domingo, 29 de diciembre de 2013

Lo que es




Las enseñanzas contenidas en el texto de Ramiro A. Calle, El libro de la serenidad, conducen junto a sus otras dos obras, El libro de la felicidad y El libro del amor, a tener un importante documento abierto hacia los cambios y la ineludible necesidad de paz interior.

En el capítulo Te nombro mi maestro se extrae: “¿No es cierto que toda fuerza unificada gana en penetración y eficacia? La luz, el agua, el calor... y, por supuesto, la mente.

Pero si por algo se caracteriza la mente es por su contumaz dispersión. La mayoría de las veces, donde está nuestro cuerpo no está nuestra mente. Siempre se halla en el tiempo y en el espacio, pero se resiste a concentrarse y permanecer en el «aquí y ahora», a pesar de que el presente inmediato es la vida, pues como dijera Buda, «el pasado es un sueño; el futuro, un espejismo, y el presente, una nube que pasa». La mente se resiste y escapa de la realidad inmediata. Enredada en pensamientos que la arrastran como el viento a las nubes, no cesa de divagar. Ya uno de los más antiguos adagios reza: «Como está en la naturaleza del fuego quemar, está en la de la mente dispersarse». Se la ha comparado por ello con un mono loco saltando de rama en rama o con un elefante ebrio y furioso.

La mente pierde gran parte de su vitalidad y frescura enredándose en memorias y fantasías. Ni un minuto puede estar concentrada y así pierde mucha energía y permite que la aneguen las aflicciones y las preocupaciones. Pero como la mente es la precursora de todos los estados, es preciso ejercitada para que aprenda a ser unidireccional cuando sea necesario. Es una disciplina que conduce al equilibrio y al sosiego, activa la conciencia y desarrolla armónicamente la atención.

¿Cómo desarrollar la concentración, esa magnífica concentración del ladrón cuando roba? Estando más atento a lo que se piensa, se dice o se hace. Estriba en vaciarse de todo para saturarse de aquello a lo que decidimos estar atentos: un amanecer, una caricia, el aroma de una flor, preparar una ensalada o dar un paseo. La mente se abre al momento, fluidamente, sin resistencias, dejando fuera de su campo todo lo que no es el objeto de su atención. Se requiere prestancia y diligencia. Sin embargo, la concentración por sí sola no es suficiente. Es una energía poderosa, pero puede utilizarse perversamente, ya sea para robar, denigrar, explotar o de cualquier otro modo poco laudable. Por eso tiene que asociarse a la virtud o ética genuina, que no estriba en otra cosa que en poner los medios para que los otros seres sean felices y evitarles cualquier sufrimiento, en suma, lo que cada uno quiere para sí. La virtud y la concentración, es decir, la ética y la ejercitación de la atención, van haciendo posible que emerja la visión clara y lúcida, o sea, la sabiduría.

 Cuando la mente está atenta, la vida se capta en cada instante. La vida no es lo que fue o será, sino lo que es. Sólo una mente muy receptiva, y por tanto meditativa, puede percibir cada momento y abrirse a él. El pensamiento forma parte de la vida y ocupa un lugar en la misma, pero no es la vida y, además, es por completo insuficiente. A menudo el pensamiento se ha desarrollado de tal modo y sin control, que usurpa el lugar de la realidad y la persona piensa pero no vive. Vivamos la vida con atención en lugar de dejar que ella mecánicamente nos viva. Asimismo la atención nos ayuda a descubrir, conocer y examinar los estados de la mente, y esa labor es un gran antídoto contra la confusión, el sopor psíquico y la neurosis.

La serenidad es como un maravilloso pimpollo que se va abriendo cuando nos instalamos en la virtud y la concentración. La virtud nos protege contra todo sentimiento de culpabilidad y nos invita a pensar, hablar y proceder más amorosamente, lo que nos hará sentimos mucho mejor. La concentración o alerta mental nos enseña a disponer de nuestra mente en lugar de que ella disponga de nosotros, a pensar en lugar de ser siempre pensados por los pensamientos, a procurarle a cada momento o situación su peso específico, sin innecesarias urgencias o prisas neurasténicas, sabiendo ralentizar y apaciguamos, comprendiendo que la vida no es tan sólo un enajenante ir y venir que finaliza con un día irnos sin volver.

Concentrados, con mente abierta y meditativa, fluyendo con los acontecimientos de la vida, vivimos el presente. Unas veces es placentero y otras, doloroso; unas, dulce y otras, amargo, pero es la vida deslizándose a cada momento. La mente, concentrada; el ánimo, sereno; la actitud, compasiva. Si el ser humano gozara de concentración, serenidad y compasión, este mundo sería un paraíso” (Lectura Tangente, 29/12/2013).- 

Foto: vivianayoga.blogspot.com


domingo, 15 de diciembre de 2013

Peponas




La familia Betancourt tenía tres hembras y el último era un varón. Eran numerosos y estaban siempre llenos de personas. Recuerdo a un grupo de trillizas, una muy diferente y las otras dos muy parecidas, a las que vi un día muy abrazadas ante una noticia intempestiva que recibió ese día el grupo.

Ellos vivían más abajo de mi casa. Dos viviendas, si es que es necesaria la exactitud.

Una de las hermanas, de la misma edad de mi hermano, lo perseguía.

La otra, de mi edad, estaba pendiente del muchacho de enfrente, que era muy raro físicamente. Tenía  la cabeza como grande pero era divertido y curioso. No recuerdo su nombre. Su madre era una mujer que tenía fama de bruja. Era, para la época, la más buscada en una urbanización exclusiva de Caracas.

Son cosas que recuerdo porque la verdad a mí poco me importaba. Era una niña.

Casi enfrente vivía la familia Morales.  También con cuatro hijos, tres mujeres, una de ellas, contemporánea conmigo, con la cual nunca hice ningún tipo de amistad, y dos más mayores a las que veía como quien mira grotescas caricaturas. No me simpatizaban para nada. Porque nada tenían que ver con mi alma.

Una casa arriba, la familia Castaño, con la vivienda más grande, buscaban derrotar la soledad invitando todos los fines de semana a sus sobrinos, niños y adolescentes. Era un matrimonio sin hijos.  Él, un viejo minero que había encontrado oro, y se escondía en el baño cuya ventana daba hacia mi casa a fumar, mientras la esposa lo perseguía, escaleras arriba, cuando lo escuchaba toser, para que dejara el vicio que afectaba visiblemente sus maltrechos pulmones, producto  de una inmersión que tuvo que hacer en la selva amazónica para recuperar su única arma de defensa, una escopeta.

Cuando todos nos juntábamos había nerviosismo en el aire.

Algo temblaba entre la tierra, el mar y la intemperie.

Eso hacía que los adultos, por lo menos, se hablaran entre sí.

Una vez los sobrinos de los Castaño, influenciados por los relatos del “abuelo”, me invitaron a hacer de exploradora. Pero hacía tanto calor que preferí pedir permiso para ir con Orlando y pescar a la orilla del mar palometas y peces loros que era lo que sacábamos. Pero ese día él se clavó un anzuelo y nuestro destino fue el pequeño ambulatorio donde le sacaron el hierro y le colocaron en la pierna una aguja fea y amenazante.

Otra vez, el Nene Betancourt trajo de Caracas, un saquito repleto de metras. Eran hermosas. De todos los colores. Hasta había transparentes. Colocadas en la tierra parecían focos de luz impulsadas desde ella.

El Nené Morales se quedó impactado, no lo podía creer e hizo que sus padres le compraran en la quincalla más cercana un lote importantísimo de esferas también bellas que olían a goma dulce, que tenían pegado ese aroma que después se va desconociendo, a nuevo; a tesoro encontrado.

Por supuesto iba a  haber juego y duelo, por igual.

Y todos los que nos sentíamos involucrados, con o sin razón, asistiríamos.

Todos intuíamos que iba a haber trampa.

Los dos eran tramposos.

¡Los padres los defendían como hijos ejemplares y sabíamos que era un acto de hipocresía dentro de la adultez social! ¡O de completa ignorancia, que siempre fui a lo que más temí!

A los años comprendí que había de las dos, más de la primera.

Escogimos la sombra del mamón de los Acuña.

Aplanamos el territorio. Hasta yo misma pasé una escobita que pertenecía a la caja de muñecas de mi hermana.

Cinco de la tarde. Calor suavecito.

Llegaron los dos nenés bañaditos y perfumados. En esa época había un jabón verde con trazos blancos, o viceversa, que olía a limpio. Uno de ellos lo usó, el otro tenía un tufo más suavecito.

Como era verano oscureció tarde. Pero teníamos los ojos como huevos fritos de tanto ver.

-      Trescientos…. Te gané más de trescientos, gritó Morales
.
-      Yo llegué hasta 248… ¡Tramposo!

-      Yo gané, gané, gané…

-      No lo creo… Tengo setenta y cinco peponas… No hay victoria… ¿Quién puede proclamarse ganador así?


En ese momento mis ojos se fueron a las metras gordas. Hacían un bulto mayor. La tornasol amarilla, a esa hora, se veía oscura pero yo seguía apostando por una que tenía el firmamento en todo su esplendor (Lectura Tangente, 15/12/2013, Notitarde).- 

Foto: acuarelistas.blogspot.com 

domingo, 8 de diciembre de 2013

Atributo saudade



Puede que estuviéramos perdidas años atrás cuando descubrimos esa fuente, textura (in) finita que es el amor. Puede que fuéramos los seres más equivocados del planeta. Puede que no halláramos nada y que en esa palabra viviera implícita el anda de aquellas vivencias, gamas de colores que vinieron a robustecer los aromas de la fe en el otro.

Puede que no encontráramos nada y más bien luego continuáramos persiguiendo lo que semejantes ya tantas veces habían localizado; lo cierto es que en esa madeja de hilos descubro los más antiguos, los del pasado reciente, que debo deshilvanar para poder seguir.

Lo conseguido apenas se describe. Salta precipitado y se dispara contra los rincones sin encontrar el centro. A veces corre en la tristeza y por sobre todas las cosas en la sorpresa de sabernos vulnerables a las sensaciones que se van asomando en este andar hacia la transformación.

De pronto algunos años suelen venirse de golpe y como en la leyenda de una de las villas menos pobladas de las Islas Azores, la laguna dividida en dos colores, verde y azul, dan liquida existencia del amor que va más allá, que rompe todo lo racional y viaja como el continuo río de la existencia.

Así me veo entonces en este ejercicio de experiencias y de fe que requiere de su dimensión más libre para enterarse que ha sufrido y sonríe; que se entiende porque ha sido comprendido y que se dibuja en el boceto que apenas es; que apenas fue; que ansía volver en el cambio.

La calma solo llega en ese derrame de afluencias.

La infinita bondad del alma busca los hilos que bien hilvanados hagan ese tejido; que del temblor vaya hacia la figura auténtica del ser.

E imaginamos los nobles intentos que del amor hicieron los gestos que se fueron durmiendo unas veces, otras tantas alborotaron y en ese buscar, dar y recibir, quedaron huérfanos de lo que pudieron haber sido.

La princesa azul y el príncipe verde, o viceversa, unidos, sin cruzarse siquiera en el color, dan vida de la luz que permanecerá en su profunda ternura. Separados y juntos, así van a permanecer.

Nada amado se desprende.

Tres tiempos. Tres ríos. Sólo a uno le pedí lo que ahora brilla.

No pude hacer más.

Cuando los afluentes son trasparentes sus matorrales verdes, amarillos,  tintados de marrones y blancos, se convierten en la música de ese constante porvenir que es el amor, con todo y sus despedidas.

 “… Eu sou teu cheiro a perfumar o nosso amor / Eu sou tua saudade reprimida / Sou o teu sangrar ao ver minha partida / Sou o teu peito a apelar, gritar de dor / Ao se ver ainda mais distante do meu amor…”

De forma continua siento la invitación del pasado y sé las muchas trampas que se esconden tras ella. Por eso perfilo el camino hacia nuevos mandalas, filtrados de mil colores y bendiciones, autoconscientes, capaces de hacerse luz con sólo mirarlos.

Los encuentro porque existen en esa transmisión (hacia ti, estés o no  conmigo) que es un regalo.

“… Estar assim, sentir assim / Turbilhão de sensações dentro de mim / Eu amanheço, eu estremeço, eu enlouqueço / Eu te cavalgo embaixo do cair / Da chuva eu reconheço…”

Siempre sorprenderá como el viaje del amor florece por más selváticas que sean sus aguas, que siguen los caprichosos cursos de los torrentes, vistos desde el aire, capaces de romper toda la lógica humana.

Recorridos los años, sólo se alcanza, dar serenas gracias por todo este puente que se hizo con tejidos tenues, a veces muy duros, por los que hubo que caer sin piedad alguna.

“… Se o teu amor for frágil e não resistir / E essa mágoa então ficar eternamente aquí / Estou de volta a imensidão de um mar / Que é feito de silêncio / Se os teus olhos não refletem mais o nosso amor / E a saudade me seguir pra sempre aonde eu for / Fica claro que tentei lutar por esse sentimento…”


Nada como para entender los sentimientos estar bajo un gran chubasco en el medio de Brasilia y escuchando las canciones Meu Eu em Você, Sensações y Quero Sim, entre otras, de Paula Fernandes, descubrir que la interioridad de ellos es profunda, llena de secretos y vasos comunicantes que los hacen inmejorables (Lectura Tangente, 08/12/2013, Notitarde).- 

Imagen: elbauldemisimagenes.blogspo... 

domingo, 1 de diciembre de 2013

Barbieri: Cinetismo ancestral



María Esther Barbieri en su exposición Realidad Codificada, que se expone en la galería Espacio 5 de la urbanización La Viña de nuestra ciudad de Valencia, pone al descubierto lo que ha sido su galardonado esfuerzo de tantos años: En las cestas, sombreros y creaciones de nuestra cultura indígena, además del origen ancestral, también se revela el movimiento y desenvolvimiento del arte cinético.

La artista desde sus comienzos siempre fue en busca de lo más autóctono. En las creaciones de nuestros indios fue visualizando un mundo insospechado, conjugando sus creaciones con las distintas posibilidades digitales que le brindaban diversos programas de computación. El universo se le expandió y fue así como fue decantando, dentro de su estética personal, líneas que se expresan en simples o complicados laberintos, fuentes, códices, embriagaciones de la naturaleza, fluviales espesos de caminos de selva y hasta estrellas fugaces que siempre estuvieron allí, en la trama del tejido puro de una cesta.

El juego o el abanico de posibilidades son infinitos. El amor por todo este descubrimiento, a la par del manejo de diversas técnicas aprendidas a través de todos estos años, pareciesen haberle aportado una comodidad al trabajar tanto en la cerámica como la impresión digital sobre acrílico, la porcelana esmaltada o el gres con impresión serigráfica. Todas sus obras ofrecen, en esta muestra, una muy dilatada visión de este trabajo auspicioso de las manos de hombres y mujeres, capaces de tejer o impregnar sus sueños desde los rincones más apartados de la selva.

Quizás nadie lo había puesto tan al descubierto como Barbieri: Nuestros indios trabajan un cinetismo originario. Los cortes o la prolongación de los colores, e inclusive, las creaciones en blanco y negro conjugan el movimiento del también llamado arte óptico.

Al entrar en Espacio 5 se puede apreciar uno de los trabajos más ambiciosos de Barbieri: Una instalación con un número importante de alpargatas en porcelana esmaltada, en blanco, rojo o negro, colocadas de forma que pareciesen estar yendo hacia muchas partes. Solo una en el centro es diferente, no es unicolor, es en blanco y negro, y tiene una especie de cruz. Las interpretaciones son variadas de esta obra titulada "Se hace camino al andar". Cruzar diversas y variadas sendas, dentro de una cosmogonía gigante pareciera tener el límite de un solo pie en vez de dos, para alcanzar la unidad humana.

El collar Ye'kuana de enorme belleza, de la serie Makiritare Op Art I y II, las wapas elaboradas en gres, con su armonía ancestral perfecta buscando la armonía de los mundos, los trabajos en acrílico Luna, Trama e Istmos I y II, la impresión digital de sus eclipses y la forma como se revelan las texturas, los laberintos, sellos, chotes y Tótems completan el lenguaje visual de la visión global de esta artista que en el 2009 obtuvo los premios Ciudad de Valencia en el 38 Salón Nacional de las Artes del Fuego y del Instituto de de las Artes de la Imagen y el Espacio.

La historiadora y curadora de la muestra, Marisela Chivico, explica en el catálogo: "La elaboración de objetos en cada cultura viene acompañada de una carga informativa propia de cada sociedad, otorgándole rasgos que a su vez la caracterizan. Estos rasgos se evidencian por medio de códigos que encierran un trasfondo discursivo y expresivo en el cual se cruzan componentes estéticos, míticos, mágicos y simbólicos, en los cuales se deja ver los modos de existencia de cada cultura. Operando en cada objeto y en cada manifestación un proceso de significación, comunicación y creación de sentido, en los que se expresan los rasgos identitarios. 

Un sistema de codificación se evidencia en la síntesis presente en los objetos propios de cada cultura, pero también en la mirada de cada individuo, ya que ésta viene dada por una programación social en la cual ya están establecidos.
…María Esther Barbieri toma la cultura indígena venezolana como referencia para su propuesta plástica. Se acerca a la artesanía, a la cestería, a los tejidos, a los utensilios propios de las etnias no solo por su apreciación estética, sino para estudiar estas culturas la Panare, la Warao, la Ye'yuana y la Yanomami para entender el valor simbólico presente en cada elemento, lo que le permite leer los códigos reales y a partir de allí ofrecer un código estético distinto, bajo la reinterpretación formal, logrando una sustitución de los propios códigos del tiempo y espacio; de igual manera se acerca a los objetos del acervo popular venezolano". 
E-mail: mpradass@gmail.com