domingo, 26 de agosto de 2007

Arnaldo Jiménez: El poder fascina y transfigura como el sexo


"Tendido al día como una ropa/mi pedazo de patio/mis pocas matas descuidadas/me trajinan sin parar/y yo ando por la ciudad/sin esperanzas de ser/más que un hombre/que no desperdicia el milagro" es un poema de Arnaldo Jiménez del libro "Zumos" de las ediciones La Tuna de Oro de la UC. Su voz creativa revela al hombre sencillo que se desenvuelve en la casa, la ciudad, sus plantas, animales domésticos y se conecta con esa otra palpitación inescrutable que hace perseguir los días y convertirlos en hallazgos secretos y puntuales, la mayoría de las veces.


Después de mucho esperar ha visto publicado en el primer trimestre de este 2007 cuatro libros suyos, el ensayo La raíz en las ramas. Cultura e Identidad en Venezuela. El poemario El Silencio del Agua donde fue compilador de un grupo de poemas y dibujos de niños de las escuelas de Puerto Cabello donde da clases. El nombre del Frío, realizado a dúo con Coralia López, libro que representa a Venezuela en la editorial española Vilatana. Y "La honda superficie de los espejos", editado por la Casa Andrés Bello, una manera distinta de contar la historia local, la oralidad a través de los personajes; en dos partes, con narraciones de vida y con reflexiones. Texto presentado por Luis Alberto Crespo, que obtuvo mención honorífica del Premio de Literatura y Oralidad Aquiles Nazoa, "Los barrios cuentan su historia".


¿Cuánto tomó del periodismo para producir "La honda superficie de los espejos"?
Varias cosas. Una cámara prestada y un grabador, anduve por el barrio San Millán mucho tiempo. Esperando la publicación de este libro murieron varios de sus protagonistas principales. Tuve que preguntarle a varios amigos sobre la técnica y cómo construir una historia de vida, con estricto respeto al lenguaje oral. La entonación y transcribir tal como hablaron.


Sin embargo, cuando uno transcribe limpia muchas cosas del habla...
Traté de limpiar mucho los signos de puntuación. En el caso de Chucho Varela, estuve conociéndolo por más de tres años y entonces tenía como diez cintas grabadas de él. Tuve que realizar un muy selecto resumen para acortar. êl fue curandero. No hablaba de él sino de su trabajo. Un ser hermosísimo que decía que el hombre es una planta que camina. Y en expresiones filosóficas, con apenas tener segundo grado aprobado, era rico. Me enseñó mucho de plantas.

¿Cómo se combinan todas las ideas y se adaptan a los distintos géneros?
Concibo que todas las áreas de la escritura que realizo están cabalgando en el caballo de la poesía. Así yo escriba ensayo, éste, para mí, es una búsqueda poética. La poesía es lo que está por descubrirse, el saber que no tenemos. Que no sabemos pero que tenemos. Todo ello coincide con mis clases, soy maestro de escuela, y mis clases están dirigidas a extraer del alumno el saber que ellos tienen. Concibo a los alumnos como seres creativos y productivos a los que enfrento al saber de manera libre y espontánea, utilizando como herramienta la escritura y la lectura.

¿Siempre dirigida a la libertad?
Sí. Tanto a la libertad del pensamiento como la libertad física. Por supuesto, dentro de las clases que brindo logro un clima fraterno, de alegría y amistad.

¿Le costó como maestro poder enseñar con esa amplitud?
Los primeros años sí. La educación, sobre todo en la etapa básica, se basa en los programas y éstos son un gran compendio de repeticiones. Es un archivo de lo mismo y el niño no es tomado en cuenta en su forma espontánea de conocer. Uno se enfrenta con un esquema previo con algo desconocido y la unión de estas dos cosas da un nuevo conocimiento. Me tomo la molestia de valorar al niño como ser capaz de conocer y producir conocimientos. Todo ello produce grandes satisfacciones. Trato de contextualizar sus conocimientos...

¿Qué contienen sus libros por editar "De este lado de la luz" y "Cajón de Espíritus"?
El primero de ellos dedicado a mis hijas. Como no he tenido la suerte de convivir con ellas todos los días, eso ha motivado que la escritura haya sido como especie de compensación de lo que se ha perdido. Y el segundo es el nombre que los brujos del puerto le dan al cuerpo. Ese poemario está embuído de los sahumerios, la herencia de los afrodescendientes en Puerto Cabello, pero siempre a manera de búsqueda de mí mismo a través de esos elementos. No me concibo como un ser preestablecido. El ser humano es un misterio.

¿Un escritor es un cajón de espíritus?
Sí. Yo estoy lleno de las voces de mi abuela, de sus experiencias. De los perros que he tenido. De las matas de la casa. Para poder realizar mi primer poema tuve que desechar muchas cosas, buscarme; hallar la historia de la casa. Tener un viaje hacia la humildad y para ello las matas han sido mis aliadas. Converso con ellas. Me han dado cosas muy hermosas porque, al igual que ellas, he sido arrancado, cortado; tengo miles de direcciones que son las ramas y me siento como en otro espacio cuando me estoy relacionando con ellas. Mis amigos, mis hijas, las mujeres que he tenido. Son espíritus que están dentro de uno y uno es el cajón donde entran y salen ellos. Para nada uno es uno mismo. Uno es un montón de gente.


José Saramago dijo que existen tres sexos para él: el hombre, la mujer y el poder... ¿está de acuerdo?
El poder fascina y transfigura tal como lo hace el sexo o la sexualidad. Produce ideales y búsquedas desenfrenadas tras esos ideales del yo. Su ejercicio puede ser violento o manso, nunca débil como no lo son los dos sexos. Pero no creo que haya un tercer sexo llamado poder.

¿Continua la fragmentación en la creatividad venezolana?
En cuanto a la producción literaria, en los últimos años siento que ha habido un esfuerzo por darle homogeneidad a esa fragmentación centenaria que el país ha venido arrastrando. La sociedad ha pagado las consecuencias de esa fragmentación porque, por un lado, ha perdido el goce de disfrutar buena literatura, de saber de los milagros que produce la poesía en la gente y con un alto grado de responsabilidad la escuela ha contribuido a esa ruptura.


La fragmentación tiene que ver con que Venezuela es varias Venezuela. Hemos estado signados por las divisiones, por diferentes culturas que no han tenido la madurez de buscar sus hilos comunicantes que hubiesen dado como resultado una lucha por ser un país mejor.

¿Sigue siendo una tragedia el maestro que no lee?
Sí. Soy coordinador del programa de lectura y escritura y realizamos todo un esfuerzo por ir a muchos lugares para divulgar las obras de los autores venezolanos, tratando de que los docentes se conviertan en lectores porque ellos casi no leen. Si logramos ese contagio, se produciría otro tipo de niños. Parto de la idea de comparar el tipo de lectura, con el tipo de escuela y el tipo de cultura. Nuestra actual escuela utiliza la memoria, es de pedagogía opaca, gris. Donde los brillos de los niños no pueden siquiera verlos los maestros. El niño no se siente seguro de sí mismo y empieza a utilizar la trampa y nuestra escritura tiene mucho de la trampa; del cómo hago para resolver un problema. Salir airoso y rápido de un problema pero de la manera menos honesta. Cambiando conceptos de lectura y de escuela, nuestra cultura poco a poco puede dar como resultado seres que sean dueños de sí mismos o tener la seguridad de resolver los asuntos de forma más idónea, eliminando poco a poco la cultura del cómo paso, cómo me copio.


Arnaldo Jiménez (La Guaira, 1963) es licenciado en Educación en la especialidad de Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo. Se desempeña como maestro de aula desde el 1991. Pertenece al equipo de redacción de la Revista " Poesía" del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC. Investigador adscrito a los proyectos de investigación en el área de Filosofía de la Historia en el Centro de Investigaciones y Estudios Históricos de la Universidad de Carabobo, también es colaborador y miembro del equipo editor de la revista "Segmentos" que edita dicho centro. Ganador del premio único del Cuarto Concurso Nacional de Cuentos "Fantasmas y aparecidos clásicos de la llanura" (2002) con su cuento " El Ruido". Es un indagador de la oralidad en Puerto Cabello. En materia narrativa publicó "Chismarangá", justo un trabajo sin adornos literarios, con el habla de la gente de la costa carabobeña. En proceso de edición tiene dos libros de poemas: "De este lado de la luz" y "Cajón de espíritus"; y los "Silbidos del desierto" que contiene obituarios "tratando de utilizar la visión poética con lo que expresan los mismos familiares al momento de escribirlos. Con mucho respeto porque los obituarios son un diálogo que casi no se percibe" (Notitarde, 25/08/2007, Confabulario).-

3 comentarios:

  1. El bombillo del carnicero



    Cuando le tocó el turno a Marco, ya habían pasado tres de los cinco que jugaban. El sonido del tambor al girar —esa era la única regla del juego: que cada uno lo hiciera girar antes de ponérselo en la cabeza—, le recordaba el del rache de su bicicleta cuando le daba a los pedales hacia atrás. A Marco siempre le había gustado correr riesgos: pequeños, grandes o extremos, pero siempre en riesgo. Le pasaron el arma —ni pesada ni liviana, en ese momento eso no se percibe— y le dio con fuerza al tambor. La levantó y se la colocó sobre la sien derecha. Al alzar la cabeza vio el bombillo que mal iluminaba la habitación con su luz amarillenta, y recordó cuando le robaba el bombillo de la casa al carnicero. Fue así como comenzó este vicio por el riesgo y el peligro. “¡A que no le robas el bombillo al carnicero!” le dijeron sus amigos. “A qué sí” les respondió Marco. En la noche, muy tarde, se reunieron frente a la casa del carnicero. Marco salió de entre las sombras y, sigilosamente, se dirigió hacia el porchecito de la vivienda. Unos perros ladraron desde el interior. Marco se detuvo y esperó. Los perros se callaron. Con mucho cuidado y lentamente Marco abrió la pequeña reja de hierro, pero de todas maneras chirrió en sus goznes. Los perros volvieron a ladrar. Esta vez más fuerte y durante más tiempo. El semáforo de silencio le dio luz verde a Marco de nuevo. Se detuvo frente a la puerta de madera y miró hacia abajo: “Bienvenido” decía la alfombra iluminada por la luz que salía a través de la rendija inferior de la puerta. Y pudo escuchar las voces del carnicero y su mujer que se mezclaban con las de la televisión. Respiró profundo y se santiguó. Luego se ensalivó los dedos y aflojó el bombillo. Al apagarse, los perros volvieron a ladrar. Incluso, algunos aullaron. Se detuvo y permaneció así, congelado e inmóvil como una estatua viviente, un largo rato. Lo terminó de sacar y echó el candente bulbo en la especie de hamaca que se formó a la altura de su abdomen al levantarse el borde inferior de la franela. Retrocedió y salió de espaldas, con la luz del bombillo en la sonrisa y el trofeo, ya frío, entre sus manos.
    Al siguiente día Marco tuvo que ir a la carnicería a comprarle unas costillas a su madre. El carnicero estaba furioso. Todo ensangrentado vociferaba y maldecía mientras descuartizaba una res que colgaba del techo. “Si lo llego a atrapar lo despellejo” y hundía el afilado cuchillo y rasgaba la insensible carne. “¡Lo voy a cazar! ¡Sí, lo voy a cazar! ¡Ese vuelve! Pero yo lo voy a estar esperando” Entonces la situación se convirtió en un reto para Marco: el juego del gato y el ratón. Marco esperó un tiempo prudencial, quince o veinte días, y volvió a robarle el bombillo al carnicero. Al otro día se acercó a la carnicería para ver su reacción. Y lo escuchó rabiar: “¡Maldito ladrón! ¡Me volvió a robar el bombillo!” le decía a un cliente mientras le cercenaba la cabeza a un cerdo de un hachazo. Así estuvieron hasta que Marco se cansó de robarle el bombillo al carnicero. Y un día, en la noche, se los dejó todos en una caja de cartón junto a la puerta.
    Los cuatro jugadores, alrededor de la mesa, veían a Marco expectantes. Con el cañón descansando sobre su sien, Marco veía el bombillo —y pensó en la lotería de Babilonia, donde el ganador pierde—, y de repente se apagó.

    Pedro Querales. Del libro "Sol rosado"

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  2. ¿Y... qué estaré leyendo yo?

    Frente a la librería, mentalmente, saco la cuenta de los gastos del mes para saber cuánto me queda y ver si puedo comprar algunos libros. Tabucchi, Pessoa, Lispector, Ciorán, Cadenas, Proust, Cortázar, Luis Cedeño, Kafka y otros más, dan vueltas en mi cabeza junto a cifras, recibos y facturas de teléfono, gas, agua, alquiler, internet... A mi lado, un hombre también observa los libros. Después de un rato, me alejo.
    Absorto, sumido en mi suave contabilidad literaria, cruzo la calle y gano la otra acera. El hombre que veía los libros me adelanta y camina delante de mi. Oigo un grito y unos pasos apurados que azotan violentamente la calle. Un celaje me tropieza. Alzo la vista y veo un policía en la otra esquina. <¡Párate...!> Escucho un disparo. Luego otro y otro. Con la segunda detonación,y sin saber cómo, yo ya estoy atrincherado y temblando en un recodo de pared. La gente grita y llora. Desde mi precario refugio miro hacia adelante. Hay un hombre tirado en el suelo. De su cabeza sale tibio y zigzagueante un hilillo de sangre que se ramifica en tres. Uno, como si supiera que yo estoy allí escondido, o como si yo lo llamara silbándole y chasqueándole los dedos, corre hacia mi alegre y retozón. Y desviando constantemente su carrera a derecha e izquierda, como una traviesa mascota, llega hasta mis pies. Donde se echa y se espesa, formando una caprichosa figura. Mientras los otros dos, continúan veloces y sinuosos sus impredecibles rutas durante un largo trecho. Hasta que vuelven a encontrarse y vuelven a ser uno otra vez. El reencuentro le da nuevas fuerzas. Y ahora corre más rápido y decidido en dirección del hilo dorado que dejó caer el ladrón en su desesperada carrera. Y al que finalmente se une.
    Me repongo del susto.Me incorporo y voy hacia donde está el hombre, que ya comienza a ser rodeado por los curiosos. Es el mismo que veía los libros junto a mí. Esta vivo aún. Tiene los ojos muy abiertos, y ve, entre aterrorizado y suplicante, a los que lo rodean. Me agacho y trato de ayudarlo, de reconfortarlo. Levanto su cabeza y la apoyo en mi brazo. Alguien grita: "¡Está vivo...! ¡Está vivo...! ¡Llamen una ambulancia...! ¡Una ambulancia...! ¡Está vivo...!" Pero nadie se mueve.Todos están como hechizados por el incidente. El hombre dirige sus ojos, ya calmados y resignados,hacia mi,y me dice: "El extranjero... El extranjero..." "¿¡Qué!? ¿¡Como¡?" le pregunto extrañado. Y antes de cerrar definitivamente los ojos, y con una leve sonrisa en los labios, murmura: "Que estoy leyendo El extranjero. Y yo siempre me pregunté qué estaría leyendo yo cuando me llegara la muerte"

    Autor: Pedro Querales. Del libro"Fábulas urbanas"

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  3. El autodidacta
    Al lado de mi casa vive un hombre que no sabe leer ni escribir, pero tiene una mujer bellísima. En estos días, a escondidas de su esposa, y para mi angustia y preocupación, decidió aprender. Yo lo escucho deletrear, como un niño grande,en unos papelitos que siempre le dije a ella que botara, pero la muy estúpida dejaba regados descuidadamente en cualquier parte de la casa; y le ruego a Dios que no aprenda jamás.

    Autor: Pedro Querales. Del libro "Fábulas urbanas"

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