madrid o París; no fue para los Andes, no se fue a la ribera de un río; se fue al mar a reinventarse; a separarse de los hombres, de los cementerios como él llamaba a los museos, y de los mismos mercaderes del arte que hoy en día exhiben sus pintarrajeadas muñecas como prueba de que él no vendió su alma.

La cámara de Rísquez no se inventa la emotividad. Ella está allí, fresca, en la historia de este hombre con una parvedad pubiana ancestral; que necesitaba de la tierra para descargar su electricidad y sus heridas; su tribal abandono. Que requería del amor y del arte para salvarse, reconocimiento al que deberían acceder todos los seres humanos.

Por eso se murió cuando lo internaron en un sanatorio, diga lo que diga, la psiquiatría.

“Una mujer sin condición me dijo: sírvete de mí lo que quieras y tanto me serví que hoy nubla mi razón. No sé si vivo fuera o dentro de su corazón” compuso Juan Luis Guerra en la canción que lleva por titulo Sobremesa, y esa parece haber sido la vida para Reverón. Una razón nublada por momentos, demasiado inteligente, vale decir también, esquizoide, para incluso cualquier tiempo venezolano que delata conformismo más que valor y autenticidad.

Un buen acierto fue la banda sonora de la cinta Reverón, en la que el actor Luigi Sciamanna estuvo involucrado, en composición y en voz, como también fue co-autor del guión de esta verdad vuelta ficción, y viceversa; porque había que olvidar la muy magnifica canción de Alí Primera, el hombre sensible que lo entendió primero que muchos, bastantes años después; y nos lo dio a conocer a todos.

La canción de Primera se amanceba en la historia de Rísquez porque utilizaron el mismo retrato del hombre incomprendido, el genio más que el loco, el amor más que la envidia; la ternura, el juego, la actuación, los títeres; la comedia; por encima de las miserias humanas.

Él mecía un chinchorro para llegarle a un cuadro. Él ató un lienzo en la proa de una lancha. Él creo un nuevo expresionismo como ya lo han afirmado críticos y aunque nadie tampoco formalmente se lo haya reconocido. Sus etapas fueron más que el azul, el blanco, el sepia. Sus ciclos tuvieron voces y entrañas sometidas al hervor de su propio coraje.

Reverón buscó la vena de la uva de playa y le sacó a la palmera el suicidio que llevaba dentro. Llueve la brisa, llueve la aurora; llueve el mar hacia el sol; lo que llueve es la luz; estaba resplandeciente de vida. Y lo seguirá estando porque siempre podremos mirarlo (17/06/2011).- 

viernes, 10 de junio de 2011

Miriam Perales: Fuego desaguado


 
 
Hoy domingo 15 de mayo, en las salas azul y verde del Museo de la Cultura, se inaugurará la exposición En Carne Propia de la artista Miriam Perales, una mujer que con mucha humildad, perseverancia y enorme dimensión plástica ha venido trabajando desde los años 90’ en el estado Carabobo

Todos los niños deberían ser llevados de la mano de gente motivadora a ver las exposiciones de los artistas locales, nacionales y del mundo porque en ese ver las obras se les abre el infinito universo de posibilidades que conserva la mente para entender que no solo es real la cotidianidad sino también lo que queramos hacer en la realidad más próxima.

Así como cuando la música y las palabras de un libro les abre los puentes a la imaginación, también escondida en las redes e interconexiones cerebrales, las pinturas, las esculturas, las propuestas en si de los que sueñan y se permiten hacer visibles sus expresiones internas, los llevan a entender que hay otros esfuerzos que buscan el camino de la felicidad.

Más que una retrospectiva a Perales le gusta llamar esta exposición “historia de vida” o “la más individual de mis individuales” porque justo allí ella está plena, mostrando un conjunto de obras en su mayoría inéditas, de gran formato, que comprenden el periodo de cuando trabajaba el cuerpo humano, los torsos, al hombre vivo caminando sobre la tierra, seduciendo y tomando todo su alrededor, con voraz apetito; mientras no ponía en equilibrio su cabeza, sus pensamientos; su verdadera misión en el planeta alterable que habita.

Los trazos de ese periodo del que se podrán apreciar un buen conjunto del total de setenta pinturas son sumamente fuertes. La energía vital de Miriam queda allí. Es imposible separar la obra de su piel y por ello es tan acertado el nombre que le da: Carne propia. Carne viva. Porque así sintió en su momento la pasión al soplo de describir con sus manos la desnudez latente, el sin sentido; el fuego desaguado; la ausencia de un desgarrado Dios a propósito.

Los espectadores podrán ver en la sala azul diez retratos (de los cuales seis son autorretratos); diez animales y dos paisajes; y en la verde los veintitrés cuerpos, rodeadas ambas, de una serie de 24 dibujos reversibles colgantes que se convierten en 48 obras que sin duda brindan un gran atractivo a los espacios, enormes de llenar porque requieren de propuestas tan sólidas como la de Miriam Perales.

Cinco instalaciones proporcionan y completan además esta gran muestra que pocas veces vemos en mujeres venezolanas. Una de ellas es un homenaje a Fernando Sosa, amigo con el que compartió muchos momentos y del que estuvo trabajando por un tiempo su retrato. En una especie de video-instalación se verán los momentos de esa inspiración con intertextos del Génesis.

Otra de las instalaciones es una mirada de afecto a otra gran artista latinoamericana, Ana Mendieta (1948-1985), tras veintiséis años de su desaparición física, artista cubana exilada en Estados Unidos, admirada por Perales justamente por sus inquietudes con el cuerpo y la fusión con la naturaleza, y sus trabajos tanto artísticos como con su propia piel registrados fotográficamente y en algunos videos.

En el texto del catalogo el poeta Carlos Ochoa invita de la siguiente forma a aproximarse a la obra de esta artista: “Desde sus primeros cantos de trabajo hasta la más reciente sinfonía plástica, la obra de Miriam Perales ha merecido los más encomiados elogios y reconocimientos. Esta muestra que recoge lo más significativo de su propuesta, es un suceso artístico que enriquece nuestro medio cultural.

Para adentrarse en el planteamiento de esta artista nacida en Caripito, estado Monagas, y formada en Valencia, es necesario realizar una breve acotación de la mano de la filosofía del arte contemporáneo, en relación a la idea que desarrolla la artista del concepto “mundo sensible”.

Cuando la percepción de la realidad como mundo o parte de él, surge de una fundamentación sensible, esta no se agota con “el algo percibido”, se sostiene indefinidamente en la dimensión subjetiva temporal del “yo psicológico” mientras éste exista. Esta subjetividad entendida como actividad espiritual expresiva, es esencial y determinante en la propuesta plástica de Miriam Perales”.

Colocamos así apenas la introducción de este sensible escritor que es Carlos Ochoa para explicar que Miriam sabe que este es un cierre a una etapa que apenas comienza como lo saben todos los que son llamados a convertirse en artistas.

Su obra actual ya no contiene ese gran formato, es más bien minimalista. De detalles. Como ella misma es. A lo largo de su trayectoria ha trabajado en silencio, a puertas cerradas. Se ha cuidado de no mostrarse mucho, a pesar de sus exposiciones, porque es el infatigable hacer el que manda sobre la mente, el corazón y las manos de todos los creadores. Eso también la ilumina en estas dos salas donde cuelgan sus más profundas expectaciones y también sus más dignas realizaciones

La muestra permanecerá hasta el 30 de junio (Notitarde, 15/05/2011, LECTURA TANGENTE).-




jueves, 9 de junio de 2011

La urgencia de ponerse a hablar de eso

Tres libros de la escritora Viviane Forrester (1925, París) han sido traducidos al castellano. Ha publicado muchos más pero los más polémicos son los que han logrado ser conocidos en nuestro idioma.

El horror económico (1997), ganador del Premio Medici en 1996; Una extraña dictadura (2000) y El crimen occidental (2008), pero ha escrito muchos más en su dinámica e inquieta vida cargada de las letras de ensayo y de ficción; además de la constante investigación con la que ha producido ideas plenas de lucidez, en un mundo que, como ella bien dijo en una entrevista, no quiere hablar de ciertos temas, mucho menos profundizar y tampoco llegar a la luminosidad de la evolución de acontecimientos que ya deberían estar superados.

Reconocida por sus ensayos acerca de las consecuencias del neoliberalismo y la globalización ha sido una constante invitada con foros mundiales sobre los grandes problemas de la humanidad. Es considerada experta  en Vincent Van Gogh y Virginia Woolf.

Escribe crítica literaria en Le Monde y también es colaboradora de Le Nouvel Observateur y La Quinzaine Littéraire. En 1983 obtuvo el Premio Fémina Vacaresco por su libro Van Gogh o el entierro en los trigales y luego ha sido miembro del jurado de dicho premio.

Otras de sus obras: Ainsi des exilés (1970), Le Grand festin (1971), Virginia Woolf (1973), Le corps entier de Marigda (1975), Vestiges (1978), La violence du calme (1980), Le jeu des poignards (1985), Mains (1988), Ce soir, après la guerre (1992) y Mes passions de toujours. Van Gogh, Proust, Woolf, etc. (2005); Virginia Woolf (2009), Rue de Rivoli (2011) y Dans la fureur glaciale (2011).

Sus ideas no han perdido vigencia, catorce años después de su primera publicación que puso en la opinión pública. La economía sigue siendo la vergüenza y el horror que no se atreven a soltar los que cada día ambicionan más y nada les basta: aquí reproducimos parte de su fortaleza, las palabras bien usadas por alguien que no estudió economía pero si sabe, como todos, de la tan necesitada justicia social.

“Vivimos en medio de una falacia descomunal: un mundo desaparecido que nos empeñamos en no reconocer como tal y que se pretende perpetuar mediante políticas artificiales. Millones de destinos son destruidos, aniquilados por este anacronismo debido a estratagemas pertinaces destinadas a mantener con vida para siempre nuestro tabú más sagrado: el trabajo.

En efecto, disimulado bajo la forma perversa de "empleo", el trabajo constituye el cimiento de la civilización occidental, que reina en todo el planeta. Se confunde con ella hasta el punto de que, al mismo tiempo que se esfuma, nadie pone oficialmente en tela de juicio su arraigo, su realidad ni menos aún su necesidad. ¿Acaso no rige por principio la distribución y por consiguiente la supervivencia? La maraña de transacciones que derivan de él nos parece tan indiscutiblemente vital como la circulación de la sangre. Ahora bien, el trabajo, considerado nuestro motor natural, la regla del juego de nuestro tránsito hacia esos lugares extraños adonde todos iremos a parar, se ha vuelto hoy una entidad desprovista de contenido.

Nuestras concepciones del trabajo y por consiguiente del desempleo en torno de las cuales se desarrolla (o se pretende desarrollar) la política se han vuelto ilusorias, y nuestras luchas motivadas por ellas son tan alucinadas como la pelea de Don Quijote con sus molinos de viento. Pero nos formulamos siempre las mismas preguntas quiméricas para las cuales, como muchos saben, la única respuesta es el desastre de las vi- das devastadas por el silencio y de las cuales nadie recuerda que cada una representa un destino. Esas preguntas perimidas, aunque vanas y angustiantes, nos evitan una angustia peor: la de la desaparición de un mundo en el que aún era posible formularlas. Un mundo en el cual sus términos se basaban en la realidad. Más aún: eran la base de esa realidad. Un mundo cuyo clima aún se mezcla con nuestro aliento y al cual pertenecemos de manera visceral, ya sea porque obtuvimos beneficios en él, ya sea porque padecimos infortunios. Un mundo cuyos vestigios trituramos, ocupados como estamos en cerrar brechas, remendar el vacío, crear sustitutos en torno de un sistema no sólo hundido sino desaparecido.

¿Con qué ilusión nos hacen seguir administrando crisis al cabo de las cuales se supone que saldríamos de la pesadilla? ¿Cuándo tomaremos conciencia de que no hay una ni muchas crisis sino una mutación, no la de una sociedad sino la mutación brutal de toda una civilización? Vivimos una nueva era, pero no logramos visualizarla. No reconocemos, ni siquiera advertimos, que la era anterior terminó. Por consiguiente, no podemos elaborar el duelo por ella, pero dedicamos nuestros días a momificarla. A demostrar que está presente y activa, a la vez que respetamos los ritos de una dinámica ausente. ¿A qué se debe esta proyección de un mundo virtual, de una sociedad sonámbula devastada por problemas ficticios... cuando el único problema verdadero es que aquéllos ya no lo son sino que se han convertido en la norma de esta época a la vez inaugural y crepuscular que no reconocemos?” (09/06/2011).- 

Tomado de http://es.scribd.com/doc/36480557/El-Horror-Economico-Viviane-Forrester

jueves, 2 de junio de 2011

José Francisco

Comenzaron a dragar el mar y José Francisco no daba crédito a lo que veía. Grandes maquinas, grandes recursos, enormes voluntades para domar lo indomable. Y la arena repetía siempre las aguas. Y las aguas se repetían en arena. Miró durante muchas horas el terco movimiento de los hombres intentando agrandar un boulevard. “Terco movimiento” repitió y se dijo para sus adentros, mientras echaba a la mar un anzuelo corto para pescar algún pez que se convertiría en pescado en la olla pequeña que tenía para prepararse apenas un caldo con algún ñame y plátano verde; cuando mucho una batata que siempre le gustaba porque agregaba dulce a su paladar que a veces pedía además de caldo la textura cremosa que proporcionaba el almidón.

Los huecos profundos empezaban a derretirse porque parecía un trabajo de tontos. Mientras más abrían menos se podía controlar aquella orilla, apenas unos centímetros de toda la titánica labor que tenían por delante.

Atrapó unos peces que los devolvió inmediatamente. Eran corronchos. No solo eran feos sino que al hervirlos soltaban un gusto amargo, aparte del olor que parecía nunca irse de las cuatro paredes en las que vivía, frente al mar, un poco alto en la montaña.

Buscó en el tobo otro pedacito de carnada y al colocarlo se acordó de cuando era un adolescente y el mar en un claro arrebato de furia hizo que se clavara el anzuelo. Desde ese entonces aprendió a lidiar con la corriente, agreste, demasiado concentrada en su trabajo, que le dio el aviso para nunca mas descuidarse. Apenas unos puntos y la vacuna en la rodilla por si acaso se le desarrollaba tétanos, fue todo lo que recordaba de aquel dispensario, de piso de granito, con polvo, con bastantes rastros de pisadas, que no terminaba nunca de mantener la asepsia necesaria.

Mientras se acomodaba el sombrero y pedía porque cayera un lorito, una palometa, algún palagar extraviado, un plomizo cataco o hasta una escurridiza picúa, veía como los hombres sacaban arena y  agua, y se hundían; para volverse a postrar.

Esa necedad. Esa constante necedad.

Se le movió el hilo y se le escapó una presa. Los peces sienten más que los hombres y estaba demasiado cerca de los movimientos de las máquinas tratando de ganarle al mar. ¿Ganarle al mar? Tarde o temprano su fuerza indómita se iba a manifestar aunque a veces fingiera que vencían seres humanos.

No quería alejarse pero si aspiraba un pescado en su olla debía apartarse de allí. Parecía que iba a llover y le tenía tanto miedo a los rayos que deseaba, ese día, haber tenido una lata de comida para aderezar una pasta para satisfacer su apetito.

Caminó con su tobo liviano aspirando la fuerza honda el mar, su azul, sus ruidos. Sus piedras eran besos a sus pies, ásperos y ruidosos, como los primeros que recibió cuando era demasiado joven para entender que había sido seducido por una mujer que más nunca vio, que se desvaneció en la orilla.

Pero sirena no era. Fue una hembra del pueblo que seguramente estaba como él muchas veces estuvo después, buscando sin hallar, porque fueron capaces de ser ciegos a su realidad. Todo el amor del mundo fue por el conquistado y al final fue hábil para echarlo todo a perder. Varias veces.

“Como aquella palmerita”, dijo canturreando, “estoy erguido pero solito… erguido pero solito”. Se animaba mientras sonreía para sus adentros.

Vio la sombra de un cardumen pero estaba alejado de la orilla. Veía saltar lo que parecían sardinas, pero tal vez eran bonitos o catalanas retozándole a la vida, llamando a la muerte sin saber y sin querer. Vida soflama muerte.

Cuando se vio alejado de las obras volvió a echar el nylon atado apenas a una maderita que manejaba con destreza.

Cerca estaba el río que volvió a su cauce. Los hombres lo desviaron, hicieron todos los trabajos, apartaron todos los obstáculos, asesinaron árboles; quemaron motores. Pasaron cincuenta años. El río volvió a su cauce.

“Siendo tan inteligentes esos japoneses, ¿cómo se les ocurrió construir una central nuclear tan cerca del mar?”, pensaba y se preguntaba José Francisco, con la cara cubierta de sol y de salitre, mojada porque cada vez que podía echaba agua de mar a su piel, curtida, cansada, brillante, como luz de atardecer.

Picó un loro. Bello. Más verde que azul. No era tan grande pero tampoco pequeño. Se contentó para sus adentros y le pidió, a la postre, la bendición a la mar.

De regreso vio a los hombres en el mismo punto donde los había dejado. Un hueco que no era profundo, se había vuelto ancho; se había roto ya cientos de veces; y entre la frustración del grupo de trabajadores, vio que lo menos se habían metido a bañarse, pese los llamados amenazantes del capataz que no podía sacarlos del agua.

“Por lo menos la mar los calma y los perdona, y nos enseña, a todos por igual”, cavilaba José Francisco, a su paso, ligerito, hacia la montaña, donde el suculento sancocho se le iba acercando a su boca y le iba a desgranar el alma, una vez más (02/06/2011).-