Sentada sobre un troncal de orquídeas observé la obra de Ramón
Morales Rossi en el Museo de Arte Contemporáneo Francisco Narváez en Porlamar,
Nueva Esparta (fundado en 1979) titulada “Orinoco como río de luna y de sol” en
la que su canto hacia la exuberancia de nuestro delta relata sus encuentros
ritualísticos, serenos y a la vez conversadores, como son los afluentes, de
forma natural.
Toda la búsqueda de este
maestro autodidacta, nacido en Ciudad Bolívar en 1959, se fundamenta en el
lenguaje de las aguas y todos los contrastes que se interpretan alrededor de
ellas, mucho más cuando se está ante el colosal Orinoco, de cauce profundo y de
laderas anchas, avanzando entre las piedras también descomunales, sin
obstáculos por vencer, todos vencidos, en su fuerza y su ánimo peregrino.
En torno a toda esta
energía sobrenatural Morales Rossi construye una sencilla poesía y hay que
entender que dentro de ella surge el mar de las complejidades. Toma las maderas
quemadas en los incendios feroces que desbastaron árboles formidables y los
enmarca con gusto personal, las técnicas que ha ido domando y aprendiendo en
ese vital juego de ensayo y error, al colocarlas solas, amarradas, con piedras masculinas que
las acompañan, reforzando la noble verdad de sabernos tan fuertes y débiles de
acuerdo a cada etapa y actitud.
De esta forma comienza el
recorrido por este espacio del Museo margariteño, mar poblado de un rio, del
ritual que nos tiene acostumbrados, con sus piedras que hacen un círculo perfecto.
Piedras oscuras pintadas a la mitad con ese tono que cargan los piaches en sus
rostros cuando van a realizar una ceremonia y se conectan con los ancestros que
tantas enseñanzas dejan a los vivos.
La obra de este hombre
impresiona por las muchas cosas que va contando sobre el Orinoco. La arena que
de alguna forma ha convertido en tersas y finas esculturas, erigidas de
diversas formas pero que llevan al lugar al que olvidamos pertenecemos. Es el
hombre que nació para recordarnos que Venezuela hubiese sido más grande de lo
que es, si en vez de dedicarse a extraer petróleo se hubiese dedicado a
conservar sus ríos, inmensos, maravillosos; limpios; cargados de la voluntad de
la vida, depositada con toda abundancia en el Océano.
Los peces de finas líneas
cubistas juegan todo el tiempo a la vivacidad y el conjunto de piezas, incluso
una muy geométrica instalación de hilos cruzados en una pared en la que se
tejen piedras lo revelan como el hombre que ha observado mucho más allá de lo
que se ve. Porque el Orinoco es un conjunto de sentimientos y sensaciones
dispares que el logra sintetizar en piezas muy bien sujetadas para decirle de
alguna forma que tampoco es tan invencible.
Hay piezas que sin duda
enmarcan con mucha sutileza la visión de Morales Rossi sobre el estado Bolívar,
donde la grandeza juega a lo minúsculo. Se ven vuelos abrasantes de pájaros, se
huele perfume de orquídeas, la espontaneidad de las gotas de agua que de alguna
forma él congela en un cuadro de arena, con un arte que debería ser estudiado y
enseñado en las mejores escuelas del mundo.
Los colores son tan
precisos y a la vez tan bien logrados que se palpa el minucioso trabajo que ha
tenido él por no romper los secretos y por domesticar su ego que en modo alguno
compite con el tercer río más caudaloso del mundo, con sus manifestaciones
intangibles: las intuiciones y los sueños.
Anima los objetos
inanimados que quedan desperdiciados en las orillas. Es un poeta recogiendo
huesos para darles vida desde el desvarío que también tiene que tener todo
creador.
Rinde con devoción
infinita culto al llamado eje central de la cosmogonía Tamanaco, Amalivaca,
considerado el gran héroe civilizador, de acuerdo al escrito de Richard
Aranguren en el catalogo de la muestra, “primero en realizar una inscripción sobre
la roca de La Encaramada fundando así la memoria de ese pueblo”.
En este artista los signos
son un claro presentimiento de sabernos hijos de un raudal ramificado en muchas
otras orillas que abren caminos y que tuvieron la dicha de su certera generosidad.
Como la tiene Morales Rossi a l momento de dedicarle todo su amor conceptual
para llevarlos a todos los rincones del mundo. Basta ver una piedra para
escuchar al piache. Basta ver un tallo muerto para reconocer que allí hubo más
que la ignorancia y la desmedida que nos arrastra. Basta ver con conjunto de
peces para saber que la abundancia ha jugado en contra. Basta con sabernos que
hombres y mujeres que pertenecemos a este tiempo quedamos como Morales Rossi
anclados en la desmesura y el fino olfato que hemos desarrollado ante el
porvenir.
Hojas, maderas, flechas
enumeran la travesía que él así define: “Soto se montó en una canoa y yo me
monté en otra, ambos partimos del Orinoco, él desde el cinetismo y yo
concentrándome en su horizontalidad y utilizando materiales directos como
tierra colora’, moriche, piedras, guaral y agua del río”. Un maestro atento,
hacedor de esa luz cobriza que sale del Orinoco cuando se emerge de él, de
adentro hacia afuera (Notitarde, 19/10/2014, Lectura Tangente).-
!!.. Siempre encuentro motivación para leer en cada escrito, ensayo, o reflexión que hace MARISOL PRADAS. Donde lo sutil y sublime del espíritu creativo, es vital en sus variadas líneas de expresiones culturales...!! Para ella, son motivos de sobra para hacer un escrito sobre cada tema en particular de manera muy singular, con sus diferentes matices y características, que afloran su interés en particular por ahondar en las virtudes y propiedades narrativa, en su manera de abordar el arte, con pasión y sensibilidad. Sentimientos estos que denotan la pureza del discurrir de su pluma...!!
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