domingo, 23 de febrero de 2014

Introspección

Si tomara la sed como esa metáfora necesaria para dar un conjunto de explicaciones podríamos decir que esa emergente necesidad dictada por el cerebro tiene características claras de lo que hay que saciar con urgencia, pero no es ella ciertamente la que pueda enseñarnos casi nada del momento cuando lo que se requiere es una visión colmada, serena; sin resequedad de la garganta, la boca, el cuerpo; mucho más cuando algunos ritos arcaicos han desacelerado las horas para impulsarlas en una neurosis colectiva para caer nuevamente en la espiral reconocida de muertes, incendios, humo y sus correlativas fases de impotencia, injusticia, verdades-mentiras, mentiras-verdades y mucha desesperanza.

Ofrecido así parece simplista pero es todo lo contrario. Tenemos tal cantidad de material sobre lo que ocurre en nuestro país que la sobresaturación de los acontecimientos y su instantaneidad los convierte en aún más amenazantes y envolventes.

La colectividad entonces no tiene medida y se desborda. En realidad, todo se ha rebosado en nuestra nación y con ello se han arrastrado parámetros que antes permanecían en sus justos linderos en la conservación de un orden, aunque imperfecto, mucho menos demencial.

Volver a los lugares comunes, a los tonos, las exclamaciones, los colores de toda esa última vivencia e insistir en lo que ya sabemos es también una clara declamación de los mismos sentimientos exaltados y acorralados por los que hemos transitado.

La revisión es individual y profunda. Se trata realmente de reconocer, saber y pensar en todo lo que ha sucedido y en lo que estamos dispuestos a cambiar dentro de nosotros. El viaje, la auténtica marcha, es de nuestro cerebro a nuestro corazón. Puede ser corta o larga pero realmente no importa el tiempo que dure lo importante es hacerla cuanto antes.

Frente a todo el caos, toda la rabia, todo el empuje y la fuerza demostrada, gastada, amilanada, perturbada y cualquier cosa que los lectores puedan agregar hay que reconocer, en nuestra introspección,  cuánto de paz interior hubo en todas y cada una de esas manifestaciones, cuánto amor estuvo dispuesto a brindarse; cuál fue resultado de vernos tan frágiles, tan vulnerables o tan poderosos ante todos los acontecimientos.

Por ello, insistimos, está dentro de nosotros, de todos y cada uno de nosotros la clave, para entender en su justa dimensión lo que sucedió, ocurre y pasará en un futuro. Si estamos dispuestos a conocer el fondo de nuestras inquietudes y si las empezamos a canalizar hacia una verdadera transformación que tiene que partir desde lo individual hacia lo colectivo.

Frente a todo ello también hay que entender el fondo de la conciencia y la responsabilidad. Por allí también hay que pasearse para sintonizarnos con todo lo ocurrido.

Sé que muchos en estos días se han reconocido violentos. Otros muchos incapaces de ser tolerantes. Tantos otros fueron atrapados por esa especie de energía altisonante que impulsa sin saber qué es o a dónde dirige nuestro momentáneo destino.

Otros su propia gallardía, su esfuerzo por ayudar y un corazón mucho más bondadoso que el que hasta ahora conocían.

En esa interiorización hay que entrar en la espiritualidad yacente en Venezuela, la que está enraizada en nuestros ancestros, que son fuerza en vida, cuando reconocemos en ellos el buen origen, la serenidad de nuestra vida, los asuntos que debemos solucionar dentro de nosotros mismos cuando los encaminamos mal.

Despertar en la fe de uno mismo significa que al estar bien con las conexiones interestelares de la tierra y el cosmos todo alrededor debe en consecuencia ir encaminándose hacia donde queramos. Para ello hay que evolucionar conciencia, meditado y calmado la sed que a veces queremos saciar con agua de mar.

El dolor enseña a trascender así como las más difíciles y duras experiencias.

Separarnos de lo que no nos ayuda es también una decisión válida.

No dejarse arrastrar porque sabemos de agendas ocultas en casi todos los bandos es apreciar nuestra vida y la de los demás.

Evolucionar implica mucho y todos y cada uno podemos hacerlo y contribuir mucho más de lo que creen.


Lo otro es orar. Desde el corazón. Por la familia venezolana. Con fe. Sabiendo utilizar las palabras porque la interioridad espiritual no admite ruidos y desconexiones groseras con el alma (Lectura Tangente 23/02/2014, Notitarde).- 

Foto: straven.blogspot.com 

domingo, 16 de febrero de 2014

Desafiar todas las leyes


Vivimos tiempos que requieren de continuos desafíos personales. Por ello es oportuno revisar las siete leyes o principios metafísicos universales para ir individualmente progresando.

“Como es arriba es abajo; como es adentro es afuera; como es en el micro (átomo) es en el macro (Universo, sistema solar); como es en lo invisible es en lo visible.

Estas Leyes fueron traídas a la luz del conocimiento humano por Hermes Trismegisto.

Todos nosotros estamos sujetos a los principios universales, estemos conscientes o no de ellos.

Podemos estar a favor o en contra de ellos, pero inexorablemente ellos seguirán cumpliéndose y guiando a la creación, en todo el universo.

Nuestro futuro lo forjamos nosotros mismos, de acuerdo a los pensamientos que tengamos. Si dentro de ti habita odio, eso darás al mundo, si dentro de ti habita amor, eso darás al mundo y lo mejor del mundo volverá a ti. (Ley Metafísica del Mentalismo).

Nos daremos cuenta que Dios no castiga, sino que los ama profundamente alimentándolos con su energía, luz, paz y amor infinito.

Veremos que sus leyes encausan y guían la evolución de sus hijos, devolviéndoles multiplicadas sus obras (Ley Metafísica de Causa y Efecto).

Descifrando el enigma eterno de la evolución, podremos despertar a la única y verdadera realidad del todo, comprendiendo que "Él" es la única realidad infinita, que tiene todo el poder y que la vida en su esencia es substancia inmortal, que nada se pierde o muere, todo se transforma y continua su evolución (Ley Metafísica de la Generación).

La ciencia a través de la tecnología actual ha descubierto que todo el mundo material está compuesto por átomos y de acuerdo a la frecuencia en que vibran, se cataloga el tipo de materia. En la Ley Metafísica de Vibración o Frecuencia estaba enunciada esta verdad hace miles de años.

A través del Principio o Ley Metafísica de la Polaridad se conocía muchos siglos antes que la ciencia actual lo descubriera, que todo en la materia tiene dos polaridades : negativo y positivo ; frío y calor ; blanco y negro; alto y bajo ; etc.

Se sabe a ciencia cierta, que nadie puede decir dónde termina el frío y comienza el calor.

La Ley de la Polaridad nos dice que todo es una cuestión de grados en la escala de los opuestos y que tanto el frío como el calor, el bien como el mal ; etc., son solo cuestión de grados en su escala y en definitiva son la misma cosa, las dos caras de una misma moneda.

En la Ley Metafísica de la Correspondencia encontramos la solución al enigma del microcosmos y macrocosmos. Esta Ley nos dice que como es arriba es abajo, y que la Ley rige tanto en el micro como en el macro; el mundo visible e invisible.

No hace mucho tiempo que la tecnología humana descubrió la verdad de esta antiquísima ley hermética. Hoy sabemos que la parte divisible más pequeña de la materia, el átomo, se asemeja a un sistema solar con sus planetas (electrones) girando alrededor del sol (núcleo del átomo).

Por lo tanto, hoy en día nadie puede negar esta verdad. Las Leyes que rigen el microcosmos (átomos) son iguales que las que rigen el macrocosmos (sistema solar y universo).

La Ley Metafísica del Ritmo nos dice que todo fluye y refluye; que a una época negativa le sigue una positiva. Todo se eleva y cae. Esta es la Ley del Péndulo y en una oscilación toca las dos polaridades, pasando por toda la gama de sus grados.

En el mundo fenoménico vemos actuar esta ley constantemente a través de la noche y el día; la elevación de un pueblo o raza y su posterior caída; el nacimiento y la muerte; la guerra y la paz.

La ley física de Newton (gravedad) muestra claramente cómo funciona la Ley Metafísica del Ritmo, todo lo que sube tiene que bajar.

Ley metafísica del Amor: En esta ley no existen leyes humanas. En la ley metafísica del amor, rige el espíritu Divino de la bondad, de quien lo ha creado todo y el espíritu de la oración, de quien invoca a Dios con firme fe. Cuando ambas se conectan, ésta activa sus vibraciones y frecuencias santas, originando y canalizando un estado potencial de amor en todo el universo, que es absorbida por todo ser vivo que la recibe y se abre a ella. Cuando esto sucede, se desafían todas las leyes físicas, científicas y humanas. La que produce el resultado de lo que se llama Milagro” (Notitarde, 16/02/2014, Lectura Tangente).- 

Imagen: planetaenigmatico.wordpress...

http://angelcristal.galeon.com/aficiones1095641.html

domingo, 9 de febrero de 2014

Como la humedad



Miraba el techo como quien mira por primera vez el cielo. Estaba algo húmedo. Había llovido de más. Se cobijó de nuevo en el sofá y volteó la ver la encendida televisión que nada bueno brindaba a esa hora, a pesar del número de canales y toda la extensa gama de programas.

Con cierta ironía se sabía sumergido en el tiempo, presente, pasado, futuro. Un juego que lo tenía tan cansado que decidió levantarse e irse a  caminar por la corta vereda de su apartamento, que daba hacia los otros vecinos.

El ruido de los aires acondicionados encendidos perturbaba toda la noche natural. Se hartó enseguida. Volvió de nuevo al apartamento. Acarició a la gata que se le acercó para pedirle comida y cariño.

Volvió a recordar la conversación. La inútil conversación repetida a través de tantos años, con rostros y formas diferentes, con disfraces variopintos.

Las bocas que buscaron desunir, pelear, frustrar, mal poner, desbaratar.

A estas alturas de la vida no se podía permitir injusticias y era cierto que habían triunfado lo opuesto pero el ruido, el infernal ruido del miedo tenía el poder de desconcertarlo.

Se acordó de su amigo Ángel, un maestro de las oportunidades, transparente como el agua, que siempre le dio consejos oportunos, necesarios y precisos mientras estuvieron juntos en el cruce de sus vidas.

“Sepárate de la gente que te venga a hablar mal de nadie, que no esté allí para defenderse. Que te diga pero no lo repitas,  pero tú sabes… que te vengan con aquello de te lo voy a contar pero no me involucres; que no sean capaces de dar el todo por el todo, de ir a un juicio si es necesario, por libar negativamente con la palabra”.

Años enteros de aprendizajes. La seducción de una historia a veces puede impresionar, por eso a sus alumnos los sometía a diversas clases de estrés, cuando por alguna razón, en la clase se liberaban los bajos fondos de los cuestionamientos morales de unos y otros.

Cuando la rabia comenzó a desparecer de su vida entendió no que la había domesticado sino que había aprendido de ella su inmenso poder y su más grande debilidad.

La rabia hace revivir y morir tantas veces a los seres humanos que pocos la entienden, poco la canalizan hacia un mejor entendimiento.

Ahora, viendo al techo, nuevamente, hallando los dos hilos de agua, de una segura gotera que debió manifestarse después de colocar el aire acondicionado, supo que la rabia también era un asunto de juventud; de una conciencia poco educada.

Tomó un bloc que tenía para hojas blancas para dibujar y no llegó otra imagen que la de su hijo mayor al que veía todos los fines de semana, una vez separado de su esposa, y después de unos cuantos arreglos emocionales.

Haciendo los trazos descubrió la alegría del amor. Los ojos que eran los mismos que los de su mujer, la barbilla del abuelo materno; la nariz mulata, aunque más pequeña, de la abuela paterna; el cabello todavía demasiado liso, color de niño, color bueno.

De allí pasó a llorar. No lo reprimió esa noche que estaba como la humedad, temblando.

Su amigo Ángel le había hecho hacer una cosa de que siempre estuvo arrepentido y fue una vez en la vida enfrentar a un grupo de gente que con toda intención repetía, a escondidas, las mentiras recreadas para dañarlo y acobardarlo; hacerlo vulnerable ante sí mismo y los demás.

Acababa, entonces de descubrir, que pese todas las consecuencias, fue lo mejor que pudo hacer. Marcar la diferencia en el rebaño de sombras que tanto gustan imitarse unas con otras.

La gata no lo dejaba. Lo perseguía por el apartamento y se acostaba discreta muy cerca, sin rozarlo. Por supuesto, la intensidad de su amor, se volvió un eco de maullidos en la cocina, pidiendo comida.

Cierta paz interior lo invadió y creyó por un momento que era algo externo.

Fue un ruido que se calmó.

Lo logró después de meditar un rato. Tratando de no pensar en nada. Sintiendo a fondo su respiración.

Amor o miedo, todo se reduce a estos dos conceptos, que se alimentan de muchos otros.

Conceptos, emociones, conciencia o inconsciencia,  la existencia está para vencer al segundo y ganar aquí y ahora el primero (Notitarde, 09/02/2014, Lectura Tangente).- 

Foto: www.ecologiahoy.com 

domingo, 2 de febrero de 2014

Desambiguada


Tan equivocada que pensé que era siniestra.  Allí estaba expandida cual flor de loto en el medio de un jardín que figuraba tierno pero no lo era. Es el parque mas idílico que he visitado y fue en pleno invierno en Omaha; el agua helada colaba hacia el lago que ya estaba congelado pero por alguna y caprichosa razón ese pequeño cauce no lo estaba y era blanco, repleto de verde, atascado de amarillo y algún excéntrico rojo bordeando las piedras que lucían jugosas, aquella tarde en que no tenía ningún problema en quitarme la ropa y sentir la nieve entre mi piel.

Al encender la hoguera estuvimos tratando de retener la imagen. Imposible. Su lenguaje estiró lo incomprendido.

La habitación del hotel gemía en uno de los peores inviernos que azotaron en sesenta años y pese a todos los pronósticos, los tres, nos cobijamos en la orilla de la ventana. Prohibido salir. Eso era lo que más queríamos.

Y lo hicimos, siempre, a la mañana siguiente. Cuando el sol medio, o medio sol, o esa cosa desprovista de luz que enceguecía apenas se asomaba, permitía ir a calentar el vehículo que tardaba alrededor de media hora en encenderse, mientras alborotábamos a las escasas ardillas del lugar y veíamos, el estupor, de quienes de seguros ventanales nos percibían como locos latinoamericanos; tal vez árabes; incestuosos de alguna que otra orilla.

Los tres éramos felices. Ataviados con chaquetas, con el gusto de sacárnoslas y dejar ante la luz de la nieve las pieles que nos recubrían. Desnudarse era el atroz deseo de la caverna. No lo podíamos hacer pero liberábamos los tejidos hasta tener fino contacto con el frío.

Jamás entendí por qué vivían apartados. Allá los nativos.

La nieve tiene un paisaje manso por eso muchos se refugian en las salas de cine que tienen de veinte en adelante a dispararse la ilusión cantada.

En ese momento era el estreno de Titanic. Tres horas de drama, más frio y la mayor alforja de cotufas.

Los primeros planos se me hicieron planos y vi la vida desde los pies colgantes del mar lento de la Antártida.

Abracé a mi esposo. Los dos, con todas las fuerzas, a nuestro hijo. No volvimos a salir al invierno y yo lo lamentaba mientras preparaba café en la pequeña habitación y miraba por la ventana como esos diminutos, hechiceros, y hasta artísticos copos de nieve eran capaces de almacenarse en metros que no dejaban cruzar hacia la otra orilla.

La soledad del frío era intensa. Nadie caminaba por las calles anchas y blancas, con apellas rayas sucias por los cauchos de los automóviles y camiones.

Todos estaban refugiados en lugares cálidos. Librerías, bibliotecas, aulas, restaurantes, tiendas de pan, lavanderías, cines y los más diversos lugares que servían de refugio.

Pero empecé en este relato con una figura distinta al recuerdo.

Tan equivocada que parecía siniestra.

Así de básico es todo esto.

A lo largo de la vida conocemos gente que anda por allí desambiguada si es que esta palabra existe y la acepta el diccionario.

En la polifonía de los caracteres llegó esa trufa inminente de obstáculos que se cruzan en el camino cuando el reacomodo intenta ser feliz.

Todo lo que rompe duele.

Todo lo que se acerca y es permitido tiene consecuencias.

Todo lo que miro en el día de hoy que fue sin ser es asquerosamente la imagen del duelo del destino.

No importa nada. Vendrán siempre a robar.

Y todo importa, pero la clase estuvo mal instruida.

Lo que pervive es el buen recuerdo, la nieve, ese manto de agua que venía y se iba sin detenerse. Que quería nuestros cuerpos pero fue incapaz de asaltarnos porque había un respeto de luz, sin tachadura, sin mordedura; con todo el alivio de sabernos eternos.

Ciertas calles del centro respiraron al Lejano Oeste pero la nieve se encargó de sepultar el dolor, todas las veces que éste se levantara e intentara persuadir a los distraídos.


La música se detuvo: supimos que las ardillas son puentes entre el sol y el río; que es mentira la eternidad del deseo porque este jamás sobrevive y que el amor, sin distracciones, tuvo Nevada adentro fuente reservada (Lectura Tangente 02/02/2014, Notitarde).-