Un grupo de mujeres, por un lado, me pidió la receta del té del olvido. Por otro y a través de correos electrónicos también lo solicitaron lectores. Amalia había leído el escrito y supo entonces para qué yo le había pedido que me reenviara la carta vía e-mail. Ella lo sospechó pero jamás pensó que la pondría intacta.
Cuando le conté las reacciones de las personas que querían conocer las recetas me dijo que le daba vergüenza ofrecerla porque en ella no había funcionado. Volvió a soñar con la persona a quien le dirigía toda la ceremonia y con la que elaboró una estrategia para los sueños.
- Fíjate como son las cosas, como las veo, ahora, a esta edad. Cuando uno quiere algo lo visualiza. Mi comadre Elsa se casó con un actor de televisión porque tenía el cuarto lleno de las fotos que ella misma recortó de un reportaje que de él hicieron en Venezuela Gráfica cuando estaba comenzando su carrera. Así te enseñan a obtener cosas con los famosos mapas del tesoro y ese conjunto de cosas… como tu bien sabes. Pero tiene que haber una estrategia para que uno no sueñe con la gente que no quiere. Esa ha sido mi lucha y mis inventos de estos últimos años…
- Perdona que te lo pregunte Amalia, pero… ¿tan mala fue esa experiencia?
- No lo fue si te soy sincera y banal. Pero lo fue si profundizo y siento que nada me dejó. Hay gente que pasa por la vida de uno queriendo arrancar deseos, voluntades y cargan, para colmo, encima, unos espíritus que los convierten de depredadores de todas las situaciones. Cuando uno está solo va pensando y se acuerda entonces de la cantidad de veces que se pudo haber sido feliz y siempre alguna palabra, circunstancia o hasta el modo abyecto de caminar de esa persona te fue marcando, borrando la sonrisa, armando una carga en la espalda difícil de liberar. Yo lo hice porque cuando viví todo eso yo estaba como todo el mundo, vulgarmente dormida. Ahora no. Tengo los sentidos a tono, delineados y aceitados con la savia de la vida.
-Te propongo algo: Cuéntame tu nuevo sueño, mientras te acompaño a preparar el té para poder dar la receta.
- Aclaras lo que pasó… no vaya a ser que después nos demanden. El sueño esta vez fue oscuro. No fue sepia. Era en una casa a la que no conozco. Él tenía la arrogancia de siempre. Ese aire de estupidez que acompaña a ese tipo de personas altaneras, también. Lo curioso era lo oscuro y que estaba la puerta de esa casa rota, como si la hubiesen chocado. Era de bloques de cemento y el aspecto general era de fealdad. Me pareció irónico volver a soñar… primera vez que me pasa… después de una ceremonia tan elegante.
Con respecto a mi té, te cuento que creo poderosamente en las hojas. Me parecen maravillosas. A lo largo de los años he comprado muchos tipos de té y siempre he apartado y guardado en un frasco aparte un poquito de todas las hojas que he usado. Deben haber como cuarenta variedades. De China, Pakistan, Taiwan, India, Ceilán, Tíbet, Inglaterra y Japón, entre otros países que no alcanzo a recordar, son el grupo varietal de hojas, con las que he conseguido un aroma inconfundible, que cambia a través de los días, porque voy agregando nuevas hojas tratadas. El color es el que me da el aviso de su sabor. Si no lo veo con la fuerza cristalina de un rojo, o un amarillo, o un verde marcando luz de lluvia, agrego más hojas para darle la dimensión y la fuerza que necesita.
- Amalia… pero tu naciste con una tetera bajo el brazo… la cosa no es tan facil de hacer. Aparte de eso le agregaste Flor de Jamaica porque eso me dijiste ese día…
- Pues no. Tenía ese aire caribeño, no lo voy a negar. Pero hoy tomaremos uno más cargado.
- ¿Para lo mismo? Pero dime aunque sea que esencias y especies le echas porque a veces he sentido un amargo, o un dulzor, o un picante fuera de serie dentro de los sabores.
- El del otro día tenía pimientas rosadas, que no pongo a hervir con el agua, que solo las mojo cuando la temperatura hierve y las retiro muy rápidamente.
- ¿Sabes que creo? Que el té funciona, pero fue la parchita de los bombones la que te puso nuevamente a soñar…
Se me quedó mirando mientras sacaba otra vajilla distinta. Esta era de porcelana china.
- ¿Por qué piensas eso?, me preguntó.
- Porque la parchita es una fruta de deseo y pasión. De alguna forma te acercó al placer que alguna vez sentiste junto a ese hombre.
Amalia no dijo mas nada. Se concentró en colocar en una bandeja todos los implementos que después llevamos al jardín íntimo. Puso unas galletas que tenían forma de huesito y estaban tan duras que parecían para quitar el dolor de las encías a los bebés. No sabían mal, pero buenas tampoco estaban.
Me miró con sutileza comprendiendo el entendimiento mutuo.
Desplazó el placer en su batalla contra el olvido.
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