jueves, 11 de febrero de 2010

Madiba

Quizás lo más trascendente de una película inspiradora como Invictus es que un hombre como Nelson Mandela, que pasara buena parte de su vida en una cárcel y que se convirtiera en el presidente conciliador de una nación, marcada por el odio racial, se acordara y le escribiera al director del equipo de rugby, un poema que se sabía de memoria, que recitó una y otra vez para darse ánimo, como una forma de fortalecerlo y a su vez también conmoverlo para llevarlo al mismo triunfo que él, aún hoy en día, puede celebrar.

Invictus:

“Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma”.

No es casual que el autor de este poema contenido en un libro que se llama “In Hospital” (publicado en 1903, meses antes de su muerte, aunque el poema del que hablamos fue escrito en 1875) fuese un inglés llamado William Ernest Henley, un editor al que le amputaron una pierna tras padecer desde muy pequeño tuberculosis.

La fortaleza humana a lo largo de la historia ha dado muestras de alcanzar luces inspiradoras y justo es lo que ha querido hacer Clint Eastwood a lo largo de su carrera y al presentar a un Madiba (Mandela), en este su ultimo filme, completamente digno de pertenecer a una raza de hombres que perdona no sólo por un sentido ético, sino también por un sentido practico. Mucho más sencilla es la paz, pero muchos más insisten y eligen la guerra.

A lo largo de su carrera el antiguo protagonista de películas del oeste se ha focalizado en mostrar una muy personal filosofía humana, dando a conocer historias que enaltecen al ser humano, aunque estén, muchas de ellas atrapadas, en las horrorosas voces de las injusticias. Justo su estudio, a través de los años, ha sido sobre la venganza; esa poderosa energía con que se mueven una buena mayoría de seres humanos.

Henley inspiró a Mandela. Mandela a muchos hombres y justo eso es lo que busca Eastwood desde estos tiempos que vive la humanidad.

La historia de esta película nace del libro El factor humano. Nelson Mandela y el partido que salvó a una nación, de John Carlin, que recoge un conjunto de entrevistas que este periodista hiciera al líder surafricano, una vez que aprobara el proyecto de su historia, basado en sus propios movimientos políticos, cargados de paciencia, quizás, la que alcanzó, irónicamente, encerrado en una cárcel por 27 años, mirando el rostro del odio todos los días, para saber que no podía repetirlo. No podía encomendarlo al peor o mejor de sus enemigos; porque la historia invariablemente, se repetiría. Todo se le devolvería hasta con peor horror. No solo a él. A la nación, al mundo entero.

Fue pensar como salir del círculo vicioso y ciertamente los años de cárcel debieron ayudarlo a comprender cómo trazar una mejor historia y hasta ahora, aunque estamos lejos de esta nación, todo parece indicar que lo ha logrado. Ojala su inspiración continúe una vez que dejen sus pies esta tierra.

La palpitación, el esfuerzo que produce todo lo que hace daño debería detener a los hombres y mujeres que todavía no alcanzan a entender cuál es el sentido de las cosas. No son un salto ni un asalto. Son un fluir con las mismas esencias de los elementos.

Mandela parece ser un ejemplo vivo en sus aciertos aunque desconocemos los errores que haya podido cometer. Lo cierto es que tiene una aureola de alma grande como lo han tenido otros hombres igual de terrenales que él.

Enaltecen la fortaleza de las palabras y significados contenidas aunque este poema, años atrás fue célebremente recordado por Timothy McVeigh, autor de la masacre de Ocklahoma, quien como última voluntad, antes de ser ejecutado por un tribunal de EEUU, escribió los versos de Invictus como evasiva de sus actos.

Entonces y ahora la incomprensión puede adueñarse de quien lea lo anterior.

Eastwood en todo caso coloca su dimensión donde le corresponde, en una conciencia y un alma dotada de mejores destinos.

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