domingo, 15 de diciembre de 2013

Peponas




La familia Betancourt tenía tres hembras y el último era un varón. Eran numerosos y estaban siempre llenos de personas. Recuerdo a un grupo de trillizas, una muy diferente y las otras dos muy parecidas, a las que vi un día muy abrazadas ante una noticia intempestiva que recibió ese día el grupo.

Ellos vivían más abajo de mi casa. Dos viviendas, si es que es necesaria la exactitud.

Una de las hermanas, de la misma edad de mi hermano, lo perseguía.

La otra, de mi edad, estaba pendiente del muchacho de enfrente, que era muy raro físicamente. Tenía  la cabeza como grande pero era divertido y curioso. No recuerdo su nombre. Su madre era una mujer que tenía fama de bruja. Era, para la época, la más buscada en una urbanización exclusiva de Caracas.

Son cosas que recuerdo porque la verdad a mí poco me importaba. Era una niña.

Casi enfrente vivía la familia Morales.  También con cuatro hijos, tres mujeres, una de ellas, contemporánea conmigo, con la cual nunca hice ningún tipo de amistad, y dos más mayores a las que veía como quien mira grotescas caricaturas. No me simpatizaban para nada. Porque nada tenían que ver con mi alma.

Una casa arriba, la familia Castaño, con la vivienda más grande, buscaban derrotar la soledad invitando todos los fines de semana a sus sobrinos, niños y adolescentes. Era un matrimonio sin hijos.  Él, un viejo minero que había encontrado oro, y se escondía en el baño cuya ventana daba hacia mi casa a fumar, mientras la esposa lo perseguía, escaleras arriba, cuando lo escuchaba toser, para que dejara el vicio que afectaba visiblemente sus maltrechos pulmones, producto  de una inmersión que tuvo que hacer en la selva amazónica para recuperar su única arma de defensa, una escopeta.

Cuando todos nos juntábamos había nerviosismo en el aire.

Algo temblaba entre la tierra, el mar y la intemperie.

Eso hacía que los adultos, por lo menos, se hablaran entre sí.

Una vez los sobrinos de los Castaño, influenciados por los relatos del “abuelo”, me invitaron a hacer de exploradora. Pero hacía tanto calor que preferí pedir permiso para ir con Orlando y pescar a la orilla del mar palometas y peces loros que era lo que sacábamos. Pero ese día él se clavó un anzuelo y nuestro destino fue el pequeño ambulatorio donde le sacaron el hierro y le colocaron en la pierna una aguja fea y amenazante.

Otra vez, el Nene Betancourt trajo de Caracas, un saquito repleto de metras. Eran hermosas. De todos los colores. Hasta había transparentes. Colocadas en la tierra parecían focos de luz impulsadas desde ella.

El Nené Morales se quedó impactado, no lo podía creer e hizo que sus padres le compraran en la quincalla más cercana un lote importantísimo de esferas también bellas que olían a goma dulce, que tenían pegado ese aroma que después se va desconociendo, a nuevo; a tesoro encontrado.

Por supuesto iba a  haber juego y duelo, por igual.

Y todos los que nos sentíamos involucrados, con o sin razón, asistiríamos.

Todos intuíamos que iba a haber trampa.

Los dos eran tramposos.

¡Los padres los defendían como hijos ejemplares y sabíamos que era un acto de hipocresía dentro de la adultez social! ¡O de completa ignorancia, que siempre fui a lo que más temí!

A los años comprendí que había de las dos, más de la primera.

Escogimos la sombra del mamón de los Acuña.

Aplanamos el territorio. Hasta yo misma pasé una escobita que pertenecía a la caja de muñecas de mi hermana.

Cinco de la tarde. Calor suavecito.

Llegaron los dos nenés bañaditos y perfumados. En esa época había un jabón verde con trazos blancos, o viceversa, que olía a limpio. Uno de ellos lo usó, el otro tenía un tufo más suavecito.

Como era verano oscureció tarde. Pero teníamos los ojos como huevos fritos de tanto ver.

-      Trescientos…. Te gané más de trescientos, gritó Morales
.
-      Yo llegué hasta 248… ¡Tramposo!

-      Yo gané, gané, gané…

-      No lo creo… Tengo setenta y cinco peponas… No hay victoria… ¿Quién puede proclamarse ganador así?


En ese momento mis ojos se fueron a las metras gordas. Hacían un bulto mayor. La tornasol amarilla, a esa hora, se veía oscura pero yo seguía apostando por una que tenía el firmamento en todo su esplendor (Lectura Tangente, 15/12/2013, Notitarde).- 

Foto: acuarelistas.blogspot.com 

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