domingo, 31 de mayo de 2015

Silbo, fluyo (y II)



Caminé al lado de Raúl hasta que decidimos sentarnos en unos bancos cerca de la panadería. Habíamos comprado café sin leche. Él lo pidió “negro fuerte” y yo un simple guayoyo que, por aguao, tuve que mandar a hacer en varios intentos.
¿Será que el asunto lo tenemos mal enfocado?, le pregunté ante todo lo sucedido minutos antes. ¿Será que tenemos que ver la cosa de otra manera?

Me hizo un gesto afirmativo con la mirada pero su voz quedó amparada en el sorbo corto, con espacio sólo medido por el gusto de saborear el intenso aroma del grano mestizo entre su boca y garganta.

Abrí entonces ese compás de espera, sus ojos lúcidos se apagaban por momentos. Me puse a contarle las miradas por mi interpretadas de las personas que lo veían cuando les habló buscando algún tipo de reacción. Sorpresa, burla, sueño, admiración, fastidio. El poema demasiado común.

-      Como alumnos, me dijo, resumiendo las palabras. Nos reímos.

Se le había pasado el efecto del mareo, tenía ganas de ir a acostarse a su casa pero estaba de allí lejos.

-      Respondiendo a su pregunta le puedo decir que sí, estamos viendo el asunto desde la perspectiva equivocada pero no por equivocarnos en ello debemos dar nuestro brazo a torcer.

Me puso varios ejemplos pero sentí que ninguno era demasiado trascendental. Raúl es un hombre con las ideas esclarecidas que la vida le ha otorgado a través de las experiencias. Me repitió esa  nefasta necesidad que tenemos todos de encontrar soluciones mágicas lo cual pregona la falta de compromiso hacia la ¿potoca?

-      Ella es todo lo importante que uno va encontrando en la vida. Cambian las circunstancias más no su nombre. Mi hija, ya fallecida, era mi Potoca. Después entendí que el mar también lo es, así como el relinche de esa yegua brava que yo tenía cuando muchacho. Al amanecer ella me despierta y me guía en las horas. Pero, volviendo a ese tema, aquí entre nosotros los venezolanos hay un desespero que yo no entiendo ya… por eso es que me siento quizás un poco más viejo de lo que soy. No hay plata que compre mi ser… mi tranquilidad… mi dignidad. Estoy cansado de escucharle decir a un nieto que con nada de eso compra en el abasto,” mucho menos pagar al prestamista”, me desafía. Mi nieto está equivocado pero yo no puedo vivir la vida de él ni la de nadie… y es verdad que nadie aprende en camisón ajeno…

Cuando le insistí en el enfoque me dijo que la Potoca brilla y nosotros la manchamos con la oscuridad de nuestros actos y palabras.

-      No quiero decepcionarlo… pero todo esto es un cuento viejo… una historia de nunca acabar… Por dónde empezamos… Ya ni siquiera se trata de la educación de unos pocos… se trata de todos… en este mar de egoísmo latente…

-      ¿Y es que acaso lo que usted me está diciendo es algo nuevo?

Nos reímos como si hubiésemos emparejado alguna apuesta.

     -  ¿Usted reza?

     -  Nunca… no se sorprenda… yo lo que hago es silbar… aquí donde estoy, hablando con usted, tengo mi propia melodía en la cabeza…

     -  ¿Melodía sólo para usted?

     -  Muchos la han escuchado… esa no es su voluntad. Es mi rezo, si usted así lo quiere llamar… Ella a veces se hace corta, otras dura varios días. Es la petición descarnada al universo. Depende de mi ánimo: hoy lo tengo un poquito golpea’o porque lo comencé débil, con la misma necesidad de salir corriendo que tienen todos…  ensuciando a la Potoca.

Ser acercó el momento de fluir. Supe que en algún momento me llegaría su melodía (Notitarde, 31/05/2015, Lectura Tangente).- 

http://www.notitarde.com/Lectura-Tangente/Silbo-fluyo-y-II/2015/05/31/522803 


Obra: http://www.mirartegaleria.com 


domingo, 17 de mayo de 2015

Re (zo) flujo (I)


Las mujeres de atrás hablaban entre sí. Voz ruda de calle. Veía el muchachito que me miraba, simplemente, mientras escuchaba. Tenían suficiente café. Habían ido en cambote el día anterior. Casi todas estaban emparentadas entre sí. Familia es familia reza una hermosa canción de Rubén Blades,  certeza bastante megalómana por estos días en Venezuela.

Pero estaban nuevamente haciendo una cola, en otro lugar, sólo unos kilómetros más allá, al día siguiente.

La verdad verdadera es que no necesitamos tomar café. Esa costumbre puede salir de nuestras vidas. Pero la costumbre, me viene otra canción a la memoria, es más fuerte que el amor, dijo el compositor Juan Gabriel. Verdad y, a la vez, profunda mentira.

Ellas, las mujeres a mi alrededor que tenían cara de caerle a pescozones a su hijos, mentarle la madre a sus maridos y entrarle a trompadas a cualquiera que se les cruzara por delante, ese día, para beneplácito del mundo que las acogió, estaban satisfechas. Tenían café para mucho tiempo, para regalar y para vender. Hablaron de “pacas”.

Un hombre como 70 años me miró, observando, a su vez, con tristeza, el pequeño paquete de medio kilo que permitían apenas comprar ese día, a esa hora y en ese momento (rezo).

Miré al niño que andaba con ellas. No me quitaba los ojos de encima y justo cuando intercambiábamos miradas, abrazó duró, pegándose del cuerpo de su madre, pidiéndolo y aceptándolo todo, en ese aprendizaje que debe ser vivir para contarlo (modo Gabriel García Márquez): ojalá y así sea.

Fue entonces cuando el septuagenario (como escribirían algunos titulares de sucesos), llamado Raúl (lo indagué); me invitó a levantarme junto con él en el mostrador del abastos-supermercados donde estaban moralmente, vejándonos. Se mandó un discurso (como maestro y contador que es) invitando a la gente a desafiar a su propio destino. Les dijo verdades, convicciones profundas sobre la realidad nacional; el triste papel de sobrevivir cuando hemos sido bendecidos, la anormal condición de sabernos fracasados antes de emprender la lucha; la tristeza de haber comprado la pobreza cuando nuestra condición natural es ser ricos de cuna; la miseria de comportarnos como si no nos importara el otro cuando por el otro estamos dispuestos casi a quedarnos el bocado en la boca.

Mientras él hablaba, yo, junto a él, sin saber muy bien quién era, miraba los rostros. Sabía que le entendían y admiraban sus ojos brillantes ante el desafío. Pero hay otras interpretaciones, que explicaré.

Entró una mujer en el justo momento que él había hecho una pausa:

-      ¿Qué están vendiendo? ¿Ketchu?

Risas esmeriladas. Saboteadoras. Raúl se bajó. Lo sentí un poco adolorido cuando me tendió la mano para hacer lo mismo.

-      Por  lo menos no me lanzaron un cuchillo, me dijo, algo consternado. No sé qué me pasó. Sáqueme de aquí, por favor.

-      ¿Qué la pasó? ¿Se siente usted bien?

-      Tomé Pajarito, temprano… en el desayuno…

-      ¿Por qué no tenía café?

-      No, mijá… porque tenía ganas de empezar desmayado…

-      ¿Empezar el día?  ¿Desmayado?

-      Sufro de insomnio porque nadie quiere aprender. Repito una canción vieja mas no desesperada. No tengo miedo a morir. Pero cualquier hambre da reflujo y eso es a lo que más le temo, en esta nación… (Notitarde, 17/05/2015, Lectura Tangente).- 

http://www.notitarde.com/Lectura-Tangente/Re-zo-flujo-I/2015/05/16/512691/ 

domingo, 3 de mayo de 2015

Estribillo matancero



La distorsión forma parte de lo que creemos ver. En medio de toda esta masa energética que se mueve, con el poder directriz que le concede el universo, prefiero al hombre sencillo que sabe que su oficio es hacer todos los días, por humilde que éste sea, su labor; y, ésta, no es otra, que trabajar, velar por su familia y si acaso dormir las pocas horas que le ofrece la noche, para, de nuevo, levantarse temprano, continuar la rueda que gira, el samsara, o como quiera que otros lo llamen.
De allí que sienta la sincera anormalidad que reina en estos días, en los que todo parece al revés, nada está como todos desearíamos y es básicamente porque aquí milita, un extraño tejido, donde no vive nada, pero desde intentan hacernos creer que existe.
El espejo es una realidad virtual. También lo es nuestra mente, nuestros deseos y los masivos medios de comunicación, ahora, poseídos por la real y extraña sensación de no ser parte de nosotros. Porque nunca lo han sido aun cuando hayan intentado serlo.
¿Todavía los seres humanos creen que podrán engañar a los otros? Ese es el juego diario de muchos, el eterno sobrevivir de otros muchos tantos.
Por ello confío más en el hombre que apenas enciende el televisor para hallar esos programas en los que se aleja por un rato de su realidad más próxima, el trabajo, alguna preocupación económica o de salud. El hombre que pasa anónimo por la vida sin el ruido de las muy temerarias exhortaciones que se lanzan en la siniestra vorágine comunicacional, que aunque goza de rostros sensatos, tiene lo más tendencioso y peligroso que tiene el mundo actual: el perder tiempo en todo esta vacuidad, en todo este monótono vacío, que hace que la rueda gire y gire, en la imperfecta faz, de que esto casi no sirve para nada; como, en forma muy particular, hemos sentido todos los venezolanos.
Sin ver y sin enterarse lo que a cada rato se bombardea por los medios yo veo a José o Josefina (por decir dos nombres) abrir los ojos temprano e ir  a ocuparse de un oficio que se llame trabajo, ocupación u arte.
Veo que atiende sus pequeños animales, les consigue comida diaria, sale una, dos y hasta diez veces hacia todos sus destinos: Regresa y aún le da tiempo para bromear con sus seres queridos y conquistar todo lo que necesita. Quizás no acariciará lo suficiente o no tendrá todo lo que desea porque el deseo también puede estar abolido de su realidad virtual, pero él hace todo lo posible porque sus días tengan el vaivén de la creatividad más espaciosa.
Y aunque no lo crean, ese hombre tiene una vaca, a la que llama Lucero, a la que lleva diariamente de un lugar a otro, para que pueda comer y beber agua. Lo siguen tres perros que son capaces de detectar  cualquier tipo de culebra, desde las más dóciles como las anacondas como las peligrosas. Nada lo detiene.
Todos los seres humanos deberían decir lo que él me repite, desde su alma: No hay nada en la tierra que a mí me quite las ganas de vivir.
Pasó por muchas cosas, por muchas pérdidas, por muchos fracasos; tristezas y alegrías. No es que esté conforme, es que sabe que la lucha diaria es su mejor aliada, para vencer todo lo que sueña.
El sueño es simple, nada presuntuoso. Tampoco lo podrá explicar. Sabe que está allí, alcanzable; muy cerca de sus brazos.
No ha destruido por hobbies, no ha asesinado, no ha robado. Se fue de su casa a los doce años porque no aguantaba los palos que le daba su padre y de ahí en adelante sus poros huelen al incienso del mundo.
Pese a las duras pruebas de la vida no acumuló odios ni rencores.
Fuma unos tres tabacos al día que lo relajan.
Sus manos están cansadas y así veo también a su cuerpo, hermoso. Es un hombre no muy alto, curtido por la piel, con una sonrisa que ya quisieran los medios tener, para hacernos creer que nos pertenecen.
La mentira virtual distrae tanto que hay que hacer ejercicios diarios para no quedar atrapados en el inocuo poder que intenta persuadir a todos de las que cosas que no son como ellos dicen que son. Como un estribillo matancero.
Ante los desafíos, las respuestas humanas son maravillosas.
Por eso es que frente a la energía circundante, real y virtual, que pretenda hacernos ver, exactamente lo que sabemos no existe y mucho menos queremos la respuesta es la sabiduría de mantenernos en el centro, donde pasta la serenidad y la cordura. Allí no hay desviación posible de los objetivos de ser lo que vinimos a ser (Notitarde, 03/05/2015, Lectura Tangente).- 
http://www.notitarde.com/Lectura-Tangente/Estribillo-Matancero/2015/05/03/509359/ 
Imagen: http://isabelgutierrezlorenzo.blogspot.com/2011/08/detalle-reflejos-en-el-agua_11.html