domingo, 4 de febrero de 2018

Henry Mujica: Altar de la memoria




Henry Mujica es un artista que sabe de permutaciones. De su natal Pedernales (Delta Amacuro, Venezuela), podemos decir, saltó a Nueva York, donde estuvo alrededor de diez años.

La inquietud creativa intrínseca y la constante búsqueda en cada ser humano, son nutrientes.

Quizás, el trazo final que completa una obra, viene siendo el zarpazo para la siguiente. Por beatitud, ninguna pieza está completa y en el cuadro a cuadro magno de la vida de un pintor, entendería su dimensión, acaso un ser excepcional, capaz de ver la totalidad como si fuera cielo abierto.

Su samsara evolutivo. Tejido de resplandores y sombras.

Comenzó en Valencia (estado Carabobo, Venezuela) enamorado de la gestualidad, del teatro, de los ensayos con el maestro Eduardo Moreno; pero, muy cerca de allí, estaba la escuela de artes plásticas aguardando el aprendizaje de grandes maestros, historia del arte y  técnicas.

Hay poesía en los cuadros de Mujica. Difumina y alardea del color a su antojo. Resiliente, el pincel de su mente se transporta para ir dejando las huellas de sus protagonistas. Una novia, un toro, parejas, floreros o paisajes. Primeros planos  que dejan su latir en el espejo del lienzo, susurrando al espectador.

Sus paisajes bajan por el ancho río para reflejarse como si siempre estuvieran sumergidos en agua. El Delta venezolano,  se le cobijó en los ojos. Atravesar una y otra vez un afluente en curiara, para llegar o irse de casa, es baño a los sentidos. Cambios de luz constantes en la superficie. Fondos no siempre cristalinos, cargados de sedimentos, hablan de lo desconocido, de la cautela, como los lienzos de Mujica, quien  asoma visiones sutiles, rescatadas de la memoria.




Aguas manchadas, arrastrando residuos de lo que parecen grandes episodios, lejos de allí, recordando la vulnerabilidad del futuro. Los matices de la luz natural, tras las torrenciales temporales, con el sol que aparece minutos después de la lluvia, entronando su fuerza, tras el débil momento sentido; potencian el alma del paisaje.

La exuberancia tiene y entrega poder. Y el Delta del Orinoco parece que a veces marcha al revés, por lo que hay que vivir en un estado de alerta permanente al que hay que saber entender, para sobrevivir.

Imposible hablar de Henry Mujica sin mencionar a su hermana, Elba Damast, segunda madre, que como su progenitora Lilia, oriunda de la isla de Trinidad, muy cercana a la plataforma oriental de Venezuela, dejó en sus venas de artista y hombre, profunda huella.

Damast, de impecable trayectoria tanto en su obra pictórica como en sus instalaciones, lo llevó a Nueva York donde pudo germinar y acumular vivencias que lo llevaron a ser el aliado desprendido que es, entendiendo la diversificación de los estilos de vida, plenos en el mundo de los artistas que saben compartir la vida cuando hay abundancia y carencias, por igual.

Los corazones que tanto le gustaban a Elba le nutrieron tanto en pleamar como bajamar, para acumular y desplazar el compendio de afectos por comunicar, frescos y vivos, en el altar de la memoria. 

Uno de los personajes centrales de la variada obra de Mujica es la mujer vestida con traje de novia que aparece como principio de una fuente de imágenes. Sosegadas, en los diferentes cuadros han enfrentado al público, con introspección. No parecen estar nerviosas ni delirantes. Son serenas mujeres, con ilusión, candor y espera eterna. Desprendiendo recuerdos que él va espolvoreando por el resto del lienzo.

Cuando su brocha dibuja el bulto de un toro, la mancha negra lejos está de horrorizar, porque algún color contrastará Mujica para devolverle fulgor. Asoma el coraje en segundo plano del lidiador porque también en él hay un juego de planos, volúmenes y artificios para dialogar en el lenguaje grácil por él organizado.




Hay trazos gruesos que en la perspectiva de su obra emplazan el carisma de los colores que siempre revolotean en la mente para atraer miradas, recuerdos y esa conversación íntima que intenta entablar con el espectador de sus pinturas.

Su obra es atractiva. De dimensiones grandes en su mayoría. Una puesta en escena que captura signos para comunicar lo que hay que salvar del infranqueable fondo del río.

Sus marinas azules, sus rincones citadinos, sus plazas y toda la gama de creaciones estimulan la mirada dentro del espejo que siempre encuentran todos sus horizontes.

Ahora vive con su familia en España. En un espacio amplio donde pinta con la libertad y la fuerza que ha mantenido hasta ahora, rodeado de la complicidad de todos los suyos.

Su forma de hablar es precisa. Escucha atentamente. Cuida lo que va a decir. Busca exactitud en sus palabras.




Marisol Pradas: ¿Cuándo nacen tus novias, que cuentan ellas en el lienzo?

Henry Mujica: Las novias están en mis lienzos desde 1978. Fue un encuentro con mi madre, ya fallecida, empezó a contarme las vivencias de la mujer como símbolo de la vida misma, recreando el ambiente en torno y crítica social a la vida.

MP: ¿El mundo onírico presente en tus cuadros, pertenece a esa necesidad de entremezclar símbolos donde no puedes colocar palabras?

HM: Los símbolos son recreados para continuar el lenguaje, dar movimiento, de ahí mi inclinación sobre el teatro.

MP: Los que conocemos el Delta del Orinoco podemos intuir en tus trazos la importancia de las aguas en tu obra…

HM: Mis paisajes son recuerdos de Pedernales. Mi infancia transcurría en esos paisajes grises y húmedos, por eso siempre pinto los reflejos de paisajes mojados, pero muy alegres.

MP: ¿Qué te dejó Elba Damast como artista?

HM: Mi hermana Elba dirigió mi camino y la disciplina del pintor. Con ella aprendí mucho. Fue el impulso que todo artista necesita en el mundo del arte.

MP: ¿Es importante la textura al momento de presentar tu trabajo? Yo la siento como solapada.

HM: La textura es importante para mí. Uno de mis tareas cuando estudiaba era practicar con muchos pigmentos; arena, para dominar métodos y poder ofrecer ciertos efectos. Era uno de los tantos quehaceres que me ponía mi hermana Elba cuando tenía 17 u 18 años.




MP: ¿Continuaste en el teatro después de tu experiencia en Carabobo?

HM: En el teatro empecé casi igual que en la pintura. Duré muy poco en la escuela Ramón Zapata  porque en el año 1976 me marché para Nueva York, con la fortuna de que me topé con Abdón Villamizar, dueño y director del Teatro Itati, un venezolano, residenciado por muchos años allí. Al momento de visitarlo estaba ensayando una obra el director mexicano Milos Salazar y hacía falta un actor secundario para que el actor principal continuara con sus movimientos. Me pidieron ayuda y terminé con el papel. Después continué con el teatro El Portón, uno de los teatros latinos más importantes, Off-Off Broadway. Allí estuve con Mario Peña con una obra que la dirigió el argentino Delfo Peralta. Mientras pintaba en el día trabajé en las tablas por las noches. Así nació mi teatro de bolsillo, improvisando obras teatrales frente a mis amigos, con mis hermanas, con la pieza teatral, Juego a la hora de la siesta (Roma Mahieu).

Luego escribí Jaulas Vacías que se estrenó en el Ateneo de Valencia en 1982, donde actuó el artista plástico José Coronel, encargado también de la escenografía.  Muchos pintores estuvieron conmigo,  como Héctor Ernández y Rubén Calvo. Después escribí y dirigí también El Hombre Morrocoy, que se estrenó en el Teatro Municipal de Valencia. Tengo una obra que aún no he la he montado, que se llama Confieso, trata sobre la creación de un Jesucristo falso, para engañar a la humanidad.




MP: ¿Cómo sientes el arte venezolano ahora desperdigado por el mundo?

HM: A lo largo de mi camino, por diversos países del mundo y grandes ciudades me he encontrado con muchos pintores venezolanos que siguen trabajando sus propuestas. Esa trayectoria, buscar y sobrevivir en las pocas galerías que pertenezcan a tu estilo, es loable. He sentido satisfacción al compartir y saber que su lucha suma mucho en el futuro de la trascendencia del arte. El camino es fuerte y todos los que están fuera de Venezuela son reconocidos por  su constancia y disciplina. Todo ello me estimula al igual que a los jóvenes artistas, en su huida, porque en Venezuela la situación para los artistas se ha vuelto muy difícil al momento de sostenerse: no se encuentran ni calidad ni materiales para poder elaborar sus obras, con sus respectivas técnicas.

También las cotizaciones han influido para que el arte se transforme en un mercado que no favorece a ningún artista venezolano.

MP: ¿Por qué los caballos de carrusel en tus obras?

HM: Recuerdo mi primer circo allá en Maturín, tenía yo seis años. Estaba entre el miedo y la alegría. Eso marcó mucho lo circense en mis obras: ¡Los caballos son mis símbolos de libertad! Recuerdo en New York me llevé a mi sobrino Takeru al Madison Square Garden a ver los acróbatas en los caballos. ¡Ahí en mis obras están contando historias ancestrales! Mi hermano Humberto que también es pintor me decía: ¡viene un circo, Henry!

En mi casa en Valencia, antes de yo pintar, la frecuentaban mucho Wladimir Zabaleta, Marc Castillo y Rafael Martínez, entre otros, ya que eran compañeros de mi hermana Elba Damast. También iba mucho a mi casa Leonardo Salazar.

Mientras, nosotros, mis otros hermanos y yo,  hacíamos muñecos de barro y juguetes de cualquier material. Éramos catorce hermanos.

Una familia numerosa. No podía ser distinto con ese río tan ancho, roto, que es cualquier delta, con las características propias de cada uno en sus diversas geografías. Para Mujica las aguas resucitan cada vez que empieza a pintar esa nada blanca o fondeada que es un lienzo. Días antes ya lo ha soñado o se le empieza a revelar frente a sí. En todo caso, trae la fuerza y el enigma. El amor se fuga a los rincones plácidos de la emancipación.






Fuentes consultadas:



http://rogallery.com/Damast_Elba/damast-biography.html

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