domingo, 20 de septiembre de 2015

La recreación



Frente a mis ojos cruzó la Venezuela de hoy: un hombre cargaba en uno de sus hombros un saco de perrarina y del otro lado, de una de sus manos, colgaba una bolsita con un pote mayonesa de 900 gramos, tapa roja.


Se montó en un colectivo cuyo chofer lo esperaba (del otro lado) al verlo cruzar la avenida, azorado por el peso de tan preciada carga. Atrás quedaba el gentío de la cola y las frustraciones de los que no llegan a comprar.

El lenguaje de las señas  es bendito en los seres humanos.

Momentos después, justo enfrente de dónde me dirigía, un módico edificio vapuleado por años de ineficaz mantenimiento y sólo con la natural opulencia de unos árboles muy bien cuidados y regados, observé seis guacamayas haciendo un festín con unas semillas a las que aparatosamente agarraban, mordisqueaban y botaban, o se les caían, en ese festín visual  y auditivo que es para nosotros observar esas alas de luz y ese colorido tan alarmantemente intenso que tienen estos psitácidos.

La cruz de esta algarabía la prefiero a la otra, desde luego.

Dos instantes que traducen la realidad con unas cuotas vibracionales distintas.

Si bien el hombre que le estaba echando pichón para poder alimentar a sus mascotas traduce el esfuerzo y el amor por poder cumplir una meta, su éxito también podría atraer las necesidades de muchos otros ante las limitaciones; la rabia y la frustración que está latente en todas y cada una de las filas para comprar los productos que escasean.

Lo virtual de ese instante es lo que no se ve, lo que no se percibe, lo que se interpreta.

El espejo de la mente. La recreación del hecho, la molestia o la celebración.
Igualmente las aparentes distraídas cotorras atraen los pensamientos virtuales, la recreación y la fuerza que sus poderosas imágenes pueden generar entre quienes las miran. Provocan muchas cosas menos indiferencia.
Los contrastes siempre han existido pero están más marcados de un tiempo para acá no solo en Venezuela sino en el mundo entero. El asunto es aumentar o disminuir las oscilaciones del que aceptemos o rechacemos.

¡¿Para qué?!: Para vivir mejor.

Llevo meses tratándoselo de explicar a mi amiga Charo que anda con la cruz a cuestas de la desesperanza.

Todas las noches viene a quejarse, a contarme los sinsabores del día, lo que le falta y hasta lo que le sobra sin ella darse cuenta.

Cuando me habla del precio del repollo yo le menciono las piruetas de Samuel con el skate.

La falta de leche se la cambié por la chicha no requiere lácteos para prepararla.

El pollo y la carne se la hemos cambiado por sardinas.

Las uvas, las manzanas y las peras desde hace tiempo que fueron seducidas por los criollos cambures, y  los jobitos y los mangos cuando están de cosecha.

A la ausencia de Harina Pan ella si le encontró un mejor remedio: las come de una señora que las hace muy cerca de la casa, abandonando la recomendación de comer fritangas.

Ella misma ha observado que los cambios pueden darse positivamente. Tiene una gata muy sinvergüenza a la que acostumbró a comer latas de atún en agua y ante la imposibilidad de comprarlas ahora, por escasez y precio, el animal se ha adaptado sin mostrar siquiera desdén por la vida.

-      Todos aceptan las desgracias menos yo, llegó a decirme en uno de esos lastimeros intentos por acomodarse a su vibración.

Cuando ella se marcha hacia su casa, entro a la mía, no veo los noticieros como hace ella, porque de todas formas me enteraré de todas las cosas sucedidas, y virtualmente atraigo las guacamayas silvestres y esplendorosas que no necesitan otra cosa que vivir con alegría (Notitarde, 20/09/2016, lectura Tangente).- 

Imagen: www.flickr.com

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