martes, 15 de junio de 2010

Boreal suelta

Solángel supo que eso de los sentimientos era un embrollo grande. Lo supo desde muy pequeña. Papa y mama nunca estuvieron claros. Hubo unos trampolines inmensos en sus relaciones. A veces estaban arriba, otras abajo. Por eso ella prefería, en el parque, evitar el sube y baja, iba más al columpio y por esa razón estaba casi siempre sola. En los otros juegos se necesitaba a alguien más y la rueda era bastante aburrida en soledad.

No podía ser rígida. Eso lo supo de siempre. Cuando mama y papa se obcecaban y no salían de sus posiciones todo en la casa se ponía lento, feo; oscuro y tenebroso.

El patio dejaba de tener sol. El triciclo era una pesadilla. El pasillo se volvía áspero y frío.

Por eso ella fue aprendiendo vertiginosamente. Cuanto antes superara el asunto sentimental mas rápido andaría hacia la felicidad. Eso lo creyó desde siempre aunque el aprendizaje siempre resultó más torpe y difícil de lo que se planteó en un principio. Pero no podía sino seguir hasta aprender el secreto. Tenía que existir uno, al menos, para hallar esa felicidad que ella desde siempre deseó alcanzar, como quien quiere quitarse cuanto antes un dolor de estomago.

Pero tuvo que aprender que cuanto mas pausado era mejor. Había dejado amores. A unos los tomó en cuenta, a otros no.

Rindió cuentas al dolor de las despedidas, a los imposibles, a los sueños desvanecidos, al enamorarse; al amar. Al verdadero amor, a la misericordia; al lado humano que trasciende pero que no todos saben asumir ni tener al lado, como un buen amigo.

Descubrió egoísmos, bajas pasiones, amor del bueno, amor prestísimo y santo. Amor para perdurar por muchos años pero no para siempre. Este último es tan íntimo y tan personal que casi nunca está ligado con el amor, a menos que la pareja, trascienda con los mismos destellos de una aurora boreal.

Cuando descubrió que había encontrado la formula se sorprendió. Todavía estaba muy joven. Para ese momento sola pero ya con un nuevo amor en puerta.

Corrigió viejos errores del pasado y se sabía lista para no sufrir. Así fue.

La experiencia dio a una mejor escogencia. A una atracción más equilibrada. En el desequilibrio solo atraía eso.

Aunque los recuerdos no formaban parte de su tren diario, no pudo sino acordarse de los errores del pasado, la primera y dolorosa vez del amor, las trampas en las que fue cayendo estando comprometida, los desafueros, las incongruencias.

Ahora podía ir descifrando el telúrico panorama de las relaciones amorosas.

Nunca se había quedado con el facilitador por dentro pero miraba con aspaviento a su amiga Clarita, que no le hacía honor a su nombre. Más vieja que ella y aun sufría por el amor. Pero no se aprende de experiencias ajenas, al menos eso es lo que sucede en la mayoría de los casos.

Mientras ella estaba preparando el viaje hacia las aguas fértiles, serenas y conquistadas por su sabiduría interior, Clara iba deslizando cuerpo y mente, agotadas, por los senderos de ni siquiera saber si podía superar los escollos que día a día se le ponían en el camino.

Conversaron durante largas horas pero terminaron sin entenderse.

Lógica, razón, mente y todo el conjunto de ideas centradas hacia el esclarecimiento, la luz y el lograr que la fruta de granada estuviese apetitosa no pudieron convencer a Clarita de la necesidad de detenerse a tiempo.

Pero se alegró, justo a ella le había pasado, de allí nacería un feliz y bello aprendizaje. Era lo que ella deseaba y pediría al cielo.

¿Cielo?

Eso era justo lo que tenía delante de si, desde la loma de Cubiro, abrazada a Braulio, sabiendo que como ella, él había superado obstáculos, placeres y reconcomios…

¿Tanto así?

Lo miró de soslayo. En realidad, solo bastaba, uno crecido, para contagiar al otro de progresión. Eso era lo que firmemente creía.

Empezó a llover a cántaros. Era una buena señal.

Como era de esperarse, después vino un arcoiris, atravesando la loma. Quisieron llegar a su comienzo que bien podía ser su final.

Eran exactamente igual y eso era lo más importante de reconocer en las relaciones humanas: soltar el papagayo, por mas hermoso y festivo que sea.

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