Allí estaba el estadio al que todos pertenecemos. Abierto porque ni siquiera el cielo es limite. Lo que sucede es que hasta los filósofos y escritores más eruditos caen en las trampas de la escasa libertad que, por desconocerla, algunos creen que tiene la mente.
Con tanto renacimiento y tanta expiración ella, la independencia, está atrapada. Por eso al momento de ubicar personajes es bueno caer en la tentación de esta red mediática que fluye desde el jueves cuando comenzó musicalmente el Mundial de Fútbol en África, el continente más hermoso y más necesitado de este mundo, que aún impregnado de incoherencias hace felices a los que van aprendiendo de qué se trata el reflejo de vivir.
Los Personajes: observadores, jugadores y goleadores. Todos somos un poco de los tres.
Hay maestros espirituales que dicen que de la observación nacen todos los conocimientos y eso lo sabe muy bien la gente que ha sobrevivido en la calle. Pero una gran mayoría ni sabe lo que es. Ven más no observan.
Por los pasillos de todo ese recorrido diverso que puede contener apenas unos cuantos tipos de seres humanos por las actitudes guías de sus vidas podemos entrar en las tormentosas clasificaciones de reconocer, a los expectantes, los roscosos y los insatisfechos.
Los expectantes están impregnados de todas esas que decoran los cuerpos. Desde el tatuaje de la primera mujer debutante en su vida hasta sombreros, bufandas, pitos, cintas y sudores multicolores con la bandera a la que se ataron.
Los roscosos siempre están con una necesidad en la boca. Comen, beben, gritan, hablan e igualmente alguna distinción cargan, más discreta, pero con una furia nacida en las entrañas, donde generalmente están escondidas ciertos racimos existenciales.
Los insatisfechos son los que hacen perder a sus equipos. No lo Saben. No lo admitirán. No se lo hará confesar ni el mismo señor de los cielos, pero para ellos el sentimiento de derrota ya es un triunfo. Es mucho el recorrido de la humanidad en los pasillos del disgusto.
Los jugadores, todos. Hasta los que están sentados. Pero allí están justo los que lo hacen en equipo, los colaboradores, los tensores y los héroes.
Los colaboradores son todos aquellos que responden al ánimo sempiterno que acompaña a muchos seres humanos. Son capaces de generar grandes empresas con el espíritu guerrero a flor de piel, con la majestad de saberse poderosos en la unión de la individualidad.
Los tensores son los que propinan las patadas, los golpes rastreros, la caravana de canalladas que nos han hecho los humanos que somos. Sin más ni menos. Pueden meter ocasionalmente un gol. Sin celebración. Puede haber aplauso. Nunca la alegría de un corazón libre de maldad.
Luego están los héroes, los que mas gustan, los que anotan los goles. ¿Clasificarlos? Goleadores de pasión, de técnica y de fe.
Los de pasión trabajan con el músculo mas importante sin desperdiciar ni una sola de las neuronas cerebrales. Tienen un baile sintonizado en todas sus auras, óctuple de fuego.
Son una bendición. Todos podemos llegar a serlos porque de hecho los somos. Solo que falta creerlo. Sin siquiera el limite del cielo.
Los de la técnica son los buscadores natos. Ni buenos ni malos son los animales que son.
Los de la fe son los que levantaron un pie para abrazar la confianza.
Todos, eso si, alegres, envueltos, animados, prósperos, colapsados, bailadores, confundidos, enamorados, amargados, perdonados, besucones, locos, lisiados, atravesados, equilibrados, concretos, justos, verdaderos, conectados, bondadosos, creativos, sensoriales, soñadores, libertarios, esplendorosos, inspirados y necesitados; con todos sus antónimos, por supuesto.
Porque el alma del estadio debería ser una sola, pero para que ello ocurra tendrían que conjugarse animosidades y palabras que no han sido inventadas.
Así de terrenales estamos en este punto de gracia.
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