viernes, 31 de marzo de 2023

Balanza emocional

Ojalá la guerra quedé ya en la memoria de los museos

Justo el domingo 12 de marzo, antes de la entrega de los premios Oscar mi madre y yo vimos la película alemana Sin novedad en el frente que terminó ganando cuatro los nueve de galardones a los que estaba nominada.

Mi madre reconocía la película porque enseguida que se la nombré quiso verla (creo que confundiéndola con otra), más aun cuando le dije que se podía llevar varios premios.

Sin embargo ambas rompimos una promesa: no volver a ver películas de guerra.

El remake de esta cinta antibelicista está, por supuesto, muy bien logrado, y mientras la veíamos si sabíamos que iba a ganar la banda sonora. Todo un acierto capaz de esbozar múltiples emociones, cuadro a cuadro.

Pasó igual cuando dijimos que ya no íbamos a ver más largometrajes sobre el genocidio judío después de la cinta de Steven Spielberg, La lista de Schindler (1993), obra maestra para cerrar tanto sufrimiento. Años después reincidimos al ir a ver el dolor de El pianista (de Román Polansky), en 2001.

Sin novedad en el frente enseña hoy más que nunca la inutilidad de una guerra y la inconciencia de los hombres en puestos de mando.

La nueva adaptación de la novela homónima del escritor alemán Erich Maria Remarque, cuenta la historia que ya todos conocemos desde un realismo sobrecogedor que solo permite vaciar la mirada para entender lo que hoy por hoy se vive en Ucrania y demás países de la tierra,  donde han distribuido armas para mantener a mafiosos, milicias al margen o no de la Ley, y todas las variantes posibles de batallas que arrastran lo peor de la llamada condición humana.

Si se entiende que todas las películas son antibelicistas habrá que entender muy bien que en nada nos ayuda la animación constante sobre conflagraciones.

Ver cintas sobre guerra no nos hace más pacíficos así como el constante tema sobre la venganza no nos ha hecho más compasivos. Por el contrario, forma parte del virulento desarrollo de lo que parece ser una infección trasiega y contagiosa, repetida por todos los medios que van diseminando y aumentando semillas de nuestra  violencia y propia confusión.

Casi todo lo que hemos creamos (libros, pinturas, música, obras de teatro, joyas y hasta comida) están  basados en lo mismo: guerras, historias truculentas, egoísmo ilustrado, conspiraciones y represalias.

Las historias que empiezan a marcar diferencias, hablan de cómo alcanzarnos en nuestra verdadera dimensión, llenan de optimismo nuestra inestable balanza emocional.

Pero mantenemos un desbordamiento patético: inundados de películas de guerra ansiando la paz y creyendo que con libros que recrean la misma miseria podremos encontrar la tan deseada armonía vivencial.

Escuchando la otra noche en los espacios de Santana Art Gallery, al profesor Juan Ignacio Hernáiz Blásquez (autor de Los ojos de Velásquez) su charla sobre Francisco Goya y después de repasar todas sus obras, sus grabados excepcionales, la inmensidad de sus pinturas negras y sus famosos lienzos sobre El 2 y 3 de mayo en Madrid, tuvimos el imperioso ruego de que las guerras solo queden como recuerdos en Museos…

Pero también sabemos que ni siquiera estarán allí en la trascendencia que tarde y temprano nos alcanzará.

Así como hemos ahondado en el dolor, tendremos que socavar al amor, que además nos sostiene, día a día.