domingo, 27 de enero de 2013

Del estoy y del siendo





Tuvo un sueño esa madrugada Marairé en un lugar dorado lleno de las más auspiciosas revelaciones con tanta abundancia que al no querer despertar vivió el temblor de su cuerpo en la cama cargada de los hilos de las sábanas perfectamente alineados en el color.

Al notar la realidad y saber que el espacio y el tiempo eran otros tuvo las dos emociones juntas: alegría y tristeza a la vez. La primera porque existían otros universos posibles mejores y la tristeza por solo haber estado de paso, en limitado tiempo; en ese trayecto que inclusive no podía medirse.

El reino que había visitado no era de este mundo pero existía como aquel otro sueño lleno de arenas, mar y olas blancas que la había mantenido disipando texturas gruesas de la vida.

Las luces más poderosas del amanecer se le colaron en el alma y tuvo entonces el ánimo  de continuar con el ejercicio. Del Ser pasaba al Estoy.

El canto de un guacamaya amarilla y azul irrumpió en el aire y tuvo que entrar de nuevo en el sueño que fue como un elixir en su boca, las frutas, las mieles, las aguas y las luces doradas fue la ambrosia de ese comienzo.

Sin embargo se despegó de esa conexión hermosa y que la hacía brillar sólo al recordarla.

Estoy en el ahora más perfecto sintiendo la poderosa influencia de su presente. Si soy feliz es porque estoy siendo y siendo estoy en el equilibrio de la paz que he conquistado.

Estoy en el gramo de cada beso, estoy en la suma de todas las posibilidades, estoy bendecida por mi mismo retorno y porque también salí de la insulsa carencia.

Estoy cerca de un árbol de mango que me da frutos y tiene las hojas más verdes que nadie haya podido imaginar. Estoy en silencio con él y él está conmigo porque entendemos que los dos hemos nacido para hospedar. Él los pájaros. Yo los sueños que convierto en realidad.

Estoy con la brisa que todo el tiempo me impregna desde el sutil movimiento de respiración hasta la fuerza mas intempestiva que mueve los móviles de un lado a otro y hasta a veces los tumba para exagerar frente a todo lo dicho de su alboroto.

Estoy mirando el alma de cuanto ser a mí alrededor y los entiendo más porque me deduzco a mi misma y porque estoy procurando lo distinto a lo conocido.

El agua que brota en la montaña que nace sin aparente otro impulso empieza a perseguir su ser en un estoy sin otro rezo que el poder de ir canalizando afluentes a pesar de su discreto nacimiento en la cúspide.

Estoy en el rojo de la fuerza, en el dorado de la espiritualidad. Estoy en el azul de lo alto al que atraigo para imantar algunos deseos.

Por sobre todas las cosas estoy aceptando. Amando a todo cuanto vibra, con mayor dedicación a lo que vale la pena.

Conspirando para resucitar el olvidado polvo de estrellas dormido en la piel.
Meditando como estaba Marairé entendió que tenía que salir del trance porque habían tocado a la puerta y aunque el sonido era puntilloso cuando se dirigió a abrirla iba con la mayor disposición.

Al ver al hombre que allí estaba no pudo más que abrazarlo y con toda la alegría de su corazón recibirlo como quien era, el hombre más especial de este planeta.

Le sonrió a Sergio como una niña a la que le cumplen muy rápidamente el sueño y los sonajeros comenzaron a canturrear porque iba a comenzar a llover ese día que apenas mostraba las primeras horas y por el que ella ya había sentido tanto.
Después de intercambiar esas ideas de rigor, Sergio, que así se llama, vino a pedirle que le prestara un libro, cualquiera que ella le aconsejara, porque tenía la necesidad de refugiarse en las letras que lo nutrieran y le dieran mucho más amplitud al momento de dar clases.

Ella sabía de antemano cual darle pero eso no era lo que más la motivaba de aquella visita.

Supo que su amigo estaba angustiado, repleto de soledad a pesar de no tener tiempo para sí mismo, convulsionado por lo externo, atrapado por el vacio interno.

Lo hizo sentarse en el balcón justo cuando caía un copioso palo de agua. Le dijo que sólo observara mientras ella iba a preparar un café.

Sergio se quedó sólo con pose de indiferente, tocándose la oreja con meñique izquierdo resignado a ver lluvia cuando quería hablar con Marairé.

Tan absorto estaba que no se dio cuenta que ella ya estaba a su lado con un humeante café que había impregnado todos los rincones de la casa.

¿Qué sentiste?, preguntó ella.

Estoy como esa lluvia, dolorosa de fuerza, creyendo que nada hago en ninguna parte, dijo él.

Marairé lo miró, le sonrió y le dijo: Para eso también estoy aquí (Notitarde, 27/01/2013, LECTURA TANGENTE).- 

domingo, 20 de enero de 2013

Marairé y la red de fuego




Marairé miró la necesaria oscuridad que hace brillar las estrellas y se colocó en la posición que más le gustaba. Ahora podía verlas a todas juntas y construir nuevos sortilegios en la noche. Era verdad que podían tejerse animales guiando apenas la punta del dedo índice pero allí había mucho más.
Continuaba en el primer ejercicio. Ser. No podía pasar todavía al estar y mucho menos al tengo. Estaba hipnotizada, lo sabía, con esa primera posibilidad que respiraba salitre de fuego.

El salitre, ola de aire ligera, que impregna todo a su paso, tenía que ver con el ser o por lo menos así lo sentían los huesos y la piel de Marairé cada vez que se estremecía.

El latido de la noche, silente, casi desquiciante en los momentos que la paz no acompañaba el corazón, estaba causando una extraña sensación en sus piernas.

Cambió de posición y miró hacia el sur. Como rubí y esmeralda brillaba la estrella cruzada que anunciaba destellos, interpretaciones sutiles, arcos de vida multiplicándose, pronunciando las palabras más exactas que hay que decir para alumbrar el porvenir.

El ser nace mucho más allá pero para ella era vaga esa idea. Si el universo lo crea a través de sus luces y sus partículas la materialización del ser es un milagro cósmico.

La conclusión no era nueva aunque las dimensiones enormes de su grandeza aún no han sido entendidas porque nada más bastaba mirar alrededor para ver su fuerza intensa y también su debilidad deshonrosa.

Gravitó Marairé por el conjunto de piezas intrincadas y como no pudo sonreír ante una sudoración manifiesta de desagrado, volvió a concentrarse en las estrellas que ahora iluminaban la pequeña fuente de agua que tenía muy cerca de su patio, a un lado, cerca de la puerta, entrada y salida, a la vez.

Pero del universo fue trasladado el ser por agua. Del agua. Desde la lluvia. Desde un elemento demasiado generoso, portentoso y cristalino. Que contiene su propia inteligencia. Sus sabores divididos, salado o dulce, y a la vez siempre juntos, equilibrados. Mar, río siempre juntos y llegando a todas partes a través de las orillas que tienen la inmensa tarea de sacar lo que les perturba.

Al ver el cielo encontró que todas las aguas están unidas y que inclusive la mayoría de los lagos tienen fondos transmisores de corrientes secretas para nosotros que no hemos sabido ni siquiera interpretar el mensaje de la luz de una sola estrella.

Escuchar su voz-canto etérea era la ambición más breve que tenía Marairé aquella noche que seguía en su tarea sobre el Ser.

Y si el mar era el principio del ser y soplaba aliento salitre sin detenerse, con la constancia del ritmo dictado desde el cielo, el hálito como bien lo había intuido ella era de fuego, elemento que estaba escondido como tantas cosas que pasaban imperceptibles ante los limitados sentidos.

Pensando cómo estaba no se percató que había un gato muy cerca de ella buscando cariño. Se le acercó como suelen hacerlo, con sutileza, paso lento, mirando con ojos de auténtico conocedor, con un maullido primoroso, nada que ver con los alaridos de celo.

Atenta como estaba a todos los acontecimientos de esa noche de búsqueda supo que el gato le traía algo del sonido del espacio, de las estrellas, del universo y la búsqueda, la entrega,  la misma: las caricias del amor. La red del fuego, la misma que la mar trenzaba por todo el planeta sin detenerse a descansar.

Ser. Reconocer. Dar y dar sin parar.

El gato corrió satisfecho a atrapar una presa y Marairé sonrió para sus adentros.

Tan simple.

Ser, sin los aditivos que no se encuentran y que se fabrican a lo largo de las frustraciones que buscan en la vida, perecerse.

Ser contiguo, continuo, marino.

Ser amplio, merecedor de dicha, de la fuerza del fuego, del amor. Ser para alimentar, para crecer, para imaginar, para crear, para explorar los mensajes sin más interferencias que la paz de su espíritu.

Ser energía, latente, brioso, volador y arquero del tiempo.

Las estrellas continuaban su viaje en el firmamento. Se le había encalambrado una pierna. Estaba buscando sonidos y esencias pero el mismo camino la puso a acariciar a un felino.

No se veían mimos en el cosmos porque tal vez los humanos eramos la creación de ello.

Ser tacto, placer y misericordia.

Supo Marairé entonces que por mucho había que regresar a esa primera tarea (notitarde, 20/01/2013, LECTURA TANGENTE).- 

domingo, 13 de enero de 2013

Marairé del ser





Marairé decidió internarse en el monte, un poco más allá de lo que acostumbraba. Sabía que el ejercicio de ese día era más que importante. No lo había determinado ella en sí, era el viento el que lo anunciaba.

Recogió unas hojas, chupó unos frutos y bebió agua del río. Fue entonces cuando recibió la transmisión con claridad.

Tres verbos se agolparon en su mente: Soy. Estoy. Tengo.

Por un momento se paralizó. Se le agitó el corazón de tal modo que tuve el deseo de devolverse.

Buscó calmarse. La nubosidad que se le formó en los ojos corrió como estampida y regresó la claridad.

Se sentó frente a un árbol pero después se puso de espalda, de manera que la fuerza del tronco le entrara por la espina dorsal.

Empezó por donde nunca lo había hecho. Saboreó Soy desde la tímida degustación de su boca. La salivación venía lenta, buscando sensaciones que ella alimentaba. Desde la nada al ser sintió una copiosa lluvia frutal, con aromas cítricos feroces que la hicieron moverse de lugar.

Volvió a su postura inicial y se concentró. Manzanas, mandarinas, texturas suaves y coloridas la llevaron a ese injerto mínimo crecido en el tiempo y las realizaciones.

De la nada al cuerpo de ser. Encontrar el norte y perderlo. Ir hacia el sur y deambularlo.

Soy vida, sueño, oportunidad; soy cuerpo, carne y sustancias intangibles. Soy errores longevos capaces de tonificar orquídeas de suave aroma porque la intensidad mata.

Soy como inicio, mar, polvo, estrella y color bien sea en el tiempo largo o en la fugacidad de lo indetenible.

Concentrada como estaba Marairé sentía que había una nube de aves muy cerca de ella pero en realidad estaban a algunos metros de distancia.

Un breve mareo le hizo saber que la tarea estaba siendo productiva puesto que la búsqueda interiorizada había entrado hacia lo profundo.

Una repercusión dulce en el paladar le hizo recordar la infancia cuando corría, se encaramaba por los árboles, iba por las playas, atraía tesoros, comía al mediodía con el sol y templaba cada nido de abejas sólo por el gusto de molestarlas.

Soy anhelo, fuego, canto, visión, encarnación del nuevo orden del universo. Transparencia, agua, por sobre todas las cosas, agua verde, azul, hosca y amarilla. Soy la renovación constante de la respiración del centro de la tierra.

Ser del soy, soy ser de la luna, de la noche, de los sueños que olfatean los buenos augurios y desplazan los vientos malos que tejen los indeseables.
Deseando todo, recibiendo lo justo.

Por la rendija de sus ojos comenzó a llorar la parte del soy que no llegó a florecer y vio que el sol se apagó o se volvió oscuro.

Recorrió la playa cuyo caracol le arrancó el mar de las manos. Vio lo que apareció y desapareció de la nada. Mares blancos aún por atraer hacia así. Nubes, voces, rostros, caras, sensaciones en un gran patio de una escuela deslucida y triste que esperaba la rara agonía de los muertos escondidos en sus sótanos para enseñar a los niños que las travesuras tenían deslices, heridas y monos roncadores en lo alto de las ramas.

Pero su tristeza se transformó cuando reconoció que nada de eso pertenecía al ser. Ese verbo sólo trae la alegría.

Fue entonces cuando el aire se puso amarillo, la luz ambarina y al abrir sus ojos percibió aromas verdes de café, los ruidos del chocolate tropezando su boca, dando aliento al anverso de su cuerpo, que había bajado el ánimo, la había agachado un poco.

Con la fuerza de toda esa esencia nacida de la tierra evocó lo que acababa de vivir. Miró a lo lejos el cielo que lucía despejado. Con un poquito de mayor profundidad miraría las estrellas que invariablemente están ahí y que necesitan de la oscuridad para observarse.

Soy noche, sortilegio de sombras, mil voces del verbo que se hace en cuerpo y alma.

Los recuerdos ya no lo eran. Los recortes del pasado se habían sumergido en brillos de luz.

El refugio de la nostalgia ya no era y la razón de todo su ejercicio estaba escrita en presente.

Marairé sopló hacia el viento. Era apenas el comienzo. Ni siquiera había podido rozar el resto de la tarea añadida.

Día, tarde o noche ya el tiempo no vacilaba ante sí.

Había comenzado y apenas se advierte el giro del universo (NOTITARDE, 13/01/2013, LECTURA TANGENTE).- 

domingo, 6 de enero de 2013

Innombrables




Cuanto más quieras nombrarla ni la menciones sobre todo si es esa palabra fea y horrible que más se pronuncia, se escribe y se menta desde que la humanidad aprendió a inventarse después de pasar por las distintas temperaturas que desde los cielos se advirtieron. Pero ella está ahí, limosa, en el ir y venir de la mente que hace los mismos tumbos que los desechos, en el mar, frente a la orilla de cada playa.

Al retirarla de los pasadizos cerebrales, viene, por conocimiento,  su antónimo y ciertamente trae consigo ese atardecer que trasfirió tibios colores que no dejaron de pasar y que regresan siempre diferentes al firmamento, al horizonte y a las ya gélidas oleadas que van hacia la noche, la luna y los sentidos, todas las tardes.

¿Y si una es turbación y la otra inspiración por qué olvidarlo con tanta facilidad e ir hacia la primera perturbando todo lo que hay a nuestro alrededor, desconociendo la verdadera fortaleza del origen y la debilidad de lo insostenible?

Nos creemos tan buenos, tan magníficos en la primera; tan capaces de desafiar que el mismo universo se hace pequeño ante nuestra ignorancia.

Y vivimos enfermos y creemos que estamos sanos. Y vivimos atrayendo ilusionistas que inundan la malbaratada fe que queremos tener, porque el verdadero miedo está en encontrar nuestra muy intensa luz blanca interna que construye altares a nuestro paso cuando se encuentra el núcleo de la convicción para sembrarlo.

Apoyarnos en los otros y en ese juego de desvivir, de regresar una y otra vez a esa palabra que se asienta en casi todas las acciones humanas, a veces hasta en las pequeñas y débiles, parece ser el ejercicio rutinario de los siglos. Ya no por ignorancia pero si por costumbre, por esa educación temible que seca la boca y roba la creatividad a nuestros niños.

Porque esa palabra que es acción, como un verbo, sin serlo, viene acompañada de elementos imperativos y fugaces que tienen mucho que ver con el atrevimiento, lo que más identifica al ignorante.

Por ello estamos donde estamos porque hemos creído que somos capaces de succionar la sal del mar inventándonos un tubo de acero.

Justo de este metal está hecha aquella palabra. El que más ha traído dolor en el globo terráqueo. El que saca el ánimo de un tajo como el ilusionista que hace de la falsedad su mejor estilo. Pero no es el metal el  culpable, ni siquiera nuestra imaginación, portentosa e infatigable, es el haber hecho de esta innombrable palabra nuestro asiento y cobijo en un mundo rodeado de inexplorada belleza física y humana, por doquier.

Pero ella ha arrastrado como las cintas de un papagayo volador, con enormes roncadores sonoros,  otro conjunto de palabras innombrables  de las que se alimenta. También son las que más se usan, se escriben y se alimentan en nuestra mente con desparpajo e impudor.

Dándonos o no cuenta la cosa es igual. Nuestro armazón poligonal de piel, sangre y sueños tiene que trascender hacia su infinidad. Pájaros de viento hacia la luz.

Por todo ello, con el nuevo año, transfiguré la ociosidad que nos ha mantenido inertes, por decir menos, sin citar a otro contaminante vocablo perseguidor, para adueñarme de una plaza mucho más colorida, versátil, que se hace a sí misma como el color de los amaneceres y atardeceres que fascinan todos los días desde que el mundo, por lo menos, se encontró a sí mismo.

Llámese pacto, oferta, compromiso, responsabilidad, hallé las palabras que deshabito.

Quedaron como el maíz de cotufas que no se abrió, porque así son además esos innombrables vocablos aunque quieran lucir lustrosos en las gargantas.
¿Cómo vaciarlos, inflados como están, viviendo como reyes y reinas, en una realidad que solo pide los antónimos para vivir en la gracia y en el porvenir?
Recorran los sueños, canten, bailen; no se acuerden de los otros más que cuando estén. Brillen. Pronuncien lo claro, los transparente y lo idóneo. Sientan con el corazón.

No sacudan el mar que hay en nuestros ojos (NOTITARDE, 06/01/2013, Lectura Tangente).-