domingo, 22 de junio de 2014

Fuego tintado

Gabriela Láscaris con tres de sus obras durante la inauguración de la exposición

El próximo jueves 26 en la sala de exposiciones del restaurante Casiquiare se presentará la muestra individual de Gabriela Láscaris, Retro actual, a partir de las siete de la noche.

Cuando  la conocí y entrevisté  me habló de su esposo, fallecido años atrás, Teodoro Láscaris-Comneno, escritor y filosofo, padre de sus hijos, con quien disfrutaba las charlas y el conocimiento que él emanaba, a todos los que lo conocían, en las tertulias informales que brindaba en su hogar.

El último libro que han editado de su obra es Miscelánea  universitaria filosófico-histórico (editorial Salamandra, Tunja, 2013) gracias a la labor de un editor amigo, que en Colombia, se ocupa de sacar a la luz la obra de este hombre que se dedicó a leer, escribir y pensar para generaciones futuras.

Aún con el recuerdo intacto, que ella conserva con amor, manteniendo el estudio donde el dedicaba largas horas a las tareas que todo filosofo realiza, se permitió hablar entonces de su incursión en el mundo del arte, una vez que sus hijos estaban un poco más grandes, y tenía más libertad para dedicarse a ello.

Con humildad y sencillez fue explicando la pasión que le surgió por las artes del fuego y, en particular, por la quema primitiva, que le permitía una creación pura, difícil, exigente; capaz de trasmitir el origen de todas las formas vivientes.

Después le vino aquello de hacer dibujos, semblanza de seres humanos, con trazos muy libres que ella consintió, en los que los esbozaba con un ala porque perdieron la otra al estar en la tierra, expuestos a tanta deshonestidad por aquello de sentirse separados de su esencia.

Ella cuando habla de sí misma rinde homenaje a Teodoro. Es su forma de reconocer el amor: “Ser en uno y ser en los demás. Ser de un mundo y ser para el mundo. Y para un mundo, más perfectible, mejor en lo material y en lo espiritual” (p183), escribió el filosofo Láscaris.

Gabriela Láscaris es una mujer que se ha permitido ser. Esa es una gentileza, muy suya,  raras veces observada por los caminos de este transitar. Además, es también, una libertad que pocos se regalan a sí mismos e, irónicamente, es la puerta de una felicidad constante en la llamarada de la vida.

Por eso es que las líneas, los trazos, los garabatos, los dibujos de la prisa que ella saca a la luz en esta muestra revelan, por sobre todas las cosas, alegría; la que engendra toda luz gozosa y traviesa que intenta comunicarnos sencillez, espontaneidad. Resultado fugaz y perenne en el encuentro con la creatividad.

Como artista, en sus comienzos, enamorada de la quema de las artes de fuego primitivas, estuvo consagrada a este difícil arte que requiere además de perseverancia y suerte, una dedicación casi mística al momento de producir una pieza.

Lo hizo dejando muchas veces su piel chamuscada en los intentos por lograr en esa perfección incontrolada que es el fuego, su huella, al moldearlo, justo cuando va cuando va comiendo la tierra, enceguecido por la prisión de las cuevas pirotécnicas de la flama.

 Luego vinieron las figuras de Ángeles, con una sola ala, puesto que así estamos todos los seres humanos, a su entender, en este plano físico.

Esas alas cubren aún algunas de sus figuras. Son manto. Son la calidez que los cuerpos necesitan. Son las fuerzas reposadas hacia el amor.

Pocas veces ha sido seducida Gabriela a participar en exposiciones y quizás este arrojo tiene que ver con el poder mostrarse en este juego de libertades que trazaron sus manos, en la sola invención de la línea que lleva al nacimiento de figuras definidas en las rayas, en el grosor, pero por sobre todas las cosas en las finas y a veces apenas esbozados temblores de los pliegues que ofrecen las tintas y las manos en  movimiento.

Como se ha permitido ser, Gabriela muestra su abanico sonoro de dicha, de ingenuidad, franqueza y pureza, pues el regreso de la madurez a la niñez, a ella, en particular,  como a muchos creadores, le sienta bien. Porque atrajo la esencia de lo aprendido que se vuelve único, una vez olvidado.

Concentrada en su sensibilidad risueña juega al círculo, al remolino, a la energía de la vitalidad. En cierta forma es el fuego tintado, un poco más calmado, reiteradamente vivo. Jugando a formarse en ese presente que fue el pasado (Lectura Tangente, 22/06/2014, Notitarde).

Foto cortesía de Anna Fioravanti 

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