domingo, 27 de noviembre de 2016

Cuerpos celestes



Poco a poco lo vamos descubriendo: Los habitantes de este mundo vamos por rumbos inconexos: los hombres y las mujeres por la gran variedad de caminos que existen y, los medios de comunicación, la verdad, haciendo un papel,  buena mayoría de veces, desenfocando la realidad, a la que no juzgaremos ni agregaremos adjetivos, para bien o para mal.

Hay una novedad y es mundial. Ahora no se reflejan las encuestas ganadoras. Esto es una improvisación aunque la verdad conociendo fondos e intereses más bien parece cirugía con  nuevo bisturí, en el escenario tecnológico, que casi no permite maniobras. O, más bien, la manipulación más amplia y decadente que pueda palparse: proyectar la falsedad como verdad, desconociendo los principios que además parecen inexistentes.

Desde hace unos diez años hemos visto que en cuanto a elecciones presidenciales se refiere, para referirnos al magnate que ahora es el presidente de EE UU, los medios han jugado a presentar cosas que no son. Esto no es nada nuevo. En nuestra historia (in) humana, hay miles de libros  que garantizan cosas que no son verdad. En arqueología, religión, astrología, arte, ciencia  -y no seguimos enumerándolos para no presionar este escrito- la supremacía de la mentira ha sido palpable.

En nada se busca confabularse entre los nidos de los intrigantes.

Si el ser humano ha ido de poder en poder haciendo todo cuanto le plazca para sembrar en el reducido espacio del ego las farsas que se van desmoronando mientras vamos despertando, es lógico temer lo indeseable.

La vida tan corta de unos y otros hace casi descubrir que nada o poco importó…
Los medios de comunicación no engañan: dejamos  que se desnaturalicen porque no nos importan. Y aunque no lo admitamos o no lo queramos ver; nos interesan cada vez menos, tal y como los conocimos hasta ahora.

¿De qué sirve disfrazarse de libertad cuando conocemos, todos, al amo?

La tecnología permite una libertad de escogencia que aunque no   encuentre, en primera instancia, la profundidad ordenada que quisiéramos, como capítulos de un libro, poseemos tal bagaje que el sentido común apenas ayuda a entender el todo.

Noticia de estos días es que  los hombres billonarios y los gobiernos de los cuatro o cinco países más poderosos del mundo les ha dado por aquello de poseer los cuerpos celestes. Resulta que tienen cohetes baratos para llegar fácilmente a nuestro satélite.

Es decir, en el siglo pasado, fueron a la luna mintiendo sobre la supremacía científica cuando se trató de control militar y, después de muchas especulaciones sobre lo que allí sucedió y por qué se dejo de ir, viene el siempre eterno negocio: ir hacia el astro para arrancarle minerales estratégicos, sentar bases e ir llevando turistas millonarios.

Y ya  se están disparando las garotas financieras: ricos, científicos y políticos del mundo dirigidos hacia ese objetivo, con las súbitas mujeres desnudas de por medio, no lo duden.

Ofreciendo la luna, como si les perteneciera. Y la verdad que el comentario es ingenuo porque así como la ignorancia es atrevida, el control por todo lo que no controlan es tan desconcertante, que hasta enriquece el alma.

Y la verdad es que creo en el corazón, por sobre todas las cosas.

Ojalá no existieran límites para poner en práctica otras cosas más sencillas.

Tontos y útiles.

Útiles y tontos.

Como siempre, los duros de corazón,  creen que todo lo que conquistan es inerte (aún no se entiende que la tierra es una energía que se mueve como el mar y como el aire).

Imagino a esa repulsiva repartición; además, en el lado oscuro de la luna, con luces led iluminando todo el escenario.

La materia oscura además, no tiene nada que ver con nuestra oscuridad.

Y si los hombres desmembranan la luna,  ella verá como retornar su canto de luz y noche profunda.

Pero todavía  van más allá. Intentarán habitar el planeta de la guerra como si a la tierra no lo hubieran convertido en eso.

Desconociendo. Atropellando.

Nada nuevo. Hemos aprendido muy poco.
¿Qué queda?

La respuesta es tan sencilla que se impregna de arcoíris: todo por delante.

Empecemos.

Al  plato de arroz con carne le hemos quitado la proteína.

Podemos consumir éste cereal solo.

¿También se acabó?

Tendremos que mascar entonces el cilantro, hierba con el que realzábamos su sabor, aromatizándolo.

Es decir, sobreviviremos a todo.

Pero hay que ir despertando, de una buena vez (Notitarde, 27/11/2016, LECTURA TANGENTE).- 

 (http://www.notitarde.com/cuerpos-celestes/lectura-tangente/2016/11/27/1038189/)

domingo, 30 de octubre de 2016

Amor y desapego

Nadie quiere la noche fue la última película presentada al gran público en 2015 por Isabel Coixet, mujer del mundo del cine al que hay que reconocerle un compromiso distinto  al de muchos de sus colegas, debemos agregar, hombres en su mayoría, aunque este comentario tan solo busca ser real, no insultante.

La historia se concentra a principios del siglo pasado y se basa en personajes reales aunque el relato no es fiel a ninguna de las biografías más o menos conocidas del matrimonio conformado por  Robert y Josephine Peary, y unos personajes que ennoblecen la trama como el caso de Allaka, y otros que aportan solidez como Bram Trevor.

Once años después de ver La vida secreta de las palabras (aunque ella ha realizado otros diez proyectos entre películas y documentales)  la escritora , guionista y directora de cine,  aparece con una cinta difícil de hacer, porque se trató de recrear el frío ártico y los largos e impenetrables seis meses de oscuridad, venciendo también, con críticas a favor y en contra, su concepto creativo, colosal e intimista; frío y emotivo, a la vez.

Josephine, interpretado por Juliette Binoche, es una mujer que va en busca de su esposo para intentar acompañarlo en su expedición al Polo Norte, pero llega tarde. Su afán además de formar parte de su compromiso como esposa y madre de sus hijos también contiene el deseo de no ser olvidada por la historia, puesto que las fotos eran las únicas testigos de las hazañas, concediendo la figuración o la invisibilidad.

En la cinta, Robert Peary, es un personaje fantasma. Se adelanta a la ida y al regreso. En la vida real  fue reconocido por la Sociedades Reales de Estados Unidos y Londres por su tenacidad, la cartografía de las nuevas tierras y su descubrimiento, en 1900, de una tierra localizada al oeste de la Isla de Ellesmere,del cabo Morris, al que él denominó Jesup. Rodeado de controversias le fueron reconocidas (y negadas), hazañas en la que su esposa no aparecía.

En la vida real ella tuvo el rol de él en esta película.

Pero más allá de esta historia  de exploradores contada de forma inclemente, como el frio que hace que el espectador pierda toda noción romántica (si es que acaso alguien la guarda en su alma) del invierno; subyace el verdadero principio y razón del filme, el encuentro de la esposa y una amante de él, llamada Allaka (Rinko Kikuchi), en una confrontación de sentimientos y culturas que chocan en su forma de ver el mundo.

Mientras la esposa reacciona como se supone lo haría cualquier mujer, la personalidad de la inuit (que al principio raya en una especie de encanto discordante hasta alcanzar una convincente humanidad) genera el verdadero interés escudriñador del filme.

La relación de estas dos mujeres, solas, en una tierra incalificable, porque inhóspita le queda pequeña, va creciendo en la medida que van pasando los meses de enorme soledad, vacío, hambre e impotencia ante la naturaleza.

La fuerza y la obcecada entrega que mostró Josephine se va debilitando al calor, al refugio y la necesidad de subsistir. La mujer que se resistía en el Polo a comer y vivir como las etnias que allí sobreviven, es salvada por el paciente amor de la mujer a la que no puede odiar porque juntas hacen posible el nacimiento del hijo de Robert Peary, quien junto a su ayudante Matthew Henson, en la vida real, embarazaron a mujeres inuit.

Inviernos  y veranos dictan conductas similares. Pero hasta ahora el sol hace querer más a la noche.

La incomodidad, los sueños, los desvanecimientos, la irrealidad que se va tejiendo en la cabaña y posteriormente en el igloo relatan el crecimiento de los personajes. Dos mujeres unidas por lo que debería acoplar por igual a los hombres, los hijos, sin importar las que se volvieron de por si estériles circunstancias de su nacimiento.

Relato de amor y desapego a la vez. Difícil de contar y de allí el mérito de Isabel Coixet y todo su equipo.

Peary escribió  un par de libros sobre sus experiencias como explorador y en el 2000 se realizó una película titulada Gloria y Honor  basada en estos relatos.

Por su parte, Josephine escribió Mi diario Ártico, El bebé de la nieve (como los esquimales llamaron a su hijo al verle), y Niños del Norte. Escritos entre 1893 y 1993.

La cinta no es un homenaje a ninguno de ellos. Pero si lo es a la esencia humana que en condiciones inclementes saca lo mejor de sí.

A la directora catalana también le tenemos que agradecer su sinceridad y que haga las cosas tal y como ella desea, sin esperar a cambio más que la satisfacción de sentirse cada vez más libre en el difícil oficio del cine (Notitarde, 30/10/2016, Lectura Tangente).- 

http://www.notitarde.com/amor-y-desapego/lectura-tangente/2016/10/29/1033753/ 

domingo, 2 de octubre de 2016

La ciega condición de la luz

El Playón, Armando Reveron

Una playa blanca, en un sueño, que nada tenía que ver con el playón de Armando Reverón me hizo despertar días atrás, con alegría y vitalidad. Esa misma mañana, horas después, escuché a una mujer mayor decir tres veces una palabra que describía su estado de (continuo) ánimo y pensé en el terrible e inconsciente  dominio que les damos.

Al observarla entendí lo que somos todas las mujeres, crecidas y muchas veces resumidas, en  hijas, madres, tías, nueras, suegras, abuelas, nietas. No importa el orden del rol. El asunto es la palabra.

J. M. Briceño Guerrero, filósofo venezolano, escribió un libro juguetón y entrañable llamado Amor y terror de las palabras, uno de los pocos libros que me llevaría a algún destierro, en las que describe el poder y la fuerza que estas tienen. El impacto que recibimos desde el mismo momento que la sonoridad y la comprensión, se juntan.

¿La noche devoraba todas las cosas nombradas y organizadas por el verbo hasta que el alba les restituía su significación? Recordé la magnolia y la imaginé fuerte, poderosa, bailando al viento esa pequeña danza suya tan parecida a la danza de las cobras…” (41)

Fue entonces cuando comprendí el rostro de aquella mujer. Sus surcos dentro de la delgada piel. La expresión de sus ojos, hasta el olor de su cabello y su piel. Vi a sus nietas  descobijando el frio y sus pies desnudos tendidos en el aire.

Los huesos, músculos y tendones vibran con cada tino o desacierto de las palabras. La cultura decadente enseña a medirse en el miedo. Por lo tanto, fracasa la precisión, vibran las equivocadas razones del rumbo emprendido.

Cocoteros y playas, obras del pintor de la luz, tenían justamente la sustitución de la fuerza de los colores. La vacuidad, la ceguera de la misma fibra que compromete el raciocinio fueron la poesía de sus trazos.

Nunca había visto un cocotero blanco hasta que vi una obra de este hombre que vivió muy cerca de mi posterior respirar, por allá en Macuto, concretamente en Las Quince Letras, donde tenía un palacete de paja y un sinfín de rincones nutridos por el mar.

Así como Pablo Neruda en su casa en Isla Negra, salvando la distancia entre la colección de objetos, el lujo o la sencillez de mirar dentro todo lo que está afuera o viceversa, nuestro admirado artista catalogado de demente, tenía el barro, el trapo, la tinta de los excrementos y el sueño regurgitado de su mente.

La playa a la que ascendí no era la ciega condición de la luz que hemos, para variar, malinterpretado.  

Era la familiar trascendencia de las señales.

Horas después esa abuela me dijo que estaba cansada de cuidar nietos, porque ellos la agobian, la sobrecargan en sus debilitadas fuerzas, que buscan la serenidad del regreso.

-      No busco llegar al útero. Busco llegar a la orilla.

Nada más decir esa última palabra y sentir que mis pies se habían llenado de barro húmedo y sensible, fueron dos cosas simultáneas. Me encanta ese sonido que me lleva al vaivén del agua al llegar; ese retirarse para volver.

La verdad es que no me gustan los viejos quejosos. Las personas de edad que están apesadumbrados. No me gustan los pesimistas, Prefiero a los locos que actúan con la libertad de ser y por lo tanto no están dementes.

Sentir las quejas es sentir el dolor de lo que no han podido ser y las costumbres que, junto con los años, tienen una fuente parecida a las telenovelas: todo fracaso o chisme hay que celebrarlo como exagerado drama.
Cuando en la tarde, fui a celebrar el atardecer de ese día, me encontré con otra mujer, también mayor, culta en la cuenta del rosario que no se separa de sus manos y en la reminiscencia que consagra a recordar todos los seres fallecidos.

Nos tomamos un par de agua de coco juntas y celebramos el líquido salobre de las entrañas de las palmeras.

-      ¿No te quejas nunca, Chepina?

-      No tengo tiempo. Me quedo dormida en mis rezos. En otro día s eme olvidó a Antonio y tuve que comenzar de nuevo el Rosario. Después, me di cuenta que no había nombrado a Rafael y nuevamente empecé. Así estuve por horas. No sé en qué andaba mi cabeza.

-      ¿Usted ha visto algún coco blanco como lo vio alguna vez Reverón?

-      - ¡Ay mija!, ese hombre fue como muy bonito y yo la verdad lo único blanco que he visto es mi mente cuando invoco a San Miguel Arcángel y él se me aparece dulcito, como la miel (03/10/2016, Notitarde, Lectura Tangente).-

domingo, 4 de septiembre de 2016

Estados de fuego



Fauno
Al ir caminando por un parque al que no voy a nombrar ni colocar adjetivos porque no quiero que esta historia se doble a favor o en contra, lo vi y pensé en ti, no importa mucho por qué. Sentí un temblor y pedí la bendición, como si de mi padre se tratara. La escultura  rodeada de flores. Circulo de colores, rojas y amarillas, bien cuidadas, por expertos jardineros. Se me exaltó la sensibilidad y te recordé sentado en los anchos sillones negros, conversando. Los tres amigos que somos.

Tus pies reposados en una  aparente mesa pequeña cuadrada que una tela hindú disimulaba con elegancia.

Era una caja de cartón con la que me dijiste: “Esto es para no olvidar de dónde vengo”.

Lo que estaba tomando, más caliente que el agua, esa noche, se derritió en mis venas.

Entonces comprendí frente a quien estaba.

Al fondo, tu madre, respondiendo al hermoso encuentro que fue tu ser. Tu mamá valiente, al llegar a esta Venezuela arisca, a la que jamás demostró indefensión. Llegar del invierno europeo a Maracaibo no debió ser nada sencillo. Sin saber idioma, ni los aromas manoseados del petróleo –ya en ese entonces-, ella te hizo sin límites.

Apoyé también mis pies en esa mesa de cartón y supe del universo de hallarte como el hombre afortunado que eres.

La noche transcurrió en esa sala de negros y rojos, cargada, muy abarrotada, de creaciones. De hombres que cimbraron sus sueños al arte, al hierro, al oleo y al caballo de apenas líneas gruesas y delgadas, que se transfigura en un intento basto por atrapar su libertad.

Brotes. Raíces. Árboles gigantescos. Seguía recorriendo los senderos y te  recordaba a través de la escultura del Fauno.

Los pies vueltos raíces. Una culebra subiendo por sus piernas que recita: no hay reptil que resista soplos de sabiduría.

El resto del cuerpo atlético del Fauno, vaciaba una cierta arrogancia.
Barba sobre el pecho, cabello ensortijado, actitud desafiante a pesar del brazo izquierdo cortado.

Sin duda, una herida importante, trascendida.

Pero es que donde estas  te encuentro conectado con las estrellas.

“Lo más fácil del mundo es envenenar y lo más sencillo dejarse envenenar”, me dijiste muchos meses después.

El mundo por lo tanto, espacio abierto, no tiene cabida a las conspiraciones, por eso, apoyando los pies, allí, donde estaba el espacio invertebrado, me vi llena de arrugas, como una india muy antigua, repleta de las luces que se arman alrededor de los ojos, estrellas abiertas hacia toda la luz que hay que tomar de la noche.

Porque alguien susurró aquello de  buscar luz en la nebulosidad, antes que de que midiese la materia oscura del universo.

Fauno me observa los días que voy a verle, con su insurrecta verdad, aunque en el fondo, me ha concedido el permiso de interpretarlo.

También su cuerpo curtido por otras muchas heridas da a entender que engendra las buenas ramificaciones del tiempo, flores abiertas a la vida.

La piel de su escultura es bastante blanca y, por el tiempo, ha sido curtida por el negro verdáceo que tiñen ciertas piedras expuestas a la lluvia y el sol. Años, con sus crudas cuatro estaciones, lo hacen aún más poderoso.

Cuando se derriten, las hojas, forman fuertes aromas.

Pero él es agreste. Firme como la voluntad de un pájaro.

Y su pecho lo conforman suaves nidos.

Pero no presume de su importancia.  Más bien la desafía. Y en eso ha estado jugando –y juega- desde que se (medio) conoce a sí mismo.

Como aquí en la tierra a los hombres les ha dado por matar a Dioses y vivir en la vibración más baja del universo, sé que el trata de contagiarme de cierta aprehensión, desde el rostro que el artista le colocó.

Pero cuando miro sus ramas no me equivoco.

Anclado en la tierra emite las dulces notas musicales de la heredad fértil que me conduce por ríos hacia el mar.

Quizás tú no has podido con eso y por eso te brotó tanto deseo.

Deseo que tratas de apagar con fuego.

Tienes razón. Así se apaga. El asunto es que  no hay por qué hacerlo.

Las flores se abren para no volverse a cerrar. Y siempre vivirán. Retornarán de múltiples formas y colores. Como todos nosotros. Puertas abiertas. Ciclos de puentes. Formas de luz a las que  transformar en mayor luminosidad.

Eclipses de soles y lunas detallan más que breves periodos de reflexión. Le cuentan a nuestras células episodios que buscan llegar al universo perdido, porque así lo hemos querido en este desafío que es vivir.

En tus periodos de fuego he aprendido, como Fauno, a bendecir la vida porque ella está para eso y mucho mas (Notitarde, 04/09/2016, Lectura Tangente).- 

domingo, 7 de agosto de 2016

Meowth


No sigo juegos digitales. Soy de otra generación. Pero tengo que confesar que le pregunté a mi hijo cómo era qué se cazaba un Pokemón, de acuerdo a los últimos acontecimientos noticiosos y la insistencia fallida, como periodista, de querer saber todo cuanto sucede, para a la final  decretar, dentro de mí, que hay poco  inspirador, por mas eventos que se autoproclamen serlo. 

Había leído tantas informaciones que mi interrogante tenía que ver con saber quién había “sembrado” (argot policial) o colocado, esos bichos por allí, donde quiera que son atrapados. Me imaginaba un enjambre de ociosos colocando a esos “monstruitos”,  en cada lugar, verosímil o no, por los que aparecen.

No había entendido que era asunto virtual. Mi hijo hasta me hizo copiar el juego para que en mis ratos libres  empiece a mover las piernas,  cazando esas cosas tan raras que entusiasman a tanta gente en el mundo. No tuvo mucho éxito su intención porque al día siguiente borré sin piedad la gran proeza de haber cazado a un tierno-maligno Meowth, cuando estaba delante de mí, interrumpiendo mi paso, hacia un maloliente río empozado.

Sin culpa, saqué el escaso éxito de mi record y nada pasó en el mundo real ni en el imaginario.

La realidad virtual acecha al hombre desde siempre. Basta con abrir un libro y, al leer, observar que en nuestra mente la ventana del relato cobra vida. La descripción y la narración de los sucesos hacen que cada quien lo perciba en ese espacio intemporal que no sabemos dónde está, que no se puede palpar;  especie de sentido maestro al que toca desarrollar.

Verse en un espejo, mirar el paisaje de un rio o un atardecer en un mar tranquilo como el que se respira en agosto en casi todos los lugares del planeta son ejercicios cotidianos reveladores de que la realidad virtual es una constante, fijada e inadvertida, buena mayoría de veces.

La mente conserva el gran modelo de la virtualidad. Desafía y buena mayoría de veces  juega a guiar y desenfocar todo cuanto queramos profesar o descreer. 

Los recuerdos son parte de lo mismo. ¿Cuántas veces llegan,  se repiten, e incluso adoctrinan buena parte de lo que se pretende entender o profesar de la existencia?

Las ondas electromagnéticas generan la virtualidad (en cuanto a la realidad construida mediante sistemas o formatos digitales) más cotizada de la humanidad y aunque todavía tenemos mucho por aprender del conjunto de tejidos interactivos de las redes, a las que siempre tendremos que observar con sospecha, por sus orígenes; hay que reconocer que se usan para asuntos no tan banales, como en un anterior artículo comentábamos sobre Facebook.

Si bien es cierto que muchos lo usan para generar una especie de diario (borrando su rol intimista) para compartir y generar reacciones, cualesquiera que sean, hay personas o grupos que interactúan socialmente para también organizar respuestas, levantar conciencias y forzar el despertar de la insustancialidad, que siempre será un buen intento.

Permite lo virtual conocer y enfrentar. Observamos planetas desde distancias de años luz pero no vemos lo más importante: lo que tenemos delante de nosotros, porque la necesidad  de trascender hasta dentro de la misma trivialidad,  revela la gran necesidad global de cambiar paradigmas educativos y comunicacionales.

Otro asunto tiene que ver con la necesidad de almacenar y  resguardar la virtualidad porque ella tiende a irse de las manos con mucha mayor rapidez que otros muchos soportes inventados por el  ser humano.

El héroe principal, Pikachú Yellow, tiene círculos rojos en ambos cachetes y es un dibujo animado bastante tierno. Sin embargo,  como los juegos crecen, mientras sean negocio,  hay alrededor de 721, incluidos unos personajes llamados Acero y Siniestro. Los entendidos en el juego recomiendan huir de los Pokémon salvajes, siempre.

Encargo oportuno para cualquier país de la faz de la tierra.


Por supuesto, como en nuestra Venezuela vivimos  realidades paralelas, inyectadas desde los equidistantes polos terrestres, aconsejo evitar otra más. A la final, estos bichos no vienen a traernos comida. Por el contrario, algunos se ven bastante  ávidos de poder. No es que tengan sed o ganas de alimentarse con nuestros ya escasos recursos,  es que tienen la ambición de quedarse, en la existencia aparente, opuesta a lo real, en lugares insospechados donde deben cazarlos y, eso es, desde ya, un deseo muy revolucionario que no admite el código binario de la luz, sencillamente, porque no podremos controlar las muchas maldades que se avecinan (Notitarde, 07/08/2016, LECTURA TANGENTE).- 

sábado, 6 de agosto de 2016

Hiroshima







Lo recuerdo más allá de mi memoria porque antes de suceder ya mis sueños habían hablado: mar espeso peces muertos,  significaba lo que yo ni con mil Budas a cuestas hubiese podido descifrar. Tardé aun más en descubrir lo sucedido. Tanto dieron que inventaron una ira tan descomunal que deshizo por igual, hierros cercanos y mi dentadura. Todavía me duelen las encías y sé que soy egoísta porque primero pienso en mis dientes antes que en mis ancestros, mis tres hijos y marido que también se derritieron en el aire.  Cuando entendí que era inútil buscarlos, me dormí, nuevamente. 

domingo, 10 de julio de 2016

Cuerpo a la vida

Lo más parecido a morir es tener que entrar, o más bien que nos lleven, a un quirófano. Después de la silla de ruedas está la amplia camilla y, encima, una luz redonda y enceguecedora que pronto no veremos, porque ya nos habrán drogado para continuar los expertos con la extirpación del mal por el que allí descendimos. Las mujeres además somos capaces de permitir esa muerte a medias a través de la cesárea por la que nacerá un ser al que hemos estado gestando. Y así empiezan muchas contradicciones en el precario entendimiento de la existencia.

Cuando despertamos de esa muerte selectiva, aún con el dolor más rabioso, sabemos que la vida nos dio la oportunidad del regreso, que los químicos no pudieron dominarnos y alcanzamos así una resurrección rara, pero al fin y al cabo, un renacimiento, para continuar en la coexistencia; con todo lo que vinimos a hacer aquí, lo descubriéramos (aún), o no.

Pero la sociedad actual sufre de un drama mortuorio. Mientras hay países que no parecen haber aprendido nada de humanismo y, por el contrario, hacen diariamente brutales carnicerías para propagar el odio y la intolerancia, hay otros que sencillamente están anestesiados. Y aunque la anestesia sea estándar (hay diferentes clases, dosis y marcas que revelan sus grados de opacidad), también hay que reconocer que también las personas que conforman las colectividades no son las mismas, porque recordando geografías y trópicos, es que medio se alcanza a entender algo de cuanto ocurre.

Anestesiados por la droga que ya se consume en demasía de muchas y diferentes formas. Por la politiquería. Los ciudadanos han sido arrinconados por las ventas. Las nuevas tecnologías existen por ellas y los seres humanos se han acostumbrado a ofrecerse como si fueran mercancía. Bultos apenas en una sociedad de consumo, alérgica a los tratados globalizadores de bien común, observándolos como sospechosos.

En naciones donde se han hecho notables esfuerzos por educar y humanizar, desde pequeños, a sus individuos, viene después la precinto de entender que toda la teoría es una ficción y que la realidad es la asquerosa circunstancia de encontrarse con un grupo dominante capaz de llevar a una mayoría por el despeñadero sólo porque privó el egoísmo de siempre, la astucia; las relaciones entre los todopoderosos. Todo eso mientras tu vecino golpea con fuerza las paredes y los del frente, violando ordenanzas municipales, dentro de una casa, tienen un ruidoso negocio que no te deja dormir. 

Pero tal como escribió Eric Fromm en ¿Tener o ser? : “… la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano. Sin embargo, esto sólo será posible hasta el grado en que ocurran grandes cambios sociales y económicos que le den al corazón humano la oportunidad de cambiar y el valor y la visión para lograrlo” (1997:28).

Los cambios han sido muchos desde que este filósofo escribiera su análisis humanista. Sobre todo tecnológicos. ¿Ayudan?: más bien anestesian y por eso son tan aceptados y perseguidos por la sociedad actual.

Urge manifestar el ego en Facebook. Contar a todos lo que (no) soy: y, luego, existo. Apremia la necesidad de contar, de transmitir, de creer y hacernos pretender que nuestras ideas son realmente  notorias. La democratización y universalidad del decir enmaraña mucho la trampa existencial de creernos por encima y delante de casi todos. Erigirnos importantes olvidando que lo somos.
Quien vive para el Facebook vive para el qué (y lo mucho) que dirán. Y esa es una nueva forma de morir. Anestesiándonos.

Ya no es el ser el que se rehace a sí mismo, es el ser que construye una falsa realidad para que los otros crean que es así y aunque sé que no lo es y todos los que lo intentan lo saben, la aceptación del juego es obedecimiento de ciertas reglas.

No se trata de no ser sinceros o no, originales, entusiastas o masacradores. Todo es lo mismo, a la final. Se trata de esa jugada perfecta que le ha brindado la tecnología a los que realmente dominan al mundo, lo que parece ser importante (el dinero, las ventas) para tener anestesiados a un buen número de gente pensante, capaz; sin querer adoctrinada, en ésta especie de reality diario, constante y embelesador.

Soy porque estoy en las redes sociales. ¿? En buena parte de los idiomas ser y estar son dos verbos separados de significado. Aparte de la dominación que ya puede entenderse también está la profundidad que inadvertidamente ha calado en el mensaje, a juzgar por el eco recibido.

¿Vivimos?, ¿desvivimos? Aferrados a la posibilidad de ser mientras estemos allí, en un escenario por demás virtual, como al parecer somos, nosotros mismos que no hemos percibido la realidad tal y como es, porque estamos dormidos, embotados, medio muertos, en este mal vivir que hemos implantado desde los tiempos que ya ni recordamos, memorizado en nuestros genes.

Ahora son las tecnologías masificadas. Antes tuvieron nuestros abuelos otros métodos para seguir sacándole cuerpo a la vida (Notitarde, 10/07/2016, Lectura Tangente)

Imagen: https://omshreeom.wordpress.com





domingo, 19 de junio de 2016

Látigo y piel





Nobles Elizabeth e Inocencio, inspiración

Aunque tarde, la noticia llegó de lejos. Murió Emiliana. Tez blanca, de baja estatura, parecía un hada intachable. Aparecía y desaparecía en el misterio que eran sus pisadas. No se escuchaban sus pasos, pero tampoco asustaba su cercanía.

Sonreía mucho. Decía las palabras exactas, después desparecía, sabiendo que había introducido la profundidad de los que todos buscan escapar.

Hubo una noche en que la casa colonial tembló en su pasado. Retumbaron los corceles oscuros y un ánima, vino a poseer un cuerpo humano.

La eligió a ella. Salieron de su cuerpo unos rictus extraños y por su delgada boca se mostraron torceduras y barbaridades.

Llegaron brujos, espiritistas y curas.

Nadie podía con la noche de Emiliana, la mayor de cinco hermanos. El menor y único varón, Inocencio, estuvo metido en un baúl lleno de telas. No salió hasta que un amanecer le dijeron que todo había regresado a la normalidad.

Sin embargo él no la buscó inmediatamente. Quince días después de lo sucedido,  se le acercó, con abrazo que casi la tumbó, cuando la vio debajo de uno de los dos esplendorosos Taguapires floreados, que aún siguen allí, después de más de doscientos años, en el patio de esa hacienda, depósito de caballos, esclavos y tibio porvenir.

Al encuentro fue porque ella estaba vaporosa. Hermosa. La palidez siempre le sentó bien a esos ojos oscuros, grandes para su rostro ovalado. Ambos  se emocionaron.

Entonces volvió todo a ocurrir de nuevo. Ella se transformó en la cosa rara que estuvo atada a una cama y él en un gigante, abundante de miedos, devastaciones y compasión.

El descampado de esa tarde los ayudó. Les pertenecía y a la vez era de nadie; y de todos también.

Inocencio sintió un timbre en su corona. Una especie de luz penetró su cabeza. Un rayo, al parecer, certero y magnífico, que vino desde arriba, a través de las hojas y las ramas dispersas del árbol.

No hubo necesidad de llamar a religiosos, expertos o aprendices. Ella a sí misma se hizo, a partir de ese momento. Jamás se casó. Vivió como una santa. Tuvo grandes períodos de encierro. Comía poco.

Miraba y hablaba como si tuviera una gran fe en los seres humanos.

Como si creyera que todo era posible y todo resurgiera dentro de una fantasía abismal.

Silenciosa, no pensaba mucho en ella y era tan agradecida que parecía haber vivido en múltiples lugares sin haber salido de esa casona, con techos de caña brava, que querían penetrar el barro de sus paredes y la terracota de los pisos, adecuados una y otra vez, contra la vorágine del tiempo.

Nunca negó que seguía escuchando voces. Pero dejó de alimentarlas, como decía. Ese terreno tenía demasiada historia, inmoderado dolo.

Nadie la vio rezar. Pero lo hacía. Más de la cuentapara las hermanas que decían que miraba como ida, hacia otra dimensión.

Inocencio dibujaba lo que muchas veces Emiliana le contaba, sin que ambos se comunicaran siquiera. De hecho, cuando él estuvo ausente por largos veinte años, ella rellenó sus cuadros, espacios de látigo y piel, sin que él lo supiera.

Las flores del Taguapire más cercano, aquella tarde, cayeron todas sobre ellos y la tierra que estaba allí entre reseca y húmeda. Si ellos sintieron que el tiempo se les vino encima, el árbol excretó sus adentros. No estaba reseco, como muchos pensaban al ver ese tronco resquebrajado. Estaba rebosante de la protección que aún brinda en esa casona amplia, que ha observado todo tipo de hombres y mujeres.



Emiliana ahora sigue el oficio favorito de su hermano. Dibuja sobre el cielo de la hacienda sus flores masculinas y eterniza las estrellas que más le importan, rescatando el desenfado de ciertas noches. Sabe que la alegría brilla sobre cualquier superficie, por eso tez blanca y ojos oscuros, fueron siempre la gran provocación de los corceles desfigurados de cierta intemperie que vino a ceñir sus sueños.

Acaba de juntarse con los hombres que desencadenaron masacres en esos llanos que tuvieron sangre por tierra y desde allí, vencerá (Nottiarde, 19/06/2016, Lectura Tangente).- 

http://www.notitarde.com/Latigo-y-piel-/Lectura-Tangente/2016/06/18/997602/

Imágenes: obras recientes de Rolando Quero, dedicadas a su hermana Elizabeth.