domingo, 5 de enero de 2014

Ligeros para saltar (y II)

Un apacible paseo y Arrójalo de El libro de la serenidad de Ramiro A. Calle manifiestan a través de anécdotas y comentarios lo que esa necesidad interior dicta como flama. El cambio parte desde nosotros mismos.

“La mente se encarga de complicado todo. Busca donde no puede encontrar; ansía lo que no puede obtener. Se extravía con suma facilidad en toda clase de expectativas ilusorias. Dice querer bienestar, pero provoca malestar. Siempre está corriendo, deseando, persiguiendo logros. Tiene tanta prisa, tanta urgencia, que no puede jamás disfrutar de serenidad. Aunque nada le quede pendiente, sigue experimentando prisa y urgencia, sigue acumulando confusión y neurosis. No sabe detenerse, aguardar, esperar y confiar. Tanto mira a lo lejos que no ve lo más cercano. No aprecia lo sencillo, lo simple, lo hermosamente desnudo y evidente, como el trino de un pájaro o el rumor de un arroyo o la reconfortante brisa del aire o la caricia de un ser querido. Se pierde lo mejor de cada momento porque está pendiente de lo mejor para después, atrapada en la jaula de la expectativa. Incluso presupone la verdad tan lejos que no es capaz de detectada en la vida misma estallando con su energía a cada momento, unas veces en forma de nube y otras en forma de árbol, unas veces como el canto de un ruiseñor y otras como las arrugas de un anciano.

Deja todo de lado y conéctate con el aquí y ahora. La mente atenta y relajada, perceptiva y sosegada: escucha el trino de los pájaros. Aprecia ese instante como si fuera el primero y el último. No quieras agarrado, ni retenerlo, ni pensarlo, porque entonces escapará o se convertirá en un feo y hueco concepto. Si estás atento y relajado, en ese momento puedes vivir la vida en su totalidad. No hay otra verdad que enseñar.

Un maestro decía: «Ponte en contacto con lo que es»; otro (era Buda): «Ven y mira»; otro: «Conecta, eso es todo»; otro: «En lugar de pensar en lo que es, sé»; otro: «Mira a través de las rendijas de tus pensamientos, más allá de ellos». No es la creencia lo que cuenta, sino la experiencia que transforma y libera. Las ideas no van a procuramos ni serenidad ni lucidez. A menudo confundimos el dedo que apunta a la luna con la luna misma. Incluso la idea de iluminación o vacío es una idea, una obstrucción, pues, un dique.

La idea puede terminar siendo una trampa, una emboscada, un ladrón de la serenidad. Unas personas llenan su vida de ideas; otras viven la vida. Unos consumen su existencia teorizando, discurriendo filosóficamente, pensando; otros perciben, fluyen y viven. Hay mucho que arrojar y, como sabiamente dijo Jesús, no se puede hacer remiendo a paño viejo.

Estamos saturados de modelos, esquemas, filtros. Esquemas incluso sobre la última realidad o la iluminación, que situamos muy lejos, muy distante; no somos capaces de contemplada aquí y ahora, porque sólo vemos nuestros esquemas o modelos mentales. Mencio declaraba: «La verdad está cerca y se la busca lejos».

El logro también es una idea y nos despierta mucha tensión, mucha ansiedad, mucha prisa. Pero nunca se alcanza aquello que tanto se desea. Sólo existe en la imaginación. Por eso uno se defrauda, se desalienta, se desencanta y tiene que seguir ansiando, expectante,
persiguiendo.

Así no puede haber sosiego ni equilibrio. Incluso si de verdad queremos llegar a conocemos (y el autoconocimiento es necesario para hallar el sosiego), tendremos que eliminar todas las ideas preconcebidas sobre nosotros mismos para comenzar a examinarnos como somos, y no como suponemos que somos o queremos ser o los demás nos dicen que somos. Es un buen ejercicio: empezar a sacar la basura de nosotros mismos. Que sintamos, a cada momento, que estamos drenando, limpiando, y todo adquiere otro sentido en esta finitud entre dos infinitudes que es la vida. Las dificultades siguen existiendo, los problemas y las personas aviesas. también, pero en la mente hay calma y un vacío capaz de absorber sin quebrarse. Tomamos el cosmos como la pantalla que nos soporta y así todo es más soportable. No nos hundimos tan fácilmente, porque somos más elásticos, más porosos.

Toma y arroja. Disfruta y suelta. Sufre y suelta. Vive y suelta. Ama y suelta. Cuando se arroja, todo se renueva. Uno está más ligero para saltar. No hay tantos lastres. Nada pesa tanto ni ocupa tanto espacio como las ideas, los trastos inútiles y polvorientos de la trastienda de la mente.


Dondequiera que vayamos, la mente estará con nosotros. Con quienquiera que estemos, la mente estará con nosotros. En una ocasión le preguntaron al gran sabio indio Ramana Maharshi a qué había que renunciar, y repuso: «A lo único que hay que renunciar es a la estupidez de la mente y a la idea de posesión». La gente corre hacia un guía espiritual para que libere su mente, sin darse cuenta de que sólo uno mismo puede liberada, pues uno tiene que encender la propia lámpara interior. Por minoría de edad emocional, la gente persigue líderes de todo tipo, ídolos de barro, desaprensivos y burdos farsantes o mercenarios del espíritu. Todo con tal de no asumir la propia responsabilidad del cambio interior. Dando vueltas de aquí para allá, pero arrastrando los oscurecimientos de la mente. Te vas a la India o a la isla de Pascua o al Machupicchu, pero arrastrando la misma mente, acarreando los mismos impedimentos mentales” (Lectura Tangente, 05/01/2014, Notitarde).- 

Foto: deltoroalinfinito.blogspot....

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