domingo, 15 de junio de 2014

Luna


Se ha mostrado disipada en este junio. Nubes muy blancas la cubren, algunas veces tenues, otras un poco más espesas. Pero el aire las revuelve rápido, con la sonoridad que solo puede escucharse en la oscura claridad de una noche y en el silencio.

Cuando por fin se muestra es refulgente. Algunos podríamos decir que hasta celestial. La gente de la mar y de los campos le piden, mucho más que la de la ciudad, y son tan sencillos esos clamores, tal vez los mismos durante tantos siglos, que para ella es fácil derramar con toda su influencia la concesión de esos  deseos.

Mes a mes, años, siglos; el intemporal propósito, la muestra, muchas veces, y en apariencia, sin enseñarnos nada de ella. Y no se trata de un misterio romántico o pletórico. Ella, la luna, tiene fases, más comprensibles, aunque todos se concentren en su enigma, porque como  (deficientemente) se interpreta tiene un lado oscuro y un sonido que escapa a lo conocido por los humanos. Creemos, entonces,  en la ignorancia de reconocernos fuera de ella, sin ella, por la distancia; cuando ella en verdad es puro acercamiento. 

Las mismas peticiones, tácitas en el corazón, han sido escuchadas con la serenidad que ella arroja en su visión. Su calidez blanca. Su piel transfigurada, su origen por nosotros y para nuestra perfecta evolución en la tierra. 

Tiene una danza constante, día y noche, en la que afina todos y cada uno de los puentes, con unos movimientos seguros, expuestos a la alegría, a la meditación, al cruce de los pájaros por los horizontes, que guían hacia el nido, a la morada sin miedo, que brinda esta existencia.

Un repaso por nuestra historia y por nuestra geografía abrupta, poco placentera, plena de formas sin sentido, sería suficiente para salir huyendo de nuestra órbita. Pero las interpretaciones no caben en su alma. Los seres humanos cimbrean su paso por esta tierra.

La luna, tan importante en nuestra vida, pasa desapercibida, como el sueño de no despertar, de luchar en contra la existencia, que es paz,  serenidad; mezcal de una faena realizada sin esfuerzo alguno, porque nada más hay que ser. En el aquí y en el ahora. 

Si ella contara su historia, brazadas impresionantes de luz, escucharíamos el sonido silente de un vuelo que desea pasar rasante por nuestra vida para alimentar el fuego de la dicha que se colma a raudales en nuestro cuerpo material, haciendo inmaterial ese momento de conexión, de elixir pleno con nuestros puntos de luz internos.

Pasaría por alto el tiempo perdido, los años que no existen, las vidas que fueron desperdiciadas y las que causaron daño a todo su alrededor. Volveríamos a ser su manto, su brillo; su desnudez.

Reconoceríamos que su lado oscuro es reposo y que ningún mal alimenta sus ciclos pues ella es un gozo, fácil de visualizar, de querer; de sentir. 

Los océanos tienen comunicación perfecta con ella. Los peces quizás sean sus manifestaciones favoritas porque viajan con ella, sin oposición, por todas las corrientes que ella inventa en su profunda e inmaculada creatividad.
Roja, anaranjada: empequeñecida; gigante, ella permite la iluminación de los seres humanos, el despertar de su conciencia y corazón. Canta, baila; magnetiza naturaleza y designios por igual. 

A cappella emite su fuerza. Tiene rasgos de deidad pero por sobre todas las cosas es un espíritu sereno que debemos llevar en el corazón sobre todo cuando hay energías deambulando por la verdadera oscuridad que está en la tierra, en este globo terráqueo, dinamitado de intereses ajenos al bien universal.

Luna de mitad de año. Hermosa. Silente. Diáspora de fuentes ancestrales. Concentración de origen. De día o de noche hay que meditar en ti, en tu grandeza. Reflejo inconmensurable del comprender. 
Foto: 
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