domingo, 2 de septiembre de 2012

Ramón Belisario: virtualidad acechada



“Reinvenciones de la memoria” es el título de la exposición que hoy domingo, a las once de la mañana, se inaugurará en uno de los salones del Museo de la Cultura donde el maestro Ramón Belisario reúne sus últimos trabajos, de gran, mediano y pequeño formato, concebidos dentro de un abstraccionismo lirico, de gran fuerza y emotividad cromática.

Hace algún tiempo el maestro Belisario se apartó de los lugares comunes para realizar este conjunto de obras que representaran el trabajo digno de un hombre de su trayectoria, “capaz de dejar un legado decente”.

Por supuesto que exageraba porque su maestría y conocimientos han sido reconocidos pero hay que decir “lo logró” si queremos entender que ese era su objetivo: dimensionar la obra que lo representa y enaltece.

No es una propuesta sencilla. Frente a cada obra hay que detenerse, observarla muy bien, encontrar los códigos que juegan en el lienzo internamente. Hay que descubrir las voces cálidas, frías, estridentes; copiosas, a veces, con que Belisario inunda el mundo apresado de su niñez, decantado, en ese reposo que parece por momentos un relincho, porque sabemos que la vitalidad de este creador nunca ha cedido ante el deseo de inundar al mundo de su visión artística.

Belisario desviste el ego pero se mantiene rebelde y poseído por sus mejores fantasmas. No se considera lineal, ortodoxo, ni abstracto, figurativo ni nada que pueda catalogarlo. No se plantea nuevos acontecimientos dentro de la plástica así como tampoco ninguna nueva concepción dentro de la pintura. El ofrece su mundo, onírico, develado y velado también para que se entienda que el universo.

La obra Chichiriviche, por ejemplo, es un paisaje interior, sugerente. Símbolos, signos, texturas; el recuerdo del ser que abandonó la realidad conocida por todo para abordar materialmente la impresión, desconocida, imprecisa, desdibujada a veces en líneas que van y vienen, que vacían la virtualidad acechada por multiplicidad de elementos: pelotas, barcas, peces y líneas que conjugan un manto aquilatado de aguas inéditas, jamás observadas.

Virgen del Valle también es una obra insinuante, llena de las playas y el mar de la isla de Margarita, manto, corona y ojos juegan a una nueva revelación.

El enorme díptico del Tumi Sagrado conjuga la ceremonia ritual de este símbolo recargado de la expresividad del color y de múltiples elementos que hacen que esta obra no pueda escapar a una compenetración atrayente y sentida. Cusco para el maestro Belisario significó no sólo el conocimiento de las técnicas de restauración que allí aprendió sino la conexión expedita con esas grandes fuerzas ancestrales que si bien llenan también alteran el espíritu.

Los ojos de los espectadores de esta gran muestra no podrán escapar a la atracción que ejerce esta obra en toda la sala preparada por Alicia Benamú, Guillermo Polo, Gabino Matos y el propio Ramón, porque su formato ayuda a extender con fuerza su energía.  

La Máscara de Jade, la figura del piache, los sacerdotes despiertos y dormidos, figura en otro cuadro la cosmogonía ancestral que reserva para la imaginación echarla correr con el viento. 

Dentro de la misma interpretación del paisaje utiliza geometría constructivista y en La Barca hace alusión a la canción de Emilio José, un recuerdo de la niñez, con partes de la copla escrita en el lienzo, jugando al Dios que son los hombres cuando niños, juguetones, capaces de hacer barcas con hojas de papel y papagayos con sueños.

La forma menos precisa para contar es la utilizada por Belisario. Ello se logra cuando existe un gran dominio plástico y lo más interesante es que en su obras se escapan tiempos de interpretación y así como necesita grandes formatos para expresar la fuerza de una herramienta para ceremonias de vida y muerte, en un conjunto de doce cuadros pequeños cuenta diferentes historias de una forma más cercana y más intima. Allí salen caballos briosos y desfigurados, máscaras, hechiceros, jardines, playas chorreadas, falos y trazos se reinventan constantemente.

Un ser humano se esconde en las texturas. Analogías, contrastes y armonías de los colores, formas, líneas lo describen. Se proclama héroe, pero no hay forma de saber de quién se trata, si de un líder o un hombre de barro, furioso, chorreado.

El Hombre de Sipán, príncipe suntuoso de la tierra, El Guerrero y El Árbol de la Vida son cuadros que invitan a ver el mundo en forma distinta; a sentir la tierra como un paso por los cinco elementos y transformarse en ella con la energía del verbo y del amor.

La mujer mirada desde adentro, desde su belleza interna; la sandía, el Cristo que de pequeños asustó y maravilló, a la vez, son apenas una descripción somera de esta muestra portentosa, llena de luz y que hace sentir la lucidez de todo un creador (Notitarde, 02/09/2012, Lectura Tangente).- 

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