domingo, 9 de agosto de 2015

¿Responden así?




Vi el gato arrastrándose por el piso, que a esa hora estaba caliente bajo el sol incandescente de las dos la tarde. Su lomo o su espalda hizo ese rictus que indistintamente, en un lince,  puede revelar miedo o placer, por lo que no se debe esperar mucha diferencia del instinto humano, compartido en genes y mutaciones.

Pero esa fue una de las gatas, porque la otra esperó el tiempo prudencial, que también nosotras (os) debemos, para palpar mejor el aire y concluir que podía seguir durmiendo, sin temor alguno.

En la fila o cola vimos a un hombre vociferar de rabia ante una mujer de tercera edad “coleada”.

Los venezolanos no somos así.

Somos.

¿Por qué distinguirnos o creernos distintos?

Aquí se han encontrado todas las energías circundantes. Capaces somos de encolerizarnos como de apaciguarnos. También de progresar e irnos hasta el fondo en picada. De darle la mano a quien conocemos y de hundir a quien conocemos bien. De amortiguar golpes pero también de zumbarlos, de provocarlos, de prometerlos. De linchar, saquear y hasta ser, dentro de la indiferencia; cuando todos sabemos que no se es nada con ella.

Conocedores de la verdad, expertos en las angustias y en las artes de cualquier esoterismo que se atraviese: allí estamos siempre dispuestos a clamar como la nave que partió hacia acá, con la ignorancia atrevida, surcando aguas.

Pero todavía hay muchas más noches vecinas de la angustia y la indiferencia: siempre sembraremos la duda sobre el otro, porque tampoco hemos aprendido de la perfección del ser.

Nos criaron con culpa.

¡Qué le vamos hacer!

Y esa es la clave de todo: ¡tanto por hacer y tan metidos donde estamos!

Varios niños en la fila ya estaban fijando lo que más adelante, seguramente serán. Pero lo más válido es no sacar conclusiones sobre ellos, y de nadie.

Una de las niñas me preguntó si había comido y cómo era mi casa. Al parecer su mamá le había dado de comer tremenda “papa” y ella estaba tan satisfecha que sonreía a todo el mundo, al igual que el universo a ella.

Los gatos colindantes fueron el necesario escape de todos los allí presentes esperando algo que no tenían; que faltaba, que estaba o que quizás tiene esa indefensa potestad de necesitarse.

Vi a una mujer bajita, con cuerpo y cara de duende, tomarse las cosas con la finura y desparpajo que se hace necesario en tales circunstancias. Observamos como una mujer ciega, acompañada de otra joven, fue tratada como los demás por los funcionarios “a cargo” del orden. Fue tal su amargura que sentimos el ruido de cierto metal, ya cobrizo, desprenderse. No sé si los demás, pero escuché su ruido.

¿Somos o no somos?

Todo depende de quién responda.

¿Responden así los muertos?

Los gatos jugaron con los niños pero estos son demasiados crueles con ellos. Los estiran, los jalan, les cortan con tijeras esas antenas maravillosas con las que pueden detectar cualquier clase de asuntos.

Habían personas que no les importaba que esos felinos sucios estuvieran por allí deambulando a sus anchas, pero hubo algún padre sulfuroso que salió a reprender a esos animales que forman parte de no sé cuál reino.

En realidad lo dijo, pero no lo repito.

Una amiga me expresó que cuando siente en el lomo (espalda) no sé qué cosa,  que se le mueve como un dragón, se aparta, interrumpe el azar para tomar las riendas de su vida y no se deja embaucar.

¿Qué se le mueve la espalda como un dragón?

Los dragones no existen. Supongo que es un asunto parecido al de los gatos: miedo o placer.

¿Cuánto mueve el miedo en el mundo?: Mucho

¿Cuánto modifica el placer?: Más de lo que necesitamos.

¿Cuánto zarandea, en definitiva, el amor?: Todo.

Pero no seamos ingenuos, los ojos hablan, la mente calla, aprendamos y tengamos el valor de ver lo que somos (Notitarde, 09/08/2015, LECTURA TANGENTE).-

Imagen: https://es.pinterest.com/pin/564357397032970887/

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