domingo, 20 de enero de 2013

Marairé y la red de fuego




Marairé miró la necesaria oscuridad que hace brillar las estrellas y se colocó en la posición que más le gustaba. Ahora podía verlas a todas juntas y construir nuevos sortilegios en la noche. Era verdad que podían tejerse animales guiando apenas la punta del dedo índice pero allí había mucho más.
Continuaba en el primer ejercicio. Ser. No podía pasar todavía al estar y mucho menos al tengo. Estaba hipnotizada, lo sabía, con esa primera posibilidad que respiraba salitre de fuego.

El salitre, ola de aire ligera, que impregna todo a su paso, tenía que ver con el ser o por lo menos así lo sentían los huesos y la piel de Marairé cada vez que se estremecía.

El latido de la noche, silente, casi desquiciante en los momentos que la paz no acompañaba el corazón, estaba causando una extraña sensación en sus piernas.

Cambió de posición y miró hacia el sur. Como rubí y esmeralda brillaba la estrella cruzada que anunciaba destellos, interpretaciones sutiles, arcos de vida multiplicándose, pronunciando las palabras más exactas que hay que decir para alumbrar el porvenir.

El ser nace mucho más allá pero para ella era vaga esa idea. Si el universo lo crea a través de sus luces y sus partículas la materialización del ser es un milagro cósmico.

La conclusión no era nueva aunque las dimensiones enormes de su grandeza aún no han sido entendidas porque nada más bastaba mirar alrededor para ver su fuerza intensa y también su debilidad deshonrosa.

Gravitó Marairé por el conjunto de piezas intrincadas y como no pudo sonreír ante una sudoración manifiesta de desagrado, volvió a concentrarse en las estrellas que ahora iluminaban la pequeña fuente de agua que tenía muy cerca de su patio, a un lado, cerca de la puerta, entrada y salida, a la vez.

Pero del universo fue trasladado el ser por agua. Del agua. Desde la lluvia. Desde un elemento demasiado generoso, portentoso y cristalino. Que contiene su propia inteligencia. Sus sabores divididos, salado o dulce, y a la vez siempre juntos, equilibrados. Mar, río siempre juntos y llegando a todas partes a través de las orillas que tienen la inmensa tarea de sacar lo que les perturba.

Al ver el cielo encontró que todas las aguas están unidas y que inclusive la mayoría de los lagos tienen fondos transmisores de corrientes secretas para nosotros que no hemos sabido ni siquiera interpretar el mensaje de la luz de una sola estrella.

Escuchar su voz-canto etérea era la ambición más breve que tenía Marairé aquella noche que seguía en su tarea sobre el Ser.

Y si el mar era el principio del ser y soplaba aliento salitre sin detenerse, con la constancia del ritmo dictado desde el cielo, el hálito como bien lo había intuido ella era de fuego, elemento que estaba escondido como tantas cosas que pasaban imperceptibles ante los limitados sentidos.

Pensando cómo estaba no se percató que había un gato muy cerca de ella buscando cariño. Se le acercó como suelen hacerlo, con sutileza, paso lento, mirando con ojos de auténtico conocedor, con un maullido primoroso, nada que ver con los alaridos de celo.

Atenta como estaba a todos los acontecimientos de esa noche de búsqueda supo que el gato le traía algo del sonido del espacio, de las estrellas, del universo y la búsqueda, la entrega,  la misma: las caricias del amor. La red del fuego, la misma que la mar trenzaba por todo el planeta sin detenerse a descansar.

Ser. Reconocer. Dar y dar sin parar.

El gato corrió satisfecho a atrapar una presa y Marairé sonrió para sus adentros.

Tan simple.

Ser, sin los aditivos que no se encuentran y que se fabrican a lo largo de las frustraciones que buscan en la vida, perecerse.

Ser contiguo, continuo, marino.

Ser amplio, merecedor de dicha, de la fuerza del fuego, del amor. Ser para alimentar, para crecer, para imaginar, para crear, para explorar los mensajes sin más interferencias que la paz de su espíritu.

Ser energía, latente, brioso, volador y arquero del tiempo.

Las estrellas continuaban su viaje en el firmamento. Se le había encalambrado una pierna. Estaba buscando sonidos y esencias pero el mismo camino la puso a acariciar a un felino.

No se veían mimos en el cosmos porque tal vez los humanos eramos la creación de ello.

Ser tacto, placer y misericordia.

Supo Marairé entonces que por mucho había que regresar a esa primera tarea (notitarde, 20/01/2013, LECTURA TANGENTE).- 

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