Me gustaría apenas caminar y encontrarme con el hombre que me explicara fecha exacta del florecimiento de los almendros y los ciruelos.
Y de los verdores de cada árbol
de este final de febrero y principios de marzo.
Sé que mi padre no pudo
serlo. Apenas pudo sostener su vida, lo mejor que pudo. Temblor poroso le quedó después
de la guerra civil. Sin madre.
Con el hambre heredada de sus genes.
Por eso tengo esta
tristeza nada más saber que a pocos kilómetros se está librando una guerra con
muertes, horror y dolor; y los mismos de siempre, intentando pescar en la
revuelta del humo, del aire, de las aguas,
los fangos y la sangre.
Quisiera acompañar a ese
hombre manzano que apenas cargó semillas para dejar una nación plena de frutos.
Extraño a mi país. Su
paisaje dentro de mí está más dulce, menos salobre.
Sigo siendo la isla
rebosante de salvaje insolación y vaporación
salitre.
No puedo, no obstante,
derretir nieve alguna. Europa mastica corroñoso suelo, inflamada como está de
destrucción física y espiritual, e ignorancia.
Quiero caminar al lado de
ese ser que añoro.
Disfrutar de su ayuno continuo.
Reverdecer semillas para
la siembra.
Andar líquida en esa
alegría.
Padre, perdoné tus comidas
cargadas de anécdotas violentas, continuos recuerdos de perdidas e impotencias.
Solo eras valiente ante tus dos hijas y un hijo que nunca supo de ti, por lo que
el sufrimiento recorrió insatisfechos intestinos, grueso y delgado, a
contracorriente.
Tu recuerdo involuntario,
constante ramalazo de sufrimiento y desamor, se hizo tabla y circo en la mesa,
en almuerzo y cena.
La luminiscencia suave del
sol en invierno hace que los pies, manos, cabellos y orejas permanezcan fríos,
por lo que necesito atraer a ese hombre,
que a su paso dejaba raíces de luz en las tierras recorridas.
Por otra parte, mi madre
me invitó a comer como si la guerra fuese continua.
Como efectivamente ahora
vemos: nunca acabó.
Continuó fantasmal y
silente.
Ella también en orfandad.
He caído tantas veces en
el foso de lo que no consigo, que cada vez más cuesta levantarme.
Sin hambre como. Sacio
cualquier veneno como gran manjar.
Pero mi cuerpo habla como
cualquier orilla.
El padre del país que un
día habité, reengendró la incoherencia de este desarraigo.
Quiero dejar de hacer lo
que hasta ahora.
Detener esa impuesta
necesidad. No desear ni cuando huele a pan caliente. A fuego. A piedra quemada.
A corteza.
Ver un huevo y respetar la
vida.
Sin producir baba.
Sin hacerme boca agua.
Mientras, veo la guerra.
Sin observarla mucho.
Todas son iguales. Repiten
lo estéril. Madre. Padre. Hijos. No provoca continuar, atrae la inercia
padecida. Hacerse daño.
Harta de desafiar mi
propia ignorancia, repetida en círculo redondo.
Padre manzano, ven pronto.
Las semillas conservan tu
aliento.
Qué bonito, sincetro y emotivo!!!
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