domingo, 7 de agosto de 2016

Meowth


No sigo juegos digitales. Soy de otra generación. Pero tengo que confesar que le pregunté a mi hijo cómo era qué se cazaba un Pokemón, de acuerdo a los últimos acontecimientos noticiosos y la insistencia fallida, como periodista, de querer saber todo cuanto sucede, para a la final  decretar, dentro de mí, que hay poco  inspirador, por mas eventos que se autoproclamen serlo. 

Había leído tantas informaciones que mi interrogante tenía que ver con saber quién había “sembrado” (argot policial) o colocado, esos bichos por allí, donde quiera que son atrapados. Me imaginaba un enjambre de ociosos colocando a esos “monstruitos”,  en cada lugar, verosímil o no, por los que aparecen.

No había entendido que era asunto virtual. Mi hijo hasta me hizo copiar el juego para que en mis ratos libres  empiece a mover las piernas,  cazando esas cosas tan raras que entusiasman a tanta gente en el mundo. No tuvo mucho éxito su intención porque al día siguiente borré sin piedad la gran proeza de haber cazado a un tierno-maligno Meowth, cuando estaba delante de mí, interrumpiendo mi paso, hacia un maloliente río empozado.

Sin culpa, saqué el escaso éxito de mi record y nada pasó en el mundo real ni en el imaginario.

La realidad virtual acecha al hombre desde siempre. Basta con abrir un libro y, al leer, observar que en nuestra mente la ventana del relato cobra vida. La descripción y la narración de los sucesos hacen que cada quien lo perciba en ese espacio intemporal que no sabemos dónde está, que no se puede palpar;  especie de sentido maestro al que toca desarrollar.

Verse en un espejo, mirar el paisaje de un rio o un atardecer en un mar tranquilo como el que se respira en agosto en casi todos los lugares del planeta son ejercicios cotidianos reveladores de que la realidad virtual es una constante, fijada e inadvertida, buena mayoría de veces.

La mente conserva el gran modelo de la virtualidad. Desafía y buena mayoría de veces  juega a guiar y desenfocar todo cuanto queramos profesar o descreer. 

Los recuerdos son parte de lo mismo. ¿Cuántas veces llegan,  se repiten, e incluso adoctrinan buena parte de lo que se pretende entender o profesar de la existencia?

Las ondas electromagnéticas generan la virtualidad (en cuanto a la realidad construida mediante sistemas o formatos digitales) más cotizada de la humanidad y aunque todavía tenemos mucho por aprender del conjunto de tejidos interactivos de las redes, a las que siempre tendremos que observar con sospecha, por sus orígenes; hay que reconocer que se usan para asuntos no tan banales, como en un anterior artículo comentábamos sobre Facebook.

Si bien es cierto que muchos lo usan para generar una especie de diario (borrando su rol intimista) para compartir y generar reacciones, cualesquiera que sean, hay personas o grupos que interactúan socialmente para también organizar respuestas, levantar conciencias y forzar el despertar de la insustancialidad, que siempre será un buen intento.

Permite lo virtual conocer y enfrentar. Observamos planetas desde distancias de años luz pero no vemos lo más importante: lo que tenemos delante de nosotros, porque la necesidad  de trascender hasta dentro de la misma trivialidad,  revela la gran necesidad global de cambiar paradigmas educativos y comunicacionales.

Otro asunto tiene que ver con la necesidad de almacenar y  resguardar la virtualidad porque ella tiende a irse de las manos con mucha mayor rapidez que otros muchos soportes inventados por el  ser humano.

El héroe principal, Pikachú Yellow, tiene círculos rojos en ambos cachetes y es un dibujo animado bastante tierno. Sin embargo,  como los juegos crecen, mientras sean negocio,  hay alrededor de 721, incluidos unos personajes llamados Acero y Siniestro. Los entendidos en el juego recomiendan huir de los Pokémon salvajes, siempre.

Encargo oportuno para cualquier país de la faz de la tierra.


Por supuesto, como en nuestra Venezuela vivimos  realidades paralelas, inyectadas desde los equidistantes polos terrestres, aconsejo evitar otra más. A la final, estos bichos no vienen a traernos comida. Por el contrario, algunos se ven bastante  ávidos de poder. No es que tengan sed o ganas de alimentarse con nuestros ya escasos recursos,  es que tienen la ambición de quedarse, en la existencia aparente, opuesta a lo real, en lugares insospechados donde deben cazarlos y, eso es, desde ya, un deseo muy revolucionario que no admite el código binario de la luz, sencillamente, porque no podremos controlar las muchas maldades que se avecinan (Notitarde, 07/08/2016, LECTURA TANGENTE).- 

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