domingo, 17 de febrero de 2013

En el pecho





Repasar la importancia de los verbos es como revisar el rincón más olvidado de la casa, limpiar sacar el polvo, humedecer; botar lo que ya no se necesita o está almacenado sin razón alguna, ocupando la energía detenida, muerta en el espacio, más bien en el implacable destiempo al que ha sido sometida.

Marairé se vio a sí misma recorriendo de nuevo el ejercicio. Soy. Estoy. Tengo. Tres en tiempo presente. En el habla inglesa el primero y el segundo son uno solo, en habla castellana la conjugación por separado obligan a tener otra dimensión, con una resonancia lirica diferente, otro tipo de integración si se siente un silencio alrededor de sí mismo.  Pero ahí no radicaba el asunto.

¿Cómo integrar esos tres verbos?, ¿amorochándolos?

Los escribió en un pizarrón antiguo. De esos verdes con los que hay que utilizar tiza blanca. Estaba en su antiguo salón de clases de primaria en esa escuela vieja, gastada, todavía pintada de gris y vino tinto, con una edificación militar enfrente que impedía la perspectiva directa al mar.

Las tres palabras juntas tenían enorme fuerza. Eran como un rayo y su magnetismo se concentraba porque estaban separadas. Formaban además un triángulo y Marairé lo pudo ver con enorme claridad aunque estaban registradas en fila, una al lado de la otra.

Estaba en la escuela de fantasmas, de historias viejas, de rincones llenos de muertos que aspiraban un poco de tranquilidad y habían amanecido en el ruidoso colegio de su infancia.

Alborotado cuando todos estaban de acuerdo.

Triste cuando todos iban solo a lo suyo, todas las veces que ella miró a su alrededor.

Pero esta disección no pertenecía al tiempo verbal de los ejercicios, aunque se encontrara ahora allí muy cerca de la montaña que tragaba naves intergalácticas, donde crecían flores que tardaban en marchitarse y en voces que no dejaban de pedir.

Ahora estaba cortando y preservando los tres verbos que más se ejercitan en el pecho, en el cuarto chacra.

De las largas ventanas coloniales, pintadas de gris, que habían formado capas que podían romperse fácilmente, también divisaba una iglesia con caminata de escaleras, cúpula y ventanales azules. Muy cerca estaba una famosa pensión, un río, un puente, una plaza con refugio para las palomas y el siempre húmedo parque de abajo, donde a veces jugaba, amparada por la sombra demasiado grande de los centenarios árboles.

Se devolvió con firmeza al pizarrón. Volvió a observar las tres palabras desde otro ángulo y se acordó de cuando despidió del primer compañero que se iba a vivir muy lejos, a Japón.

Cuando caminaba, se asomaba y vivía sin saber muy por qué.

Del soy tengo una raíz hacia la tierra. Del estoy tengo ramas. Del tengo frutos. Amorochados no pueden estar tienen que estar integrados como nada lo estuvo allí, en esa escuela de vientos perturbadores, de conquistas inalcanzadas, de esclavitud y fuga; de piratas que vinieron a morir porque no habían alcanzado felicidad alguna; trasladado el porvenir a los miles de los que allí estuvieron, con Marairé, cuando el cuartel se convirtió en escuela y todos se llevaron en la piel parte de su dolor, sus frustraciones, el grito y la desmesura de otra época, apretada, sentenciada y con el túnel cargado del gas de las minas: mortuorio.

Pero ya Marairé no caía en la trampa.

Los maestros no podían perturbarla.

Ahora era ella quien los escogía.

Incluso elegía a los antepasados que ella deseaba que la acompañaran.

Soy, estoy y tengo una nueva dimensión que he ganado a través del tiempo, sin otro alarde, que el de convertirme, justo en lo que quiero ser, donde quiero estar y teniendo todo cuanto necesitó; y cada vez necesitó menos porque las necesidades ya se han colmado, maravillosamente.

El cielo también se divisaba.

El aire traía el salitre que corre todo el tiempo, como brisa gruesa, cuando se está tan cerca de la mar.

Su boca estaba fresca como cuando conjugó allí, en su escuela, el verbo amar junto a las sílabas mamá y alcanzó todo el universo entendiendo más allá de lo que ella misma podía comprender aquella mañana de sol y de anestesia.

¿Anestesia?

La que requirió su corazón cuando lloró y los verbos se fugaron.

Otra era la dimensión que ya había comenzado y giraba dentro de un mandala, justo en el centro de su pecho, justo entre la diapositiva de cuerpo y razón. Tengo. Estoy. Soy: variación que no retardaba crecimiento alguno, tampoco lo adelantaba como algunos creen. 

(Notitarde, 17/02/2013, Lectura Tangente).- 

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