domingo, 13 de enero de 2013

Marairé del ser





Marairé decidió internarse en el monte, un poco más allá de lo que acostumbraba. Sabía que el ejercicio de ese día era más que importante. No lo había determinado ella en sí, era el viento el que lo anunciaba.

Recogió unas hojas, chupó unos frutos y bebió agua del río. Fue entonces cuando recibió la transmisión con claridad.

Tres verbos se agolparon en su mente: Soy. Estoy. Tengo.

Por un momento se paralizó. Se le agitó el corazón de tal modo que tuve el deseo de devolverse.

Buscó calmarse. La nubosidad que se le formó en los ojos corrió como estampida y regresó la claridad.

Se sentó frente a un árbol pero después se puso de espalda, de manera que la fuerza del tronco le entrara por la espina dorsal.

Empezó por donde nunca lo había hecho. Saboreó Soy desde la tímida degustación de su boca. La salivación venía lenta, buscando sensaciones que ella alimentaba. Desde la nada al ser sintió una copiosa lluvia frutal, con aromas cítricos feroces que la hicieron moverse de lugar.

Volvió a su postura inicial y se concentró. Manzanas, mandarinas, texturas suaves y coloridas la llevaron a ese injerto mínimo crecido en el tiempo y las realizaciones.

De la nada al cuerpo de ser. Encontrar el norte y perderlo. Ir hacia el sur y deambularlo.

Soy vida, sueño, oportunidad; soy cuerpo, carne y sustancias intangibles. Soy errores longevos capaces de tonificar orquídeas de suave aroma porque la intensidad mata.

Soy como inicio, mar, polvo, estrella y color bien sea en el tiempo largo o en la fugacidad de lo indetenible.

Concentrada como estaba Marairé sentía que había una nube de aves muy cerca de ella pero en realidad estaban a algunos metros de distancia.

Un breve mareo le hizo saber que la tarea estaba siendo productiva puesto que la búsqueda interiorizada había entrado hacia lo profundo.

Una repercusión dulce en el paladar le hizo recordar la infancia cuando corría, se encaramaba por los árboles, iba por las playas, atraía tesoros, comía al mediodía con el sol y templaba cada nido de abejas sólo por el gusto de molestarlas.

Soy anhelo, fuego, canto, visión, encarnación del nuevo orden del universo. Transparencia, agua, por sobre todas las cosas, agua verde, azul, hosca y amarilla. Soy la renovación constante de la respiración del centro de la tierra.

Ser del soy, soy ser de la luna, de la noche, de los sueños que olfatean los buenos augurios y desplazan los vientos malos que tejen los indeseables.
Deseando todo, recibiendo lo justo.

Por la rendija de sus ojos comenzó a llorar la parte del soy que no llegó a florecer y vio que el sol se apagó o se volvió oscuro.

Recorrió la playa cuyo caracol le arrancó el mar de las manos. Vio lo que apareció y desapareció de la nada. Mares blancos aún por atraer hacia así. Nubes, voces, rostros, caras, sensaciones en un gran patio de una escuela deslucida y triste que esperaba la rara agonía de los muertos escondidos en sus sótanos para enseñar a los niños que las travesuras tenían deslices, heridas y monos roncadores en lo alto de las ramas.

Pero su tristeza se transformó cuando reconoció que nada de eso pertenecía al ser. Ese verbo sólo trae la alegría.

Fue entonces cuando el aire se puso amarillo, la luz ambarina y al abrir sus ojos percibió aromas verdes de café, los ruidos del chocolate tropezando su boca, dando aliento al anverso de su cuerpo, que había bajado el ánimo, la había agachado un poco.

Con la fuerza de toda esa esencia nacida de la tierra evocó lo que acababa de vivir. Miró a lo lejos el cielo que lucía despejado. Con un poquito de mayor profundidad miraría las estrellas que invariablemente están ahí y que necesitan de la oscuridad para observarse.

Soy noche, sortilegio de sombras, mil voces del verbo que se hace en cuerpo y alma.

Los recuerdos ya no lo eran. Los recortes del pasado se habían sumergido en brillos de luz.

El refugio de la nostalgia ya no era y la razón de todo su ejercicio estaba escrita en presente.

Marairé sopló hacia el viento. Era apenas el comienzo. Ni siquiera había podido rozar el resto de la tarea añadida.

Día, tarde o noche ya el tiempo no vacilaba ante sí.

Había comenzado y apenas se advierte el giro del universo (NOTITARDE, 13/01/2013, LECTURA TANGENTE).- 

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