jueves, 25 de agosto de 2011

Llegar al akme

Recientemente fue puesto en esa autopista que es la red, espejo del mundo, virtualidad que no cesa, el blog de la revista Zona Tórrida, con un ensayo del psiquiatra Pedro Téllez titulado “Zona Tórrida: 40 años de transdisciplina”, quien hizo un personal y conciso recuento de lo que ha sido esta trayectoria, de vida y pensamiento, para que ahora todos tengan acceso. Reproducimos este material para motivar su lectura.

“En 1971 se crean en la Universidad de Carabobo dos revistas que marcarán historia: La revista Poesía y la revista Zona Tórrida, con unos meses de diferencia, comparten en sus inicios la mayoría de sus colaboradores, la primera como su nombre lo indica se ocupará fundamentalmente del hecho poético; en Zona Tórrida, si bien se publican cuentos y poemas, la columna vertebral la constituye el ensayo literario. De esta revista, de los colaboradores a lo largo de sus etapas, del género ensayístico y sus posibilidades, nos ocuparemos en el presente homenaje. El primer jefe de redacción de Zona Tórrida fue Teófilo Tortolero, Gabriel De Santis era el director de Cultura y Tortolero el jefe del departamento de literatura, antes llamado Publicaciones (José Luis Bonnemaison acababa de ser electo rector, le antecedió Humberto Giugni); el comité de redacción de Zona Tórrida lo integraban: José Solanes, Daniel Labarca, Eugenio Montejo, Juan Antonio Aldazoro y Alejandro Oliveros. Abre el número el discurso de Solanes en algún encuentro de psiquiatras, y que en la revista titula: La Alienación y los Alienados. Se empieza con ironía: "Si este congreso se hubiera celebrado unas décadas atrás, quizás se le hubiera bautizado Congreso de Alienistas. No es imposible ahora que alguien piense que le convendría mejor el de Congreso de Alienados". Pasa el sabio catalán revista a las teorías sobre la alienación, desde el marxismo hasta la fenomenología. Le sigue una patobiografia de Oscar Wilde por parte de Alfredo Celis Blaubach. Raúl Gustavo Aguirre publica su ars: Biografía de una experiencia poética, le siguen tres poemas de Ramos Sucre y las versiones francesas de Senelier: El Mandarín, Las Suplicantes y La vida del Maldito. Poemas de García Morales y de dos belgas: Hennart y Goffm, cuentos de Esdras Parra y de Dámaso Ogáz. Ensayo critico de Cullere sobre Reynaldo Arenas, y cierran el numero reseñas de Baica Dávalos: Sitwell, Mallarme, Víctor Valera Mora (Amanecí de Bala), Joyce, Espriu. Se intercambia la revista con Creación y Critica, peruana, la colombiana Eco, la española Ínsula, y Poesía de Venezuela. Edita la mejor imprenta del país para el momento: Editorial Arte de Caracas. Las ilustraciones son de Guevara Moreno y Jaimes Sánchez.

En nuestro inconstante mundo editorial, tan importante como el primer número es el segundo, nuestra Universidad posee una buena hemeroteca de estos hijos únicos, solo la siguiente entrega estabiliza el proyecto: una línea entre dos puntos. El dos de Zona Tórrida es un volumen doble (2-3) y múltiple: La angustia y el olvido del ser: Guillent Pérez; Humanismo, estructuralismo y marxismo: Núñez Tenorio; Desarrollo: Motivación central de la educación: Reyes Baena; Nerval visto por Albert Beguin: Montejo; Aurelia en la obra de Nerval: Beguin; El disonante cuarteto de Durrell: Fraiberg; Rilke poeta de la angustia: Téllez Carrasco; el afiche de la exposición Kienholtz: Castellaro; Ficción de lo nuevo: Efraín Hurtado; El humanismo adleriano: Tortolero; Siete poemas: Silva Estrada; Pleno Verano: Palomares; Al conde de Lautreamont: Edgar Bayley, y La evidencia triunfa. La decisión de Guillermo Tell: Baica Dávalos; Mano de mono: Ben Ami Fihman; Un domingo en la tarde: Orlando Araujo. Schiller: Búsqueda de la armonía: Pedro Duno; Coloquio en Sicilia: Victoria Duno. Zona Tórrida desde sus inicios da cobijo a distintos géneros: ficción y no ficción: ensayo, poesía y critica sobre poesía, filosofía, inter y multidisciplinas, médicos que escriben sobre poetas universales como si fueran sus pacientes (Celis-Wilde, Téllez Carrasco-Rilke) transdisciplina, pero trans no como un más allá de las disciplinas, sino como el atravesar de éstas, y valiéndose del ensayo, que atraviesa el objeto de su reflexión. Son 40 años de transdisciplina: poetas ensayistas (Oliveros, Montejo, Ludovico) narradores ensayistas (José Napoleón Oropeza, Laura Antillano, Jesús Puerta), médicos que son filósofos e historiadores (Molina Duarte, Mérida, Rojas Malpica), fenomenólogos, existencialistas, marxismo critico, estructuralismo, psicoanálisis, entre jungianos y lacanianos, por citar algunos afluentes, ciertos colaboradores.

El estilo transdisciplinar de esta revista literaria (que nunca será una revista arbitrada) se mantiene con sus matices a lo largo de sus etapas y redactores: los primeros cinco números de Tortolero y otros (1971 a 1974), del seis al nueve al cuidado del triunvirato de Oliveros, Montejo y Pérez Só (1975 al 76), del 10 al 17 por Pérez Só (1977 a 1989), del 18 al 41 Oliveros (1989 al 2008). Y la quinta etapa (42) que se inicia a cargo de Luis Alberto Angulo.

Los 40 años de una persona para los griegos eran el akme, la edad de mayor florecimiento dentro de esta tradición de sus primeros redactores Tortolero, Montejo, Pérez Só, Oliveros, y sus colaboradores transdisciplinarios, que han puesto a dialogar a los escritores de la Universidad de Carabobo con las mentes más sensibles del país, consigo mismos, con nosotros y con hipotéticos futuros lectores, a través de un dialogo que no cesa” (25/08/2011).- 

http://revistazonatorridadigital.blogspot.com/

jueves, 18 de agosto de 2011

Diálogo con el mundo

Cuando la exposición de arte lleva este nombre, Limpiabotas latinoamericano, organizada por la Fundación Cultural que agrupa diversos artistas sin importar su nacionalidad y lugar de origen,  llamada Tiempo de Arte, la imaginación empieza a volar. Eso es lo que justamente debió sentir en su hacer el maestro Ramón Belisario al unirse a este compromiso junto a John Padovani Vásquez, otro maestro de la plástica nacido en Cusco, experto en restauración y hombre de enorme sensibilidad social.

El próximo 24 en la sala de arte Ramón Oviedo del Ministerio de la Cultura de República Dominicana se estarán presentando sus propuestas como una forma de unificar un universo del trabajo que aún realizan muchos hombres, mujeres y niños, sostenida por una legión de posibilidades cuando se pone en manos de artistas maduros que han crecido como seres humanos.

Belisario estuvo confeccionando por largo tiempo cajas del lustrabotas. Allí sin duda reside el elemento mágico.

Lo que esta guardado que apenas se ve, organizado o desordenado, con el olor del betún, fuerte, definido hacia el limpio; los colores marrones, azules, vino tinto; junto al negro y al neutro, las franelas manchadas y la que se esconde con especial resguardo, porque es la que dará el brillo final. Y aunque los cajones de Ramón están llenos de colores y en ellos dejó volar su imaginación de acuerdo a los países que representan, no están llenas de implementos, sino más bien de lo que no deja ver la materialización de los objetos.

Supo entonces diseñar en más de veinte cajas los sueños de los lustrabotas, su vuelo por los mismos aires que unen y enternecen a los seres humanos; el deseo de superación comprimido en los pedazos de madera; la intensidad de las vivencias con los símbolos algunas  veces expresados en banderas o en signos que van revelando el país que recorren estos trabajadores informales que en muchos lugares forman parte del paisaje urbano o de los pueblos que aún tienen la dicha de unir la fuerza vigorosa de embolar unos zapatos, con los cantos más oportunos de la luz y los pájaros.

Para esta exposición Belisario utilizó muchos colores. La labor parece la de un niño enamorado de la idea de poder dar a conocer las múltiples posibilidades que le brindó la idea. La desarrolló con total libertad y la gran mayoría de las cajas son pequeñas, de un tamaño que obliga  al espectador a recorrerlas por dentro, a encontrar los rasgos disimiles y los que se unen en toda la propuesta, limpia y de latente palpitación por todo lo simple que obliga a conocerse; a encontrar un mejor diálogo con el mundo.

Y de ello se trata de esta muestra. De encontrar la manera de hacernos mejores. Los colores siempre lo han dicho. Los artistas hasta los más cargados de trazos violentos, han encontrado la paz; la restauración final que brinda el arte, la posibilidad de amar, en el contexto del todo.

Belisario ha pasado por muchas etapas. Sus investigaciones han sido producto de su gran inquietud profesional. Domina el oficio a su perfección y lo más oportuno que tiene es saberse humilde; congraciado con el poder que otorga la creación.

Quintín Hernández, artista plástico, encargado en este momento de la presidencia de la Avap Carabobo,  elaboró un texto, a modo de presentación,  de Belisario: “La pátina que alumbra en la tierra el sublime oficio del limpiabotas, ilumina la propuesta estética social de este artista venezolano un camino urbano recorrido incesantemente de ciudad en ciudad pobladas de esperanzas para el oficiante lustra botas.

Un brillo patinado resplandece en la instalación planteada para dignificar el objeto real del creador humanista, quien obsequia una caja de sorpresas al creador del brillo que en sus manos latentes frota las fibras para darles luz.
La estética contemporánea ha inspirado en Belisario una reflexión humanística que lo ha conducido a nutrir su obra con signos sensibles.

En esta oportunidad el artista nos muestra una creación global de múltiples disciplinas conformadas por obras convencionales efectuadas con técnicas de la pintura universal, pero con serias propuestas conceptuales, de lo que debe ser un arte latino americano entroncado en las fuerzas esenciales de la creación heredada de nuestros ancestros”.

Todo el que presencie esta exposición que los valencianos podrán ver este mismo año podrá entender muy bien lo expresado por Hernández. Gravita en Belisario la raíz del principio. Del agua del origen. De la piedra que tuve más oportunidad que la de herir y la de matar.

Vivas, intensas; cargadas de luz y de la sorpresa de encontrar la textura del color por todas partes: así son las cajas de los lustrabotas con los que soñó Belisario; unidos a la misma razón naciente del corazón que busca amar, sentir; estar feliz; lograr la maravilla que ofrece una sonrisa, cuando el trabajo queda bien hecho (18/08/2011).- 

jueves, 11 de agosto de 2011

Luz Marina Rojas: Penumbras de ardor

A las siete de la noche del próximo miércoles 17 en la sala de exposiciones del restaurante Casiquiare la artista Luz Marina Rojas mostrará un conjunto de fotografías estenopeicas, impresas sobre lienzo y un par de ellas sobre madera, haciendo un pequeño registro del patrimonio arquitectónico cultural e histórico del país y mostrando algunos paisajes naturales, trabajadas dentro del proceso artístico de elaboración manual de la caja oscura, sin existencia de cámara fotográfica.

Si algo caracteriza a Luz Marina Rojas es su temple al momento de asumir los retos que se le presentan por delante. Como artista siempre está indagando como todos los que tienen dentro de si esa semilla innata de la creación. Esa simiente, quienes la sienten, saben que es intransigente y tirana, pero a la par, tolerante y plena de libertad. Esa bifurcación es la que invita a seguir buscando, ampliando horizontes, sin dejarse vencer por las dificultades.

La versatilidad de Rojas es enorme. Pintura, esculturas, fotografías y joyas son parte de su inquietud innovadora. Tiene un cerebro disciplinado en el arte desde el mismo momento que fue a las escuelas de arte Arturo Michelena y Rafael Monasterios (estudió en ambas y a la par, entre Valencia y Maracay) a buscar información, conocimiento y destrezas para poder desarrollar su potencial, y a ello hay que agregarle la perseverancia con la que ha trabajado a lo largo de los años.
En sus pinturas se observa una investigación personal sobre el mundo simbólico y onírico al que ella regresa también en sus esculturas, pero justo fue su indagación en el esmalte sobre metal lo que la llevo al trabajo de orfebrería.
Una simple mirada al conjunto de piezas revela el vigor, sensualidad y calidez con que desarrolla cada uno de los objetos, como si se tratara de un sortilegio emanado para transmitir fuertes y positivas energías.

Otro artista integral, José Antonio Barrios, interpreta la nueva incursión de Rojas de la siguiente forma: “… integra a su estilo creativo la fotografía retrocediendo en el tiempo, hasta llegar al inicio del arte de la captura de las imágenes, otorgando al fenómeno físico un aura metafísica que vuelve casi heroica la obra de Luz Marina, que ha elevado a la altura de arte y de magia la fotografía estenopeica: una técnica que se conoce desde la antigüedad y que Aristóteles describió con precisión: “Se hace pasar luz a través de un pequeño agujero hecho en un cuarto cerrado por todos sus lados. En la pared opuesta al agujero se formara la imagen de lo que se encuentre en frente.”

De esta manera Luz Marina aborda este arte alquímico de congelar la luz sobre el papel en blanco y decide salir a capturar sus imágenes para transformarlas en símbolos al inmortalizar todo el patrimonio arquitectónico del casco antiguo de la ciudad de Valencia. De esta manera hace un llamado de atención denunciando la falta de conservación y respeto por estos edificios simbólicos de la ciudad. Aprovecha el resultado de las imágenes que mágicamente van apareciendo en negativo mientras revela,  en la intimidad de su laboratorio, aportando la atmósfera nostálgica necesaria para la contundencia de su discurso temático.

No obstante o como si esto fuera poco, esta osada artista decide llevar toda esta investigación a la actualidad, donde la magia ha desaparecido, deslumbrada por los simulacros electrónicos y digitales que genera la tecnología moderna. Eso no implica que las supersticiones hayan desaparecido, simplemente se metamorfosearon: la fe en la magia o la alquimia se tradujo en una devoción tecnológica, profana y banal que ha terminado por anestesiar nuestra capacidad de asombro.

Luz Marina fusiona estas dos épocas, digitalizando sus fotos e imprimiéndolas sobre tela logrando de esta manera, un tanto irónica, un exquisito resultado plástico rico en técnica y estética, que esperamos seguir disfrutando en sus futuros procesos creativos como en esta exitosa serie de imágenes en penumbras”.

Trabajadora, indagadora y hacedora incansable Luz Marina Rojas tiene un trabajo sólido dentro de la pintura, escultura y orfebrería. Su labor ha sido atesorada. Ha ido estudiando la importancia de la simbología en la especie humana; los sueños, el secreto de las piedras; la curación de los minerales. Todo ello ha conformado una cosmovisión del mundo que ahora nutre con este trabajo fotográfico que denomina Penumbras, abriendo un abanico de interpretaciones.

En toda riqueza creativa existe mucha sensibilidad y de allí la conexión de los artistas con el publico, mas allá de sus propuestas y la tácita belleza que parece enganchar a muchos. Luz Marina Rojas resalta porque en todos sus proyectos pone el tesón y la maravilla del hallazgo. Porque en el blanco y negro de sus obras se palpa el fuego, el ardor reluciente en la mínima luz (11/08/2011).- 

jueves, 4 de agosto de 2011

La esquina de las gaviotas

Estaba en el pueblo de Alpistar, de cinco calles, subiendo hacia una montaña que hace de gruesa cárcel, una noche en la que no dominábamos camino alguno porque llevamos mucho tiempo sin visitarlo, cuando a las orillas de un enorme hueco había un conjunto de mujeres rezando.

Eché marcha atrás el vehículo porque no se podía pasar y tuve que dar varias vueltas para poder ingresar de nuevo al lugar donde iba.

Después de saludar a los paisanos visitados, intercambiar ideas muy elementales sobre la salud de los más viejos y los más pequeños, en ese estricto orden, quise salir a respirar y curiosear lo que habíamos visto casi de forma fantasmal cuando llegamos.

Cuando manifesté mi deseo de ir hacia allí todos se rieron y me dijeron una cosa más insólita todavía. Al lugar lo llamaban la esquina de las gaviotas.

Como estaba bastante oscura la calle  al mirarla hacia abajo donde creía estaba el colosal hueco que impedía el paso y que se había convertido en una especie de altar, decidí acostarme. El sol es la mejor invitación, al día siguiente, para ver las cosas mejor.

Tras el desayuno colosal, porque cuando la invitación es buena y leal con la memoria está doblemente agradecida, decidía aventurarme y noté que nadie quería acompañarme. Disimulé un poco y caminé hacia allí.

De lo espectral de la noche no quedaba nada. Solo un hueco bastante profundo, grande, que casi rozaba las dos aceras y carro alguno por allí no podía pasar. ¡Menos mal que lo estaba velando porque haberse caído allí hubiese sido casi mortal!

Me dirigí entonces a la bodega de Anselmo para ver qué más podía averiguar. Lo encontré más viejo, más cansado y mucho más callado que de costumbre. No me reconocía y de allí su aspecto más huraño que como lo recordaba.

La esposa, Fátima María, si me saludó con mucho cariño y me dijo que Anselmo estaba muy distinto desde que le había dado un pequeño infarto y estaba sometido a una dieta que lo tenía de muy mal humor.

Con ella no hablé del asunto que eme tenía intrigada y decidí irme de excursión con el grupo de la casa que esperaba,  por las montañas llenas de cuarzos ahumados. El grupo era divertido, algo lento, tomaban demasiada agua a cada rato, pero se hizo el camino corto, sudoroso y hambriento también, después de las dos horas de intensidad, calentando por un solo que parecía no haber salido desde hacía tiempo.

A continuación de un día encantador donde hubo recuerdos, canciones, y una parrillada con todos sus aderezos, le pedí a un primo que me acompañara a la montaña que estaba por la parte de atrás, variada de colores de tierra, rojos y negros. Desde allí podía divisarse muy lejos el mar pero era notorio que hasta allí llegaba su olor, combinado en todo el alrededor, ciego; incandescente.

Al atardecer fui a la esquina de las gaviotas. Ya no podía más. Un grupo de mujeres se habían colocado más o menos alrededor del hueco, como lo recordaba. Alguna cantaba, otras las seguían. Invocaban rezos, con toda la sonoridad de la letanía; echaban agua bendita.

Entendía poco de aquello pero en Alpistar las cosas eran así, de siempre. Allí hay como un tiempo detenido, unas horas que no pasan, un hechizo que regresa una y otra vez.

En el grupo había una niña que decía ver como del hueco salían gaviotas y de allí el nombre de la esquina en la que se encontraba un hueco que de no repararse se fue haciendo grande como la noche o así parecía cuando todos se iban y se quedaba la soledad en el espacio.

El resto del pueblo se burlaba, hasta en la misma casa de mis familiares lo tomaban todo el asunto como una cosa de la rutina del pueblo, lleno de cuenta-cuentos, artistas y hombres embusteros. Lo último lo decían las mujeres que ya no creían en ellos. Mas que hombres mentirosos lo que había eran machos con mucha imaginación al momento de inventar donde se perdían en la noche, casi siempre cerca del río, donde hay una casa con rumba hasta el amanecer.

Pero fue José el que me dijo la verdad de todo. Lo que él pensaba que sucedía. Al calor de una velita encendida a la Virgen María, comiendo un pan relleno de queso blanco con mortadela, me contó que las gaviotas venían al pueblo desde hacía mucho a hacer sus nidos en la montaña y que él no creía que salían del hueco como había visto la niña pero que en todo caso era un buen augurio para Alpistar la visión de la pequeña.

Bonito era pensar que así suceden las cosas y quizás por ello allí, aunque tampoco se reparen huecos, por lo menos de ellos, salen sueños (04/08/2011).-