domingo, 4 de septiembre de 2016

Estados de fuego



Fauno
Al ir caminando por un parque al que no voy a nombrar ni colocar adjetivos porque no quiero que esta historia se doble a favor o en contra, lo vi y pensé en ti, no importa mucho por qué. Sentí un temblor y pedí la bendición, como si de mi padre se tratara. La escultura  rodeada de flores. Circulo de colores, rojas y amarillas, bien cuidadas, por expertos jardineros. Se me exaltó la sensibilidad y te recordé sentado en los anchos sillones negros, conversando. Los tres amigos que somos.

Tus pies reposados en una  aparente mesa pequeña cuadrada que una tela hindú disimulaba con elegancia.

Era una caja de cartón con la que me dijiste: “Esto es para no olvidar de dónde vengo”.

Lo que estaba tomando, más caliente que el agua, esa noche, se derritió en mis venas.

Entonces comprendí frente a quien estaba.

Al fondo, tu madre, respondiendo al hermoso encuentro que fue tu ser. Tu mamá valiente, al llegar a esta Venezuela arisca, a la que jamás demostró indefensión. Llegar del invierno europeo a Maracaibo no debió ser nada sencillo. Sin saber idioma, ni los aromas manoseados del petróleo –ya en ese entonces-, ella te hizo sin límites.

Apoyé también mis pies en esa mesa de cartón y supe del universo de hallarte como el hombre afortunado que eres.

La noche transcurrió en esa sala de negros y rojos, cargada, muy abarrotada, de creaciones. De hombres que cimbraron sus sueños al arte, al hierro, al oleo y al caballo de apenas líneas gruesas y delgadas, que se transfigura en un intento basto por atrapar su libertad.

Brotes. Raíces. Árboles gigantescos. Seguía recorriendo los senderos y te  recordaba a través de la escultura del Fauno.

Los pies vueltos raíces. Una culebra subiendo por sus piernas que recita: no hay reptil que resista soplos de sabiduría.

El resto del cuerpo atlético del Fauno, vaciaba una cierta arrogancia.
Barba sobre el pecho, cabello ensortijado, actitud desafiante a pesar del brazo izquierdo cortado.

Sin duda, una herida importante, trascendida.

Pero es que donde estas  te encuentro conectado con las estrellas.

“Lo más fácil del mundo es envenenar y lo más sencillo dejarse envenenar”, me dijiste muchos meses después.

El mundo por lo tanto, espacio abierto, no tiene cabida a las conspiraciones, por eso, apoyando los pies, allí, donde estaba el espacio invertebrado, me vi llena de arrugas, como una india muy antigua, repleta de las luces que se arman alrededor de los ojos, estrellas abiertas hacia toda la luz que hay que tomar de la noche.

Porque alguien susurró aquello de  buscar luz en la nebulosidad, antes que de que midiese la materia oscura del universo.

Fauno me observa los días que voy a verle, con su insurrecta verdad, aunque en el fondo, me ha concedido el permiso de interpretarlo.

También su cuerpo curtido por otras muchas heridas da a entender que engendra las buenas ramificaciones del tiempo, flores abiertas a la vida.

La piel de su escultura es bastante blanca y, por el tiempo, ha sido curtida por el negro verdáceo que tiñen ciertas piedras expuestas a la lluvia y el sol. Años, con sus crudas cuatro estaciones, lo hacen aún más poderoso.

Cuando se derriten, las hojas, forman fuertes aromas.

Pero él es agreste. Firme como la voluntad de un pájaro.

Y su pecho lo conforman suaves nidos.

Pero no presume de su importancia.  Más bien la desafía. Y en eso ha estado jugando –y juega- desde que se (medio) conoce a sí mismo.

Como aquí en la tierra a los hombres les ha dado por matar a Dioses y vivir en la vibración más baja del universo, sé que el trata de contagiarme de cierta aprehensión, desde el rostro que el artista le colocó.

Pero cuando miro sus ramas no me equivoco.

Anclado en la tierra emite las dulces notas musicales de la heredad fértil que me conduce por ríos hacia el mar.

Quizás tú no has podido con eso y por eso te brotó tanto deseo.

Deseo que tratas de apagar con fuego.

Tienes razón. Así se apaga. El asunto es que  no hay por qué hacerlo.

Las flores se abren para no volverse a cerrar. Y siempre vivirán. Retornarán de múltiples formas y colores. Como todos nosotros. Puertas abiertas. Ciclos de puentes. Formas de luz a las que  transformar en mayor luminosidad.

Eclipses de soles y lunas detallan más que breves periodos de reflexión. Le cuentan a nuestras células episodios que buscan llegar al universo perdido, porque así lo hemos querido en este desafío que es vivir.

En tus periodos de fuego he aprendido, como Fauno, a bendecir la vida porque ella está para eso y mucho mas (Notitarde, 04/09/2016, Lectura Tangente).-