Aburrida estaba la casa y hasta al café se lo podía escuchar el sabor agreste de las despedidas. De algunas. Otras, son de lo mas sabrosas; sobre todo, cuando quien se va tiene la feliz fortuna de no voltear a ver lo que dejó atrás.
Los que se quedaron, es decir, los que no supieron ni como sacudir el polvo de los recuerdos se quedaron con las sensaciones de no tener la necesidad de hacer maletas, tuvieron que conformarse con los mismos espacios, dentro de lo que parecían los mismos días y las mismas horas.
Por eso es que en muchos pueblos la gente sale a las calles y recorren religiosamente los mismos lugares como si nunca jamás los hubiesen visto.
Pero el caso de Amalia es distinto. Había soñado con personas que nunca veía, aunque no estaban muertas. Decidió entonces prepararse el te del olvido.
Conocía muy bien su formula de resabio, también reconocía que en algunos momentos iban a revivir, a inflarse en la memoria, pero había que darles la gracia de desprenderse de los aires de esa casa, ahora más ancha, después de la despedida.
Tendría que escribir para exorcizar pensamientos, sueños y recuerdos. Y lo hizo, frente a la computadora, colocando: “Te acabo de ver en un sueño, dirigiendo una orquesta. El grupo no era grande, la imagen fue en sepia. Alzabas las manos como una marioneta, porque los grandes directores se mueven con otra gracia. Saben que hacer con los dedos, saben mirar el tiempo de las partituras, saben bailar en el vientre del sonido. No quiero interpretar el sueño, ni honrar la cabala para saber si algo te sucederá o no. No quiero soñarte. No quiero saber de tu vida, aunque espero que te este yendo muy bien. Aspiro algún día conocer que hiciste de esta tu existencia la mejor balada, la mejor interpretación, aun cuando suene cursi expresarlo.
Tuve, como todo el mundo, fantasmas que me persiguieron a lo largo de la vida, hasta que aprendí a desprenderme, a dejar a un lado todo lo que sabía no me servía en el universo de lo positivo. Pero estoy dando demasiadas explicaciones y lo único que deseo es pedirte que te vayas, suavemente de mis sueños, serio, contento, triste; con buenos o malos augurios alrededor tuyo. Sé donde estás, espero que algún día puedas irte al lugar que te corresponde, si ese es tu destino. Que puedas mirar el mayor de los éxitos, la mayor de las glorias; que tu recuerdo no perturbe; que no sea le palacio en ruinas al que una vez llegaste. Disfruta. Protégete. Abandona el sepia por el color. Descarga tu buen o mal recuerdo de mí en otros canales que no interfieran con los míos. Te deseo lo mejor y aunque la amistad ahora ya no es la misma confía en la distancia como el mejor instrumento para entendernos y comprender que lo aprendido allí está, sin rabia y sin dolor. Por eso no deseo soñarte, ni saber nada de ti. Tu desaliento todavía debe inquietar mi corazón en alguna de sus fibras y es por eso que todavía una línea fina se pega en la telaraña de los recuerdos. Vete dulcemente en las infinitas variaciones de la música”.
Justo cuando terminó el escrito llegué a verla para hacerle compañía justo ahora que la sabía un poco más sola, pues había despedido a su hijo, quien se había marchado hacia otra ciudad.
Me recibió con mucha alegría y entusiasmo, y me dijo que se iba a tomar el té del olvido. Me quedé viendo como a veces se ven a algunas personas para descubrir si estaba sobria. Me acordé que bebía muy poco.
- ¿Olvidar a tu hijo?
- No chica, estoy feliz con su partida, porque es por su crecimiento. Lo que sucede es que a lo largo de este tiempo he soñado con alguien de quien no quiero saber nada. Estoy haciendo un ritual para no volver a soñar.
Miré alrededor y solo vi la computadora encendida.
-Lee lo que escribí, mientras termino de calentar el agua.
Vi que antes de ir a la cocina encendió un incienso con olor penetrante, un combinado de siete semillas, que enseguida irradiaron sus aceites por la estancia.
Cuando me preparaba a decirle lo que había sentido con el escrito observé que se había bañado y cambiado, y lucía una bata hermoso azul egipcio, de algodón, con unos detalles florales elaborados a mano.
“No quiero tu opinión profesional sobre mis palabras. Son lo que son y ya está. Lo importante es tomar este té, para estimular la acción”.
Me acordé entonces de sus raíces inglesas. Siempre se me olvidaban. Tiene tantos años aquí y se ha adaptado tan bien que Amalia no parece una mujer de otras tierras.
Bebimos el té en su jardín, en una mesita con candelabros con velas encendidas. Sacó una vajilla que parecía de la monarquía británica. Colocó unos bombones de chocolate amargo con intenso relleno sabor a parchita. Después de llenar el ambiente con el aroma me dio a beber el líquido de un rojo delirante y brindó por los sueños que había deseado no volver a tener.
Saboreándolo supe que se trataba una de sus afamadas mezclas de té. Era famosa entre amigas y vecinas por ello.
- Sólo déjame adivinar algo, le dije mientras asentó con una sonrisa de intriga. En esta agua de tu olvido hay deslices… Flor de Jamaica, té rojo de alguna región misteriosa de China y alguna especie que no consigo desgranar… ¿Estoy en lo cierto?
- Muy, pero muy, cerca. Bebamos concentradas para que se cumpla mi petición… Salud… por la desmemoria de un adiós…