A propósito de la Expo
Salvador Dalí de Santana Art Gallery
El laberíntico Teatro Museo
de Salvador Dalí en Figueres, estaba húmedo aquella tarde, rebosado de gente.
El coche antiguo de la entrada escapaba por una rosada sonrisa turgente.
Después de recorrerlo,
subir por las escalinatas, el sillón beso y rincones de escena hitchcockiana,
entramos en la oscuridad de las joyas tramadas y diseñadas en la exuberancia
del maestro, allí mismo enterrado.
Mientras las ventanas de
las vitrinas museísticas exhibían lujo, a un ciudadano de una nacionalidad
estridente, le dio por dar gritos y saltar, llamando a Dalí para que viniera a
acompañarnos, a esa hora y justo momento.
Algunos lo instaron a
callar, considerándolo un irrespeto; otros lo
motivaban a que continuase en su desatinada ocurrencia.
La estrechez del pasillo
también aumentaba presión innecesaria.
Daba voces de ultratumba y
pasó de ser extravagante, a molesto. Hubo que calmarlo. Quizás la rosquilla anisada
de surrealismo le había sentado mal al desubicado peripatético.
Los genios no son
digeribles.
Fue entonces cuando sentí
una regresión palpable: observando una de sus estrambóticas joyas, vi
reflejadas en el cristal, a las brujas del cuadro de la sardana. Bailando en rueda;
descarnadas, huesudas y volando en deseos.
Hubo silencio.
La tumba, al menos ese
día, no habló.
Dalí surrealismo corpóreo,
teatro ambulante; bigote marca del desentierro
Al salir de allí, ya de
noche, mezclé chocolate oscuro y espeso, con vino tinto, color flor de lis.
Durante horas me quedé
viendo la nada de Figueres, hasta que me invadió la sangre flaminga de cierto
paraíso…
Justo cerca de Tampa…
lejos de allí
Muy poético, un bello texto..
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