martes, 29 de mayo de 2018

José Coronel: corcel y meninas




Las calles de Madrid llenas de gente en todas y en cada una de las direcciones que aparecen en el gran redondel turístico, son la constante. Por más que intentes escabullirte por callejuelas algo más solas, encontrarás a un par como tú descubriendo igualmente nuevos rincones o preguntando direcciones del entramado común, porque se han extraviado del destino escogido. Para muchos estas aglomeraciones son agradables, para otros, detestable. Desde hace mucho, paisaje cotidiano. Ya no existen temporadas para los turistas. Todo el año están allí. Día tras día.

Arrastrando maletas, haciéndose selfies, pidiendo que se les haga una foto, preguntando direcciones, maravillados con lo que ven. Agotados e insistiendo en el deseo de continuar con la fiesta que parece venderse tan bien en España.

La novedad por estos meses son un conjunto de obras que han ubicado por rincones algunos más -otros menos- conocidos, con esculturas de las Meninas que los artistas fueron revistiendo con creatividad. Las hemos visto adornadas de flores, de diversos y múltiples colores, y estampas. Todos las han enfundado con sus estilos.

Desde que Diego Velázquez las inmortalizó en su cuadro La familia de Enrique IV, conocido como Las Meninas, porque aparecen ellas rodeando a la Infanta Margarita Teresa de Austria,  muchos son las artistas que al estudiar al pintor  descubrieron fuentes de creatividad e hilos de inspiración. Todos se han retroalimentado y han sido capaces de sacar provecho a esta obra maestra, que se puede ver en el Museo de El Prado, terminada por el pintor en 1656, en la que reunió una serie de aciertos estilísticos, capaces de deslumbrar a quienes se acercan a ella, sean especialistas o no.

Meninas como aire

A nadie deja todavía esta obra indiferente. Desde Goya, pasando por Manet, Picasso y generaciones enteras de artistas sintieron aquello que con muy buen criterio calificó José Ortega y Gasset como la “instantaneidad de la escena”. La obra tiene elementos atemporales como si solo pudiesen ser captados en los breves segundos que el obturador abre la luz a la cámara oscura, en contraposición, con los momentos meditados, reflexionados, capaces de reunir la sabiduría alcanzada por Velázquez: el momento histórico de un monarca, la potencialidad de la decadencia y el aburrimiento frente a cierta emisión de  autenticidad.

Al estudiar la obra, quizás la más analizada por los perseverantes del arte, se han multiplicado sus interpretaciones y en todo el mundo la han reproducido. Y por alguna razón parecen aumentar sus encantos. Versiones de ellas se han repartido por el horizonte como el mismo aire.

¿Cuál es el encanto de ella si el instante inmortaliza gesto de rechazo por parte de la Infanta?

Justamente allí. Velázquez aporta naturalidad dentro de la rigidez del cuadro que parece un escenario abierto donde además se representa pintando junto a ese grupo de niñas que, al visitarlo a su estudio, debían tener la curiosidad y el encanto propios de ellas, aunque ataviadas con el incómodo corsé de las normas sociales.

La rebeldía del gesto de la Infanta, seria y circunspecta, la atención de las otras dos niñas, preparadas para velar y atenderla, refresca de por sí, lo que en lenguaje teatral sería una puesta en escena, con la amplitud de los techos y las paredes revestidas de cuadros. Sin improvisación alguna, por demás. Allí nada falta, nada sobra. Todo milimétricamente estudiado.




Homenaje a Velázquez

Por eso cuando vimos que José Coronel  había nuevamente revivido a la Infanta Margarita, figura principal de Las Meninas,  con el color lirico de su obra, al pasar de nuevo  a la figuración, tras estar reposado por años en el abstracto, en homenaje a Diego Velázquez; sentimos regocijo por el resultado.

Quizás sea breve su paso por la figuración y pronto vuelva a adentrarse en el mundo de su expresionismo lirico contemporáneo pero es un descubrimiento que no hemos querido pasar por alto.

Da gusto ver como un hombre por años indagando en el ancestral universo de los colores y su luz, retorne a la figura humana o animal para, sin proponérselo, crear una nueva cosmovisión alrededor de los personajes que realiza.

Las realizó en el 2016 en Nueva York y actualmente las expone en la Galería Art Espacio, en el Miami District Design o en el barrio Distrito del Diseño de Miami, punto de encuentro de artistas del mundo entero.

La riqueza de estas nuevas meninas de buen formato se puede apreciar en el baño de color que llevan. La inyección de luminiscencia las reanima y las vuelve mucho más sentidas, respetando la concepción del maestro Velázquez, quien en la sana proporción de la composición, ya histórica, mantuvo el poder del rol desempeñado por cada uno de los protagonistas del lienzo: la infanta, las meninas de la corte, los reyes difuminados, los observadores, el discreto hombre que sale, él mismo con sus mejores galas y el perro relajado, a un lado.

La potencia de los cuadros de Coronel reside en los trazos rápidos y fuertes, en las que el puño no pierde la ejecución. Acompaña su mano al pincel con  la seguridad de llegar al final, por gruesa y necesaria que sea la acción.

El rostro de la infanta Margarita mira hacia ese lado en el que todos escurrimos las ganas, ya cansadas de tanta lógica perturbadora. Desagradada de ser servida, la infanta muestra la incomodidad de ser, por paradójico que resulte, centro de la vida misma, con el traje limitante. El ruido de los trazos y los colores de Coronel parecen no perturbarla. La quiere hacer hablar en su mundo de aguante silente. Pero ella siempre sabrá guardar las composturas, por lo que la manifestación, la llamada, el alerta está en las capas que en rudeza muestran cómo allí mismo se perdió su infancia.

Con el traje muestra mayor docilidad, más gracia; se siente ampuloso el encanto que debía revestir, no obstante, en la atmosfera cargada de los palacios.




Contrastes de placer

Después, a petición de unos coleccionistas,  ha venido realizando una serie de obras figurativas, donde le dieron libertad creativa.

Fue haciendo un grupo de geishas. También se adentró en el enigma de la Gioconda o La Mona Lisa de Leonardo Da Vinci y La joven de la perla o Mona Lisa holandesa de Johannes Vermeer.

Al deslizar su mano por las figuras observamos a un Coronel en pleno vuelo creativo que hace del color contrastes de placer combinándolos a su antojo, revelando un lenguaje seducido por fucsias y amarillos, lilas y palpitantes verdes.

Igualmente dibujó caballos, uno de los animales que más transpiran tierra y libertad,  descargando  vitalidad y fuerza. Negros y blancos; amarillos y marrones van desplegando nervios contra el tiempo, contra el vacío que vencen, en su lucha indómita.



Yendo hacia la derecha, briosos; hacia la izquierda transfigurados en la luz del blanco, que agacha el destino. Obras limpias, con revestido buen gusto. Resueltas con la rapidez de un conocedor de las diversas técnicas, profundo y revitalizador.

Imaginamos que todo este ejercicio figurativo le recuerda sus comienzos en los salones de estudio de arte pero los cuarenta años de trabajo plasman el albor traducido en diferencia y conocimiento.

Experiencia que sabrán muy bien aprovechar los alumnos de la Universidad José Antonio Páez (Valencia, estado Carabobo) donde se encuentra dando clases de arte en la Cátedra fundada años atrás por Pilar Taboada.  




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