jueves, 4 de febrero de 2010

Ezequiel

Cuando se levantó Ezequiel vio un pato blanco en una ponchera azul. Se quedó atónito y fijo, mirando aquel plumífero blanco, dando chapuzones, metiendo y sacando la cabeza que tenía un pico anaranjado, con unos ojos brillantes, como en pleno éxtasis mientras jugaba con el agua, como si esta fuera la última expresión de la satisfacción del mundo.

No pidió tetero. No lloró, ni hizo los alardes que hacía todas las mañanas, expresando su alegría por la luz o por el sol. Se quedó quieto. Observando a ese pajarraco, aparecido, sin permiso alguno, en el medio de la sala, justo donde lo ponían a él todas las mañanas mientras observaba a su mamá que hacía los quehaceres de la cocina.

Emitía un sonido extraño. Era como para detallarlo. Justo lo estaba haciendo cuando vino su mama a comentarle sobre el nuevo animal, un pato blanco llamado Tintan, que se lo dejó la vecina para que lo cuidara y al que había que darle un baño todas las mañanas, bien temprano.

Ezequiel tuvo ganas de llorar. No sabía que tenía que competir con un pato. Pero se aguantó porque vio que tenía unas alas blancas, grandes y hacía tolo lo posible por gustarle, a juzgar por el esfuerzo que protagonizado,  cantando, viéndolo y realizando extrañas piruetas.

Se le salieron unos pucheros y rechazó el tetero que mamá le daba. La situación era incomoda para él, amo y dueño del universo.

El pato tenía una extraña atracción. Era simpático. Juguetón. Parecía dominar el mundo mejor que él, aunque hasta ahora él no había tenido problemas en hacerlo.

Intentó cerrar los ojos y soñar. Pero ya había dormido mucho. Su mamá lo empezó a vestir para llevarlo a la guardería mientras le hablaba de lo bien que lo iba a pasar con sus maestras que le inventaban canciones y juegos, le daban una rica comida y lo cuidaban y limpiaban, casi igual a ella. Era parecido el discurso de todos los días. Felicidad, alegría, viajecito en el coche por una cuesta acompañados de la perra Sacha, protectora; fiel. La voz de mamá con ese encanto describiendo las tareas del día.

Mientras lo alejaban de la casa no pudo evitar mirar hacia atrás para ver si por el camino venía Tintan, pero al parecer no era callejero.

¿Qué haría todo el día Tintan? Sabía que no había que temer; sin embargo, lo dominaba una emoción extraña.

Vio como su mamá y Sacha se alejaron y se quedó en los brazos de una jovencita que le caía a besos, abrazos, palabras melosas y expresiones cargadas de mimo e injustificada exageración. Eso lo hacía sentir rey también de ese espacio lleno de diminutos como él, celosos, impacientes, inquietos; jalando toda la atención.

En la tarde, no sabía por qué razón esperaba con cierta nerviosidad a su mamá. Cuando la vio extendió sus regordetes brazos e hizo todos los gestos de alegría que era capaz. Camino a la casa iba contento, porque se le había olvidado Tintan.

Llegaron. Sacha entró primero, meneando la cola. Escuchó todo el tiempo, distraído, la voz de mamá. En el trayecto vio las casas, personas que se le acercaron halagándolo; automóviles: lo que ya era cotidiano a sus ojos.

Todo estaba normal hasta que lo escuchó. Un sonido extraño salió del patio y aprovechó entonces para ponerse a llorar. Esa era su oportunidad para demostrar su descontento. Un tetero tibio y unas palabras de consuelo lo alimentaron bien, pero el seguía viendo de reojo para el patio. Allí debía estar el pajarraco.

Cuando lo dejaron en el piso, comenzó a gatear, directo a la puerta trasera. Lo vio acurrucado entre unas toallas, durmiendo placidamente. Miró hacia los lados. Nadie parecía observarlo. Ese era el momento. Con toda la rapidez que era capaz llegó, pero el susto fue mutuo. Tintan brincó y aleteó con fuerza mientras Ezequiel paralizado, alcanzó a echar un manotazo que cayó en el vacío.

Era el tiempo de usar todas las fuerzas de sus pulmones. El llanto hizo brincar al pato en círculos, aleteando y emitiendo un ruido como de una locomotora torpedeada por un tiburón.

La primera en llegar, Sacha, agarró por el cuello al pato y cuando llegó mamá tuvo que agarrar a Ezequiel por un brazo y tratar de rescatar a Tintan por el otro.

La batalla fue exhausta. Se salvó el pato de casualidad, mientras Ezequiel con una seriedad que limitaba casi con la ofensa, se quedó dormido en el chinchorro. Cierta sonrisa de satisfacción se le asomó, después de una media hora, a los labios, mientras soñaba que tenía unas alas tan blancas como las de Tintan.

Pero no todo fue triunfo ese día. Al siguiente, Tintan poseía el orgullo que alguna vez tienen los heridos, desafiante con su venda blanca que ante sus plumas parecía beige.

Habría que seguir dando la batalla, se le podía leer en los ojos, a Ezequiel.

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