Repasar la importancia de
los verbos es como revisar el rincón más olvidado de la casa, limpiar sacar el
polvo, humedecer; botar lo que ya no se necesita o está almacenado sin razón
alguna, ocupando la energía detenida, muerta en el espacio, más bien en el
implacable destiempo al que ha sido sometida.
Marairé se vio a sí misma
recorriendo de nuevo el ejercicio. Soy. Estoy. Tengo. Tres en tiempo presente.
En el habla inglesa el primero y el segundo son uno solo, en habla castellana
la conjugación por separado obligan a tener otra dimensión, con una resonancia
lirica diferente, otro tipo de integración si se siente un silencio alrededor
de sí mismo. Pero ahí no radicaba el
asunto.
¿Cómo integrar esos tres
verbos?, ¿amorochándolos?
Los escribió en un
pizarrón antiguo. De esos verdes con los que hay que utilizar tiza blanca.
Estaba en su antiguo salón de clases de primaria en esa escuela vieja, gastada,
todavía pintada de gris y vino tinto, con una edificación militar enfrente que
impedía la perspectiva directa al mar.
Las tres palabras juntas
tenían enorme fuerza. Eran como un rayo y su magnetismo se concentraba porque
estaban separadas. Formaban además un triángulo y Marairé lo pudo ver con
enorme claridad aunque estaban registradas en fila, una al lado de la otra.
Estaba en la escuela de
fantasmas, de historias viejas, de rincones llenos de muertos que aspiraban un
poco de tranquilidad y habían amanecido en el ruidoso colegio de su infancia.
Alborotado cuando todos
estaban de acuerdo.
Triste cuando todos iban
solo a lo suyo, todas las veces que ella miró a su alrededor.
Pero esta disección no
pertenecía al tiempo verbal de los ejercicios, aunque se encontrara ahora allí
muy cerca de la montaña que tragaba naves intergalácticas, donde crecían flores
que tardaban en marchitarse y en voces que no dejaban de pedir.
Ahora estaba cortando y
preservando los tres verbos que más se ejercitan en el pecho, en el cuarto
chacra.
De las largas ventanas
coloniales, pintadas de gris, que habían formado capas que podían romperse
fácilmente, también divisaba una iglesia con caminata de escaleras, cúpula y
ventanales azules. Muy cerca estaba una famosa pensión, un río, un puente, una
plaza con refugio para las palomas y el siempre húmedo parque de abajo, donde a
veces jugaba, amparada por la sombra demasiado grande de los centenarios
árboles.
Se devolvió con firmeza al
pizarrón. Volvió a observar las tres palabras desde otro ángulo y se acordó de
cuando despidió del primer compañero que se iba a vivir muy lejos, a Japón.
Cuando caminaba, se
asomaba y vivía sin saber muy por qué.
Del soy tengo una raíz
hacia la tierra. Del estoy tengo ramas. Del tengo frutos. Amorochados no pueden
estar tienen que estar integrados como nada lo estuvo allí, en esa escuela de
vientos perturbadores, de conquistas inalcanzadas, de esclavitud y fuga; de
piratas que vinieron a morir porque no habían alcanzado felicidad alguna;
trasladado el porvenir a los miles de los que allí estuvieron, con Marairé,
cuando el cuartel se convirtió en escuela y todos se llevaron en la piel parte
de su dolor, sus frustraciones, el grito y la desmesura de otra época,
apretada, sentenciada y con el túnel cargado del gas de las minas: mortuorio.
Pero ya Marairé no caía en
la trampa.
Los maestros no podían
perturbarla.
Ahora era ella quien los
escogía.
Incluso elegía a los
antepasados que ella deseaba que la acompañaran.
Soy, estoy y tengo una
nueva dimensión que he ganado a través del tiempo, sin otro alarde, que el de
convertirme, justo en lo que quiero ser, donde quiero estar y teniendo todo
cuanto necesitó; y cada vez necesitó menos porque las necesidades ya se han
colmado, maravillosamente.
El cielo también se
divisaba.
El aire traía el salitre
que corre todo el tiempo, como brisa gruesa, cuando se está tan cerca de la
mar.
Su boca estaba fresca como
cuando conjugó allí, en su escuela, el verbo amar junto a las sílabas mamá y
alcanzó todo el universo entendiendo más allá de lo que ella misma podía
comprender aquella mañana de sol y de anestesia.
¿Anestesia?
La que requirió su corazón
cuando lloró y los verbos se fugaron.
Otra era la dimensión que
ya había comenzado y giraba dentro de un mandala, justo en el centro de su
pecho, justo entre la diapositiva de cuerpo y razón. Tengo. Estoy. Soy:
variación que no retardaba crecimiento alguno, tampoco lo adelantaba como
algunos creen.
(Notitarde, 17/02/2013, Lectura Tangente).-
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