lunes, 13 de abril de 2020

Despedida

Dibujo de Al Segar 


Pasó con rapidez, atravesando diversos pasillos. A sus ojos, los movimientos de las mujeres de limpieza y las enfermeras que le miraban, reconociéndole.

En la sala de cuidados intensivos, con las señales eléctricas pulsantes, buscó a Antonio. Miró hacia la zona media donde debía divisarle. No estaba.

Avanzó hacia los ascensores. Sintió que lo llamaban. Al girar la cabeza, sólo vio filas de pacientes en cama, aproximados a ambos lados de las paredes, estrechando el pasillo. Bajó al sótano maestro, como le llamaban entre ellos, al más laberíntico, con fuerte olor a lavandería, con los carros alineados para ser transportados, con sábanas limpias y demás enseres, a los pisos correspondientes.

Al llegar a la morgue el  panorama era desolador, hasta para él, habituado, desde estudiante, a la muerte. Habló con uno de los encargados que se acercó, sin asombro de verle allí.

Lo ayudó a buscar el cuerpo de Antonio intentando ser amable con él. Lo consiguieron entre el grupo que acababan de traer,  sin tiempo de iniciar los protocolos correspondientes.

Dejó al médico solo frente al cadáver. Vio como éste confirmaba la identidad, apartando un poco la sábana azul grisácea que tapaba el rostro.

 “Antonio, perdona por no llegar a tiempo como te prometí.  Aquí estoy. Recibe mi amor, tibio hacia ti, en mi pecho. Recibe mi abrazo con todo mi corazón. Te honro como pan mojado.

Te doy las gracias por la ternura que depositaste en mí, desde que me reconociste como tu hijo, entre todos los niños del retén. Al cargarme, bañarme y cambiar pañales. Hasta cuando te celaba de mamá, me mirabas sonriendo. Gracias papá, por darme tu herencia de genes buenos y honrados. Tengo tu soplo en mis cinco sentidos. Tu fuego en mi sangre. La dulzura de tus ojos. Chorro de luz en mi piel. La inteligencia del discernimiento en todas y cada una de las decisiones. Gracias por jugar conmigo, cuerpo a cuerpo. Por dejarme ganar. Porque mis travesuras te alegraran, con complicidad. Soy un pedazo de ti en mis arrebatos. Mi boca al recordarte se hace agua de carato moriche. ¡Con cuanto amor y gusto cocinabas!

Fuiste tierra fina y libre, viajando por ríos empeñados en desembocar en mar salobre.

Viaja en paz padre amado, ahora que lo puedo decir.”

Se devolvió por el mismo atajo. Trabajó unas cuatro, seis, diez horas más. Al quitarse el traje que lo hacía sentir astronauta, orinó largamente. No sabía cómo almacenó tanto líquido. Ni café había podido beber.

Cogió el coche y puso música. Repasó lo vivido. Fue entonces cuando se percató. Se había despedido de su papá al hablarle a Antonio. Tenía nueve años cuando falleció, inesperadamente. Le pidió a su madre que lo sacara del velatorio,  no quería estar allí. Unos primos se lo llevaron.

Mientras conducía, comenzó a llorar. Cruzaba Madrid, portal de asechanzas.

ilustración de Al Segar



No hay comentarios:

Publicar un comentario