Menina Grito de Roraima, en una solitaria Plaza Mayor |
Madrid ha empezado a mudar hojas. Llueve, escampa y empieza a mostrarse con los tonos otoñales que tanto gustan a los que saben que en toda transformación hay alegría y en toda muerte un renacer.
No obstante, los días de contenciones
y desaciertos de esta pandemia, visto desde el lado de quienes no tenemos nada
que ver con las decisiones políticas, pasa factura en la salud emocional de las
personas.
Angustia que puede
trasladarse a los hogares, a los trabajos in situ y los que operan desde sus
casas en esa suerte de tele trabajo que se ha impuesto, para poder continuar
con la vida que muchos intentan se parezca lo más posible a la de antes, cosa
que por el momento, tiene viento adverso.
La mascarilla ya es un
buen contrincante a la hora de entrar en los hábitos del día a día. Un amigo
deja unas cuantas metidas en un sobre, en la casilla de su buzón de correos
porque no ha sido la primera vez, como ha pasado a buena mayoría, que después
de bajar los cinco pisos hay que subirlos porque se ha quedado el bendito tapabocas,
colgado del perchero.
Vivir de esta manera ya
marca una diferencia. El aire no se respira igual y vemos a los demás de otra
manera. Las sonrisas ahora sólo se perciben en los ojos y a favor se podría
decir que interesa toda esta situación, mal denominada nueva normalidad, para
dejar de embaucarnos por la apariencia e ir un poco más al fondo de cada quien
y del dispendioso momento que atravesamos.
La normalidad es rancia,
no atrae novedad alguna. Juntar los dos vocablos es otra inexactitud sumada a
las muchas que con pleno conocimiento hay ido trajinando por los medios de
comunicación en todo esta vivencia.
Si buena mayoría de veces
observamos en la gente ocultándose en la consabida inercia de dedicarse a leer
en el móvil el cúmulo de sin razones que pululan por la red, podríamos traducir
que el tapabocas contribuye a aumentar esta indiferencia con que asumimos
nuestro alrededor y nuestra realidad, saturada como está de tanta incomprensión.
Por lo demás, encubrir
boca y nariz es un verdadero fastidio, una carátula equívoca y errada, de los
que ahora intentan combine con el color de calcetines, zapatos o bufanda; comienzo de un nuevo negocio que irremediablemente sólo perdurará
en el tiempo que se conserven las
estrategias e indefiniciones que por ahora se mantienen para provecho, una vez
más, de pocos; en detrimento de muchos.
La mascarilla quirúrgica,
la más barata, es la que lleva buena parte de la ciudadanía y el rey, la reina
y las infantas. Se observan vendedores ambulantes de esta prenda y las tiendas
exhiben todo tipo de diseños. Vemos en la televisión como los periodistas y sus
entrevistados hacen gala de ello. Hasta los museos se han reinventado
colocando grandísimas obras en esa mínima tela
que recuerda todo el tiempo la nueva anormalidad, como debieron
denominarla si tuviesen los gobiernos, alguna vez, asesores sinceros y
verdadero interés colectivo.
Los chicos y chicas que no
llegan a veinte años usan unas negras que tienen la más universal de las
groserías gringas para mandar al virus, que les ha alterado el deseado presente,
al lugar aquel del que no sabemos muy bien retornar.
Las mascarillas huelen.
Molestan. Sudan. Nos hacen más sordos. A los que llevamos gafas, ciegos. Las
hay burlonas, con lengua y labios carnosos. De toros bravíos, de rojo y negro. Con los sellos patrióticos
de las banderas.
Es que somos los mismos.
Mucho escaparate para tan poca vitrina.
Los colores del otoño en plazas y parques |
El mundo dominado por un conjunto de amos no quiere cambiar, su resistencia está siendo muy visible. Las sacudidas de Goliat serán enormes porque hasta ahora nadie ha demostrado que desea ceder desde sus habitáculos de poder.
La verdad una vez más
secuestrada. De lo que está ocurriendo sabemos que cada día muere gente a causa
de un virus del que no conocemos su verdadero origen. Se había anunciado una
segunda ola y ni siquiera para este advenimiento los gobiernos europeos se
prepararon.
La secuencia rota e
inusitada de aquel video de Pink Floyd de la canción Another brick in the wall,
incluida en el album The Wall de 1979, en la los niños van caminando neutra y
ciegamente a una gran máquina que los convierte en carne picada (en Venezuela,
molida) viene como esa premonición innecesaria que siempre tuvimos ante la fragilidad
de estar siendo llevados por la inconciencia, a la nada.
Para los venezolanos que
nos ha tocado emigrar, cualquiera hayan sido las condiciones, aunque por
supuesto hay casos que merecen nuestro más profundo abrazo solidario, hemos
visto que si bien veníamos de una nación incoherente, una cuasi tragedia sin explicación,
los gobiernos de casi el mundo entero andan igual de descarrilados.
La tragedia entonces no es
regional sino mundial. Lo asertivo, lo sabemos todos, ni se compra ni se vende,
como diría el famoso pasodoble de Genaro Monreal, cantada por estas latitudes
por Manolo Escobar y en Venezuela por la Orquesta Billo’s Caracas Boys,
con la voz del gitano maracucho, Memo
Morales.
En esa vinculación musical
entre España y Venezuela, que vemos desde nuestra nueva perspectiva de vida,
observamos que vamos siempre más unidos por las manos de los artistas.
El garbo de Manolo Escobar
unido al de Memo Morales revela que la vida va acoplada a la creatividad
humana, nunca a su miseria. Cuando es lo segundo, todo en nosotros se empieza a
secar y aparecen circunstancias innecesarias que debemos ir venciendo y hacen
la vida más compleja.
En Madrid, seguimos
escuchando el acento venezolano. Con mucha fuerza en muchos lugares percibimos
buena parte de trabajadores haciendo su labor. Subsistiendo en duras
condiciones que, a pesar de todo se agradecen, porque permiten una sobrevivencia
más digna que la de allá.
Vemos con asombro como los
españoles han sufrido férreas leyes ajustadas a un sistema que busca sostenerse
con el gran sacrificio de grandes masas de personas que tienen que aguantar lo
que podría denominarse una nueva explotación. Todo ello se traslada a los
trabajadores extranjeros.
Las manos de muchas
mujeres y hombres agotadas y enrojecidas después de realizar intensas horas de
trabajo, rechazados por la mayoría, y que solo se cumplen por el más estricto
sentido de sacrificio y necesidad.
Reparamos sobre la
mascarilla cansancio, hastío y rabia. Gente que por momentos también ha sido
rechazada por sus rasgos físicos, por su piel.
Escuchamos también por el
metro el idioma quechua que une a los pueblos andinos: peruanos, ecuatorianos y
bolivianos lo hablan cuando entre ellos intercambian experiencias o circunstancias
personales. Igualmente guaraní, una lengua muy cantarina que hablan en Paraguay y habitantes de países
vecinos.
Todo ello pareciera significar
que somos muchos los latinoamericanos aportando al desarrollo de este
continente porque además sabemos que en otros países esta situación se repite, aunque
se concentran más en España por tener familiares y el idioma castellano en común.
Nos entendemos, pero
hablamos diferente. Nos expresamos también de manera distinta. La forma varía y
al que llega le toca adaptarse al país, por lo que la travesía puede impregnarse
de mucha incertidumbre, sorpresa y dolor, pese al espíritu emprendedor que
habita dentro de cada uno de los seres humanos, heredado en todas las razas.
En España lo que nosotros
denominábamos “viveza criolla” campea a sus anchas y en muchas ocasiones el mal
trato, la sequedad, la indiferencia y el abuso se encuentran en cualquiera de
los lugares donde se trabaje: cafeterías, casas de familia, bares, calls
centers, supermercados, almacenes o tiendas.
Con desconcierto vemos que
actos fraternales no son comunes. No solo hace falta ser educados y
estrictamente correctos. A los niños latinoamericanos siempre se les enseña las
tres palabras-llaves que abren muchas puertas: disculpe, por favor y gracias. Poner
en práctica estos principios de
amabilidad embellece todo espacio.
Las generaciones de
postguerra tuvieron que lidiar con mucho sufrimiento, pero cuesta para un latinoamericano
entender que la segunda nación del mundo con más número de iglesias católicas
no practique las enseñanzas de amor incondicional del maestro Jesús.
Menos artistas viajan en
metro. Tampoco se ven en las calles. Suben más los que piden dinero mientras
que en los grandes almacenes y loterías las ventas siguen su ritmo.
El gremio de los
hosteleros protagonizó una marcha para reivindicar derechos y lo cierto es que la
industria turística ha sido la más golpeada en todo el mundo, solo que en
España esta maquinaria está bastante bien engranada.
Los confinamientos
antipáticos se imponen con lentitud mientras aumentan de forma inevitable
el número de ingresados en hospitales españoles a causa de esta pandemia.
Manifestaciones, violencia
y saqueos se han sentido en ciudades españolas y los encargados del orden
señalan que nada tiene de espontáneo, dada la cantidad de artilugios
pertrechados para desencadenar los disturbios.
La política sigue tejiendo hilos escalofriantes, nada
humanos; antiartísticos.
Los niños juegan con la menina de Valentina Giuffrida |
Meninas
Hace un par de semanas
fueron colocadas por toda la ciudad las meninas que desde el año 2018 se
presentan por unos meses y se han hecho notorias por la cantidad de selfies que
se toman las personas cuando las encuentran a su paso por Madrid.
MeninasArtGallery en su
tercera edición se pasea por la ciudad en una suerte de exhibición que sabe que
no tendrá tantos espectadores. Esta exposición que cerrará el 15 de diciembre, especie
de museo al aire libre, creación del venezolano Antonio Azzato,
autodenominado ciudadano del mundo. Después de estudiar a fondo la obra de Velásquez
las reinventó de metro ochenta, en formato de escultura acrílica, benefactoras
de causas humanitarias. El año 2018 en una subasta recaudaron más de 100 mil
euros.
En este año atípico ellas buscan
reivindicar el paisaje cotidiano, confinados como estamos, huyendo de las
multitudes y concentraciones.
En la plaza Mayor se
encuentran dos de ellas, separadas con la distancia prudencial de estos
tiempos. Luces tituló la firma de moda masculina Oteyza (conformada por Carlos
García de Oteyza y Caterina Pañeda) su menina de elegantes tonos blanco,
amarillo y negro.
Grito de Roraima de
Valentina Giuffrida de rojo matizado con algo de amarillo y negro, con la
visión de una lechuza simbolizando la sabiduría, es la menina de poderosa
concepción que llama la atención sin miedo, sobre las muchas injusticias que
viven las niñas aborígenes del planeta.
En esta edición participan también
otros venezolanos como Negia Esmeralda Vivas Yapur, Keka Martínez y Manuel
Rodríguez.
En la plaza Mayor que
hasta ahora ha sido el único lugar que hemos podido asistir para no romper con
las normas de seguridad impuestas por el bien de todos, más que el grito de
Roraima sentimos la necesidad de tener en nuestra alma y corazón, su consciencia.
La conciencia de Roraima,
Auyantepuy vigoroso, maestro ancentral, meditador profundo de la selva amazónica;
cueva de tierra, vida, raíz del origen, verde y agua; se necesita más que nunca
en el mundo, para elevar nuestro destino.
Empeñados como estamos en
ser peores, todavía no somos capaces de vislumbrar la grandeza a la que
pertenecemos.
Luces, de la firma Oteyza |
Enlaces:
https://meninasmadridgallery.com/proyecto/
https://gossipvzla.com/manuel-rodriguez-hola-soy-lilian-tiene-su-propia-menina-en-madrid-imagen/
https://www.durangallery.com/antonio-azzato.html
https://www.ongrescate.org/una-menina-llego-a-madrid-para-buscar-refugio
https://www.facebook.com/Valentina-Giuffrida-2277593389152260/
Es impresionante la forma en que han cambiado nuestra forma de llevar la vida, me refiero a este ya tener casi una mordaza en la boca de manera permanente. Ahora no por frenar nuestra libertad de expresión sino por proteger nuestra vida y la de los demás. Es muy duro está vivencia.
ResponderEliminarDe cualquier manera todo es finito y está situación pasará y volveremos a no usar la mascarilla bendita, aunque detrás nos deje sin sabores por las pérdidas de seres conocidos y queridos...