domingo, 18 de julio de 2010

Alejandro

“Ale ale ale ale ale ale Alejandro” escuchaba una y otra vez mientras me nebulizaban y el odioso aparato sacaba el vapor junto a la sensación seca y mojada, a la vez, que se adueñaba de mi boca y garganta.

El frío no me dejaba dormir y mucho menos cerrar los ojos porque además la luz parecía un rayo directo de luna.

A mi lado pinchaban a alguien, las enfermeras se movían con sospechosa diligencia y un niño lloraba. El cuadro deseado para mejorar la salud.

Una familia rodeaba una cama donde estaba una mujer mayor acostada. Eran como cinco alrededor de la matrona que parecía encontrarse mejor que todos ellos.

No me quitaba los ojos de encima.

Mientras trataba de entretenerme con algo que me hiciera olvidar el ruido, cosa inútil por demás, la Gaga seguía repitiendo lo que para ella seguramente fue un exótico sonido y desde mi para nada complaciente óptica, una rutina de la estupidez. Y aunque no hay que insultar los gustos ajenos a mí esa nebulación me parecía "gageante".

La enfermera además se me acercó a la cara para corroborar el ruidosos aparatito cantando y contoneándose como la Lady.

Tenía ganas de salir corriendo cuando la observé además absorta mirando la tele.

Por poco tiempo.

La amiga que me acompañaba, comenzó a gritar.

Yo pensé que al televisor se le había subido el volumen vertiginosamente y era la Gaga pero no, me di cuenta, dentro de mi desconcierto y el vapor blanco que trataba de inhalar, en vano, que era Lupita, como le llamamos cariñosamente, porque su verdadero nombre es Carmen Alexia. Pero la historia de por qué le llamamos así es demasiado larga y con algunos signos de truculencia femenina.

Después estaba la enfermera gritándole para mandarla a callar y se formó una especie de histeria colectiva para el asombro de todos los que allí estábamos.

Me quedé viendo a Lupita y vi que además estaba aterrada. Empezó a temblar y me empezó a agarrar el brazo izquierdo como los niños cuando se pegan a su mamá porque están presos de pánico.

Miraba hacia un rincón y yo ahí lo único que veía era un viejo aparato para medir la tensión.

Me quité la mascarilla y le pregunté ¿Qué pasa? ¿Qué te sucede? ¿Estás loca? Fue la tercera interrogación inquisitiva.

No pude escuchar lo que decía porque me agarró un ataque de tos.

Enrojecida y con mil agujas pinchándome el cuello, vi que la enfermera se dirigía a ella con el aire de un verdugo ciego.

“Epa, epa, cálmese… Lupita, ¿qué te pasa?”

- Allí hay un muerto… ¿no lo ves?

Agudicé mi mirada, limpié mis lentes, cerré primero el ojo izquierdo, después el derecho y nada

Mientras tanto, la enfermera movía una pierna al lado mío tratando de colocarme de nuevo la mascarilla de nebulización y mirando a Lupita como quien ve una torta derretida…

Cuando se alejó volví a preguntar… Todavía estaba aterrada.

- Allí hay un muerto. Horrible. Nos mira… Vámonos de aquí, me dijo.

- Bueno, tiene que terminarse el líquido y… vete tú, sal afuera…

-¿Y dejarte aquí con eso?

- Mas respeto señorita, escuchamos la voz de uno de los pacientes acostados, un hombre cincuentón, que parecía estar aún en los brazos de Baco.

Lupita se volteó y se quedó mirándolo como si fuera un loco y cuando iba a preguntarle él mismo y por su propia cuenta dijo: “Ese hombre se murió aquí y está desde entonces buscando como salir o como ir hacia la luz”…

- ¡Todo un experto!, se burló Lupita. ¡Qué luz ni qué luz! Es una sombra. Si usted lo puede ver como yo no puede ser tan blandengue.

Yo intentaba afinar mis sentidos. Reduje mis ojos como si fueran asiáticos. Nada. Pero me comenzó un temblor frío a recorrer los huesos. Y si bien era cierto que la sala parecía una nevera y quería marcharme de ahí cuanto antes, no reconocía muy bien mi propio calor interno.

El cincuentón y Lupita empezaron a retarse…

- Y mientras ustedes se pelean… ¿Qué hace el supuesto muerto?, inquirí.

- Se ríe, me respondió, sin pensarlo, Lupita.

- ¡Vámonos!, le dije, mientras soltaba aparato, mascarilla y gas por la boca…

“Ale ale ale ale ale ale Alejandro” repetía en mi mente al abandonar el lugar mientras Lupita me seguía, rezando y repitiendo unas groserías que no estuve muy segura si eran “contras” (Notitarde, 18/07/2010, Lectura Tangente).-

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