jueves, 5 de noviembre de 2009

Dos espejos

En una de esas panaderías cómodas y se podría decir lujosas que hay en esta ciudad de Valencia ocurrió hace algún tiempo algo que es digno de contarse. Dejé pasar el tiempo por aquello de las reparaciones de las heridas que de una u otra manera se abren, aunque solo sea de testigo, incluso referencial como es ese el caso, especie de relator del caos cotidiano.

Me cuentan que cuando llegaron ya había ocurrido, pero acababa apenas de pasar, y en el aire todavía estaba bien concentrada la vivencia. Los tintes de los sentidos aún no reparados.

Una mujer, como cualquier otra, pidió un café grande. No sabemos si guayoyo, negro fuerte o corto; o negro corto fuerte; marrón claro, marrón fuerte, marrón tibio; con leche descremada o azúcar dietética. No sabemos. Es uno de los placeres más baratos y más exigentes que tenemos los venezolanos y la verdad es que tanto la variedad como la misma perfección de los pedidos van de la mano. Siempre se logra alcanzar una sonrisa, en la mayoría de los casos, con este estimulante tropical.

Lo cierto es que la mujer se lo lanzó encima a la joven que se lo entregó. Tampoco se sabe la razón. Puede que se lo diera de mala forma, lo cual no es de extrañar. A veces salimos de los lugares con la sensación de maltrato pero no decimos nada. Solemos pensar que son gente que necesita esos empleos, que son mal pagados; que deben tener una pena muy grande en el corazón para tratar así a los demás. Somos capaces de filosofar sobre el prójimo y una buena mayoría de veces aguantar, lo que venga. Decides no volver. Olvidarte del asunto. Cualquier cosa menos enfrentarse a la terrible mediocridad de adaptarnos a ser mal atendidos, cuando los servicios deben darse con serenidad y esmero.

Puede que le hayan contestado mal a la señora, puede inclusive que pidiera varias veces de buena o mala forma cómo quería su cafecito, en vano, sin lograr la exquisitez de su solicitud. Pero lo insólito es que reaccionara de esta manera. Lo malo es que en este escrito la especulación es la única arma que queda para poder vislumbrar lo ocurrido.

Ustedes figuren por un momento echarle encima a alguien un café que imaginamos caliente, por la razón que haya sido, a una joven dependienta que lo despachó, que por mas irrazonable, grosera, antipática y todos los adjetivos que quieran agregarse, lo más que debía haberse ganado era un insulto, un reprimenda o un severo dedo acusador al encargado de la panadería.

La trabajadora que nos figuramos joven y ya sabrán por qué no se quedó con el baño de café que le echaron encima. Saltó la barra, bastante alta, como si fuera una campeona de este deporte, se le abalanzó a la mujer, le rompió la blusa y la golpeó.

Allí se armó toda la trama digna de estos tiempos que vivimos donde hasta tomarse un café puede ser una aventura más que peligrosa.

Allí entraron los testigos a opinar. Que si el cliente tiene la razón. Debieron maltratarla. Que además ahora está golpeada y a quien le iba a reclamar. Que hubo que prestarle una franela prestada. Que debió opinar mal de alguien. Que se volvió un asunto personal. Que se encontraron dos querrequerres, a lo que habría que agregar, con aquelarre. Que en esta Venezuela hasta en una panadería hay que tropezarse con la violencia, la intolerancia…. En fin, todo un análisis socio-económico-afectivo de la realidad de un país.

Unos le dieron la razón a la lanzadora, otros a la atleta de garrocha, en este caso la menos favorecida porque todos los que estaban allí a duras penas estaban consumiendo café, con todas las exigencias del caso.

La amiga que me lo contó le agregó unos tintes políticos a la historia que no voy a poner aquí. Créanme que aunque mi línea no es ni siquiera parecida al desasosiego de José Saramago entiendo bastante que el busque desasosegar profundamente a quienes lo leen, incluidos los religiosos que tanto se empeñan en perseguirlo porque se le ha ocurrido leer la Biblia de otra manera. Por decir lo menos de este lucido autor vivo, con salud mental, espiritual y física de estos tiempos.

Pero Saramago y su Caín son otra cosa. Estamos en una nación tropical donde hay dos visiones, dos paralelismos, dos espejos deformados. No quisiera encontrarme ni con el ser capaz de echar lo que tiene en la mano así haya sido en un ataque de indignación ni tampoco con la deportista… aunque ésta última tendría mejores oportunidades en las olimpiadas.

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