domingo, 8 de febrero de 2015

Creíble


Apertrechadas en un manojo de posibilidades, las horas van transcurriendo de forma segura y rápida hasta que  se hacen días, completando la cuantificación de las épocas o etapas de vida. En todo ese camino, en ese paso, en esa aventura o experiencia, aparece en papel estelar la palabra, sonido asociado a una significación, que completa y hace posible nuestra conectividad con el mundo, tal y como lo tenemos hoy en día, tal y como creemos precisarlo.

Justo es la importancia de la precisión la que muchas veces escapa en la tarea de comunicarnos. Las palabras exactas son necesarias para entender la realidad sin estorbos, con cierto favoritismo por su claridad. Pero ¿qué estamos viviendo hoy frente a esas letras que se hablan y esos signos que se leen?

Nacemos valientes y el tiempo pareciese que hace reducir el valor cuando la conciencia asume rol en la palabra. Deducimos entonces que estamos frente al uso inconsciente, dado el ímpetu de buena mayoría de mensajes insubstanciales que cobran diariamente las redes sociales.

El mundo mejor informado parece estrato de celdas de avispas, con sus más expresivas variedades.
Lo trivial no convence y no trasciende, por lo tanto es desechado, pero el ritmo del ego individual no permite que existan aclaraciones de ningún tipo. Lo que queda es esa maluca emoción de sabernos poseídos por instintos bajos y por enredaderas gelatinosas, cuando algunos y algunas luchan por establecer su punto de vista a como dé lugar.

Dijimos anteriormente que emergemos valerosos desde la primera necesidad de aire que brota en el balbuceo del llanto que sin duda se transformara en voz palabra. Pero pareciese después (con el vivir) que vamos adoptando cierta cobardía en nuestras decisiones al enfrentarnos al mundo y sus confusas formas de transformar hechos y palabras.

Seguimos sin querer entender el poder de las palabras, de aquellas que juntas conforman hecatombe, sobre todo si llevamos siglos perpetuando su significado. Seguimos sin ponernos de acuerdo en casi nada.

A la par de todo lo que sabemos, enseñan en las escuelas y el trabajo que después hay que hacer para desaprender en muchas circunstancias de la vida, es importante ir reconociendo la energía de todas y cada una de las palabras que utilizamos diariamente.

 Llevamos años soportando la carga de un discurso que podemos calificarlo como queramos. El de unos y de otros. El de izquierda y el de derecha. El violento y el sutil. El que se denota más falso que el otro y el que creemos que es falso porque si. Todo eso está muy bien. Somos libres de pensar lo que queramos (aunque limitados en la expresión y cada vez más en su libertad), pero últimamente la palabra que campea en todas las bocas venezolanas es increíble.

Lo estamos viviendo y decimos: ¡increíble! No conformes con lo que sucede, la mencionamos una y otra vez. Desde allí, infortunada incoherencia.

Si fuera cualquier otra palabra el análisis buscaría igual antorcha de luz pero ocurre que ésta es bien particular. Todas la son, claro está, pero ella atrapa un universo paralelo, una piel desconocida. Tu puedes colocar todos los sentidos (ver, escuchar, tocar, sentir, oler) lo creíble pero para su antónimo carecemos de herramientas para enfrentarlo.

Un héroe de cómics es increíble, pero no lo es un animal surgido del fondo del mar que fue encontrado por un grupo de pescadores porque, desde el mismo momento que salió a flote y lo atraparon, es creíble. Por más raro que sea y aunque no lo hayamos visto antes que esa vez.  

No vivimos en Venezuela una historieta ni la atmosfera creada por un autor de ficción. Coexistimos una realidad tan decimonónica que aunque no queramos reconocerla es creíble, porque paso a paso la vamos experimentando, con sus calores, sus filas, sus injusticias y la tergiversación de sabernos separados, sin que se quiera reconocer la tranquila (y necesaria)  pretensión de reencontrarnos.

Existimos en una realidad que además está aderezada con duras palabras, expresadas desde la desafección y desde alocuciones que van descargando la creíble sensación de indefensión (que ha existido desde hace mucho, pero que ahora se ha tornado mucho más verosímil).

Los métodos de enseñanza fracasados adoptan la repetición y el caletre. Todo ello se une a la gran ignorancia sobre materia política que arrastramos como pueblo acostumbrado a vivir despreocupado.
¿La circunstancia venezolana no puede creerse o es muy difícil de creer?

Se cree porque es y poco más se puede argumentar ante ello, para no cargar aun más el turbio escenario de los acontecimientos. Nuestro momento es creíble, cien por ciento (Lectura Tangente, 08/02/2014, Notitarde/ Imagen www.taringa.net / Julian Breaver).- 

http://www.notitarde.com/Lectura-Tangente/Creible/2015/02/08/489050/  
mpradass@gmail.com

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