lunes, 9 de enero de 2012

Inocente a todo

Llegué tarde a la escuela. Menos mal que sus padres y abuelos no. Pero justo al entrar allí en la acera soleada de ese mediodía supe que algo había surgido mal en el acto del pesebre porque salían dos reyes magos arrastrados por las orejas de sus respectivas madres, que dejaron el celaje de su bravura en el ancho de la puerta, reja de color verde con amarillo, que sacó astillas de oxido al percibir sus pasos.

Antes de enterarme de lo sucedido, Sebastián había salido de la casa de su mamá, María Eugenia, reluciente con el traje elaborado por su abuela, Gloria del Valle. Una tela azul hizo de túnica y un agal pañuelo a cuadros de tonos metalizados, sujetado con un cordón dorado cubría su cabeza perfectamente destinada a ser monarca.

Mientras se lo preparaba supo que él no estaba contento con el rol de rey mago.

-      ¡Claro que no abuela! Es mucho más divertido ser burro…

-      ¡¿Pero cómo vas a preferir ser burro a rey mago?!

-      Porque caminan en cuatro patas. ¡Imagínate! Es mucho más divertido…

Sin embargo Gloria del Valle agradecía que su nieto hubiese sido escogido dentro del reino de sus majestades porque tremendo enredo hubiese sido diseñar y cortar las partes  del rumiante más nombrado del planeta, con sus grandes orejas, hocico, cola y cuerpo fofo.

“Sí, definitivamente es mucho más divertido entrar a un escenario disfrazado de borrico que de cualquier otra cosa… pero qué bueno que le descubrieron a tiempo que era un rey de dos patas”, se decía para sí misma la abuela mientras cosía.

Los burros tenían cierta movilidad en la puesta en escena. Podían bostezar, sentarse, pararse, mirar para un lado y otro mientras que su nieto iba a  estar condenado a estar erguido, con el cofre de mirra, tratando de adoptar la pose solemne que de paso copian muchos seres humanos para intentar obtener lo que desean.

Le tomaron fotos antes de marcharse con lo celulares. Parecía un autentico rey. Elegante. Soberbio. Moreno claro,  achinado y con un don de gente envidiable fue centro de atracción en todas partes.

En la escuela, las maestras coordinaron una vez más la entrada de los actores del preescolar que estuvieron ensayando con bastante dedicación por semanas. La Virgen María, José, el niño Jesús, los pastores, el burro, la oveja y el buey. El coro, los ángeles y hasta una gallina piroca recrearon tan bella gestación.

Había un ambiente fenomenal. El que domina antes de salir a escena: nervios, responsabilidad, brinquitos en el estomago. Dudas y certezas. También fastidio. Sólo el niño Jesús estaba como hay que ser: esperando amor, tetero y caricias. Inocente a todo.

Todo comenzó muy bien. Al abrir el telón la música inició su estridencia navideña y aparecieron las tres figuras principales. El bebé que llevaba María era un poco grandecito y eso hacía que se viera sobrenatural. Porque así de milagrosos son todos los niños.

Entraron los cuatro patas y la risa y los aplausos fueron espontáneos. Sin duda que se estaban robando el show y la cara de Sebastián lo decía todo. Era rey elegante y frustrado. Eso decían sus ojos y la mueca en sus labios.

Entraron los magos. También fueron aplaudidos pero él sintió que menos que el burro que además estaba tan bien disfrazado que parecía natural. Hasta  el collar de mopas por la garganta de la oveja la hacía ver especial y parrandera.
Sebastián trataba de estar quieto pero eso es cosa difícil a esa edad. Fue entonces cuando se dio cuenta de las miradas de odio que había entre los otros dos magos que estaban a su lado.

Presintió lo que venía.  Por encima de él,  Gaspar y Baltasar estaban enfureciéndose hasta que lanzaron puñetazos y él, que estaba en el medio, trató de evitar y separar a estos dos monarcas que no parecían estar a la altura de sus circunstancias.

Las maestras no daban crédito a lo que veían. Tanta paciencia, tanto ensayo, tanto tiempo dedicado y la magia había sido rota de un solo golpe: un derechazo hizo que se cayeran los tres  al piso.

Rodó la palmera, el techo del pesebre y el burro y la oveja saltaron para ayudar a Sebastián que aún tumbado luchaba por separar a sus homólogos.

¿Por qué se le pelearon?, escuché todavía preguntar dos horas después de lo sucedido y nadie sabía la respuesta.

-      Por un chicle, por una pelota, por una novia, por un mensaje de celular, por lo que sea chica… le dijo una maestra a otra mientras miraba de soslayo la escena del teatro choreto, sin sus actores ni puesta en escena de navidad.

-      Mientras no vayan ahora a meternos en la lista de la violencia escolar pero ¿quién se va a creer que los reyes magos son violentos?, se preguntaba para sus adentros uno de los directivos.


-      O de maltrato a los niños por parte de las madres que los llevaban arreando como animales, sostenidos por las orejas, mas rojas que atardecer de Juan griego en  agosto, pensó una de las licenciadas que veía a Sebastián con ternura, apuntando para sus adentros el acierto de escoger a este rey que intentó ser un gran réferi (Notitarde, 08/01/2012, Lectura Tangente).- 

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