domingo, 16 de diciembre de 2012

El viento de los muertos


Acabo de colgar la ropa como cuando era niña. No tenía los ganchos de madera pero no hicieron falta. Una cuerda amarilla improvisada, atada de un extremo a otro, de un árbol a una baranda de madera, me dio el péndulo para el juego del aire.

Llegó el doce. Pasó el doce. Otros entonces esperarán el veintiuno. ¡Que cansancio frente a esos recordatorios aciagos del fin de la humanidad, cuando la naturaleza del hombre es sobrevivir!

Sentada bajo la higuera y oliendo al mar que se acercó como todas las noches con ese salitre intenso y purificador, la noche cayó de pronto en el patio: estaba rodeada del firmamento de arriba.

En ese tiempo, el que acabo de recordar, nada de esto me parecía extraño. Hablaba con luces que giraban todo el tiempo alrededor mío mientras se difuminaban graciosamente alrededor.

No había temores, apenas los que empezaban a enseñar en la escuela  a la que mañana alguna quería regresar porque se me producía en el cuerpo un rechazo doloroso, a los niños-compañeros de todas las ruidosas aulas, dirigidas por maestras crueles, duras y pesimistas. A las que aprendí a querer con amor y solidaridad. Sobre toda la Bergman, indolora y fría, que pese a ello cobijó un año entero a mi hermano todos los mediodías.

Mi hermano supuestamente debía cuidarme pero no lo hacía. Estaba en esa edad en que el corazón ya se ha roto pero se desconoce esa particularidad.

Comía los higos con mucha intensidad. Reconocía los más dulces así estuvieran impúdicos por fuera. Y hablaba mientras el patio, aparentemente, vacío, me escuchaba.

Ya en ese tiempo auscultaba el viento de los muertos. Suave, incoloro, sutil y mágico. Nunca me importó gravitar en él porque el de los vivos era céfiro agresivo. La carne da una petulancia y una ambición inaudita, a juzgar por la arrogancia y el orgullo.

En una hoja doblada practicaba lo que hago ahora, escribía y miraba el falso blanco dispararse por la luz que se colaba por las piedras que estaban protegiendo las paredes bajas de la casa.

Bañada de sudor, ese que es joven en la piel que también lo es, inventaba los mundos hasta que llegaban a mancharlo los adultos con sus mandatos y sus fieles circunstancias de rutina.

Mi ritmo de vida era tipo jazz. Eso lo he reconocido con los años de ir alimentando el espíritu con esta música que tiene un tiempo mucho más acorde con el espacio.

Rodeada de las estrellas y las galaxias y sin pensar que vendría mama, papa o mi hermano a molestarme, a sacarme de mi contemplación y de mis juegos de principios de tarde, cuando empieza a anochecer, mis horas preferidas de la penumbra, recogí la sonrisa de un maestro que supo darme tres lecciones sencillas en menos de un minuto: no temas, no prediques y vive tu libertad sanadora la respiración.

Era un mensaje tan contundente y claro que jamás lo pude olvidar. Por eso a los años supe que la fabricación del sueño es completamente individual. Para él el mundo terminaba en 1999 y justo en esa fecha murió. En Vargas. Un quince. Sin otra consideración astral de su destino.

Vuelve el doce, el veintiuno, la profecía que no terminó, que se quedó colgando sin mayor explicación y siempre me gustará participar del ritual hermoso de adorar, desde el corazón, el entusiasmo, la inspiración en forma de sol y de pájaros.

Desde el corazón alegría.

Nada que temer. La continuidad viene del soplo de la sabiduría. Sin ser completamente sabios tenemos rocío de esta energía que inunda en todas las fuerzas de la naturaleza.

Pero somos celtas en el corazón y libres en el tiempo.

Por ello celebramos lo que fue vaticinio equivocado porque la existencia tiene un péndulo todavía más temerario, digno y capaz.

Han regresado, lo hemos hecho tantas veces, que los que insisten en los designios azarosos; el caos, la pesadumbre, el dolor, están descubriendo algo ancestral pero no confiable ni verdadero.

Por eso las estrellas estaban tan cerca, deteniendo el tiempo que siempre ha sido, el que no fue inventado, ni cronometrado no comprometido con lo que no tiene ningún sentido.

Luz de noche. Noche con empuje de luciérnaga. Cuento. Realidad. El higo mordido por el murciélago ni siquiera amilana.

Mucho más que profecías, vida ( NOTITARDE, 16/12/2012, LECTURA TANGENTE).- 

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