domingo, 6 de enero de 2013

Innombrables




Cuanto más quieras nombrarla ni la menciones sobre todo si es esa palabra fea y horrible que más se pronuncia, se escribe y se menta desde que la humanidad aprendió a inventarse después de pasar por las distintas temperaturas que desde los cielos se advirtieron. Pero ella está ahí, limosa, en el ir y venir de la mente que hace los mismos tumbos que los desechos, en el mar, frente a la orilla de cada playa.

Al retirarla de los pasadizos cerebrales, viene, por conocimiento,  su antónimo y ciertamente trae consigo ese atardecer que trasfirió tibios colores que no dejaron de pasar y que regresan siempre diferentes al firmamento, al horizonte y a las ya gélidas oleadas que van hacia la noche, la luna y los sentidos, todas las tardes.

¿Y si una es turbación y la otra inspiración por qué olvidarlo con tanta facilidad e ir hacia la primera perturbando todo lo que hay a nuestro alrededor, desconociendo la verdadera fortaleza del origen y la debilidad de lo insostenible?

Nos creemos tan buenos, tan magníficos en la primera; tan capaces de desafiar que el mismo universo se hace pequeño ante nuestra ignorancia.

Y vivimos enfermos y creemos que estamos sanos. Y vivimos atrayendo ilusionistas que inundan la malbaratada fe que queremos tener, porque el verdadero miedo está en encontrar nuestra muy intensa luz blanca interna que construye altares a nuestro paso cuando se encuentra el núcleo de la convicción para sembrarlo.

Apoyarnos en los otros y en ese juego de desvivir, de regresar una y otra vez a esa palabra que se asienta en casi todas las acciones humanas, a veces hasta en las pequeñas y débiles, parece ser el ejercicio rutinario de los siglos. Ya no por ignorancia pero si por costumbre, por esa educación temible que seca la boca y roba la creatividad a nuestros niños.

Porque esa palabra que es acción, como un verbo, sin serlo, viene acompañada de elementos imperativos y fugaces que tienen mucho que ver con el atrevimiento, lo que más identifica al ignorante.

Por ello estamos donde estamos porque hemos creído que somos capaces de succionar la sal del mar inventándonos un tubo de acero.

Justo de este metal está hecha aquella palabra. El que más ha traído dolor en el globo terráqueo. El que saca el ánimo de un tajo como el ilusionista que hace de la falsedad su mejor estilo. Pero no es el metal el  culpable, ni siquiera nuestra imaginación, portentosa e infatigable, es el haber hecho de esta innombrable palabra nuestro asiento y cobijo en un mundo rodeado de inexplorada belleza física y humana, por doquier.

Pero ella ha arrastrado como las cintas de un papagayo volador, con enormes roncadores sonoros,  otro conjunto de palabras innombrables  de las que se alimenta. También son las que más se usan, se escriben y se alimentan en nuestra mente con desparpajo e impudor.

Dándonos o no cuenta la cosa es igual. Nuestro armazón poligonal de piel, sangre y sueños tiene que trascender hacia su infinidad. Pájaros de viento hacia la luz.

Por todo ello, con el nuevo año, transfiguré la ociosidad que nos ha mantenido inertes, por decir menos, sin citar a otro contaminante vocablo perseguidor, para adueñarme de una plaza mucho más colorida, versátil, que se hace a sí misma como el color de los amaneceres y atardeceres que fascinan todos los días desde que el mundo, por lo menos, se encontró a sí mismo.

Llámese pacto, oferta, compromiso, responsabilidad, hallé las palabras que deshabito.

Quedaron como el maíz de cotufas que no se abrió, porque así son además esos innombrables vocablos aunque quieran lucir lustrosos en las gargantas.
¿Cómo vaciarlos, inflados como están, viviendo como reyes y reinas, en una realidad que solo pide los antónimos para vivir en la gracia y en el porvenir?
Recorran los sueños, canten, bailen; no se acuerden de los otros más que cuando estén. Brillen. Pronuncien lo claro, los transparente y lo idóneo. Sientan con el corazón.

No sacudan el mar que hay en nuestros ojos (NOTITARDE, 06/01/2013, Lectura Tangente).- 

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