martes, 1 de marzo de 2022

Padre manzano

 


Me gustaría apenas caminar y encontrarme con el hombre que me explicara fecha exacta del florecimiento de los almendros y los ciruelos.

Y de los verdores de cada árbol de este final de febrero y principios de marzo.

Sé que mi padre no pudo serlo. Apenas pudo sostener su vida, lo mejor que pudo. Temblor poroso le quedó después de la guerra civil. Sin madre.

Con el hambre heredada de sus genes.

Por eso tengo esta tristeza nada más saber que a pocos kilómetros se está librando una guerra con muertes, horror y dolor; y los mismos de siempre, intentando pescar en la revuelta del humo, del aire,  de las aguas, los fangos y la sangre.

Quisiera acompañar a ese hombre manzano que apenas cargó semillas para dejar una nación plena de frutos.

Extraño a mi país. Su paisaje dentro de mí está más dulce, menos salobre.

Sigo siendo la isla rebosante de salvaje insolación y  vaporación salitre.

No puedo, no obstante, derretir nieve alguna. Europa mastica corroñoso suelo, inflamada como está de destrucción física y espiritual, e ignorancia.

Quiero caminar al lado de ese ser que añoro.

Disfrutar de su ayuno continuo.

Reverdecer semillas para la siembra.

Andar líquida en esa alegría.

Padre, perdoné tus comidas cargadas de anécdotas violentas, continuos recuerdos de perdidas e impotencias. Solo eras valiente ante tus dos hijas y un hijo que nunca supo de ti, por lo que el sufrimiento recorrió insatisfechos intestinos, grueso y delgado, a contracorriente.

Tu recuerdo involuntario, constante ramalazo de sufrimiento y desamor, se hizo tabla y circo en la mesa, en almuerzo y cena.

La luminiscencia suave del sol en invierno hace que los pies, manos, cabellos y orejas permanezcan fríos, por lo que  necesito atraer a ese hombre, que a su paso dejaba raíces de luz en las tierras recorridas.

Por otra parte, mi madre me invitó a comer como si la guerra fuese continua.

Como efectivamente ahora vemos: nunca acabó.

Continuó fantasmal y silente.

Ella también en orfandad.

He caído tantas veces en el foso de lo que no consigo, que cada vez más cuesta levantarme.

Sin hambre como. Sacio cualquier veneno como gran manjar.

Pero mi cuerpo habla como cualquier orilla.

El padre del país que un día habité, reengendró la incoherencia de este desarraigo.

Quiero dejar de hacer lo que hasta ahora.

Detener esa impuesta necesidad. No desear ni cuando huele a pan caliente. A fuego. A piedra quemada. A corteza.

Ver un huevo y respetar la vida.

Sin producir baba.

Sin hacerme  boca agua.

Mientras, veo la guerra. Sin observarla mucho.

Todas son iguales. Repiten lo estéril. Madre. Padre. Hijos. No provoca continuar, atrae la inercia padecida. Hacerse daño.

Harta de desafiar mi propia ignorancia, repetida en círculo redondo.

Padre manzano, ven pronto.

Las semillas conservan tu aliento.

 

 

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