domingo, 25 de enero de 2015

Vestido de fiesta

Llegamos ese día tarde a la oficina por diversas razones pero la jefa seguramente a esa hora estaría trotando por lo que no había que preocuparse mucho.

El olor del café se empezaba a propagar por todos los rincones cuando llegó Leo ataviado con su mejor pinta. Un esmoquin perfectamente entallado, gemelos en la camisa blanca y unos zapatos con el brillo de la ocasión.

Todas las mujeres volteamos y él soltó la gran carcajada:

-      No tenía qué más ponerme. Tengo toda mi ropa sucia. No consigo detergente. Esto era lo único limpio.

Sentimos el suspiro de Enriqueta y vimos a Josefina con una mueca que no supimos muy bien interpretar. ¿El café tenía muy poco azúcar? Al contrario, tenía de más. Seguramente le dolían las articulaciones después de la achikungunya.

Cuando llegó nuestra jefa y vio que tenía un modelo sentado frente a una de las computadoras pasó del rostro cargado de preocupación por no saber quién estaba sentado en el puesto de Leonardo al de sorpresa y admiración porque jamás hubiese pensado que ese muchacho sencillo con un cambio de look podía verse, repentinamente, tan apuesto.

-      Si yo fuera tu me vestiría siempre así…

-      Ay jefa, no me pida eso… Usted no sabe todo lo que he vivido para poder llegar hasta la oficina. Todo lo que me han dicho en la calle, por donde vivo, en el autobusete… No hay quién no se haya metido conmigo.

-      ¿Y te viniste en por puesto?

Leo calló. Y Sabía muy bien que no podía decirle nada del sueldo. Era cuchillo pa’ su garganta. Por eso optó por levantarse, ir a buscar un café aunque ya supiera que estaba empalagoso y acomodarse los gemelos que no quería perder por nada.

Xiomara llegó demasiado retrasada y notó que Josefina estaba más amargada que de costumbre. Todos más o menos se sabían los problemas aunque todos más o menos desconocieran sus dichas. Por eso se concentró en lo mucho que tenía por hacer no sin antes saborear el café al que todo el mundo criticó por dulce.

-      Josefina...  ¿qué te pasó hoy que hiciste ese café tan dulce?

Justo en ese momento ella estaba estirando los brazos de un lado para otro intenta crear aire para sacar el piso y reaccionó echando al piso un pedazo plástico que le servía de abanico.

-      ¿Y te vas a quejar porque está dulce?, le espetó a Enriqueta.

-      Hice una cola de dos horas donde el chino para traer un kilo de azúcar y ahora te vas a quejar… tu si eres brava chica.

Deisy le hizo un gesto señalando a la oficina para que se percatara que estaba la jefa. Pero Josefina no era una mujer a la que se podía mandar a callar así no más… Sin embargo siguió rezongando aunque bajó la voz. No se sentía muy bien… Lo dolores en las articulaciones habían regresado y se le habían hinchado los tobillos.

Era verdad que le había puesto azúcar de más aunque a ella no le hiciera demasiado bien porque tenía un pequeño principio de diabetes. Era verdad que estaba más atravesada que la papelera que todos tenían que mover para poder llegar hasta el filtro del agua; era verdad que no veía la hora de irse para su casa y descansar, pensaba Josefina mientras miraba a Leo, tan puesto que se veía el flacucho vestido de fiesta, como para llevárselo a esa discoteca a la que ella iba cada vez que podía para olvidarse de tanta cosa en la que no quería pensar.

Se rió para sus adentros cuando vio que la jefa lo miraba de reojo. Ella pensaba que con una camisa de color intenso se vería mejor pero entendía que las blancas eran las clásicas.

Y, mientras, Leo cada vez que podía se palpaba los gemelos a ver si se encontraban en su lugar ella iba entendiendo que realmente lo que quería era salir a bailar, beber cervezas y disfrutar.

-      Jefa… me acaban de llamar que están vendiendo café donde los chinos, dijo Josefina con mejor disposición…

-      ¿No hiciste esa cola la semana pasada? ¿Se acabó? ¿Ya se bebieron todo el café? ¿Y por qué le echaste tanto azúcar? Está  intomable…

Josefina no contestó. Volvió a agarrar el plástico y se dispuso a terminar de limpiar. Al rato se acercó a la jefa y le dijo que Leonardo le provocaba ir a bonchar que esa pinta era que él cargaba alucinógena.

-      ¿Alucinógena?, preguntó la jefa.

Ella le dijo que sí asentando con la cabeza. Leo avizoraba hacia el escritorio de la jefa que lo estaba mirando más raro que nunca. Josefina supo entonces que no era ella precisamente la que esa noche iba a salir a bailar



domingo, 18 de enero de 2015

Tepuy por bandera



En tres películas venezolanas del año 2014 observamos en papel casi protagónico el paisaje venezolano. En La distancia más larga, Libertador y Liz en septiembre estuvo marcando la ruta de los personajes haciendo que ellos cobraran fuerza o vulnerabilidad.

En la primera de ellas la superficie geográfica cobra mayor dimensión puesto que la Gran Sabana viene siendo una tierra tan entrañable en si misma que llega a transformar esa compenetración interior con la vida. Tierra antigua y a la vez joven cargada de ríos,  fuerte, delicada, sencilla y compleja; tan enorme el Roraima, que empequeñece; es horizonte para contemplar y deshacernos del caos que podemos llevar dentro. No fue de extrañar que la protagonista, Martina, la escogiera como el lugar para despedirse de esta dimensión espiritual.

Por su parte Libertador muestra muy a conciencia espacios llenos de atracción cinematográfica como la misma Gran Sabana, parte de los Andes llenos de nieve y los llanos para vaciar distancia, desmesura, sueños, contradicciones de un hombre rebelde a sus circunstancias, inspirado en unos principios innegociables; separado de sus coterráneos ante la muy humana traición; por lo que la expansión entre hombre y paisaje tiene que ver justo con la ambivalencia y el costo de los sueños. Con la sombra de los errores y los muertos  tejiendo las alucinaciones en los caminos mermados en la ilusión del porvenir.

Liz en septiembre fue filmada en Morrocoy y el mar es héroe ante la necesidad de encontrar la energía vital que permita reconciliarse con la existencia cuando la salud merma y requiere del esfuerzo poderoso de conectarse con el yo y el universo.

Curiosamente, tanto en La distancia más larga como en Liz en septiembre las protagonistas elijen la forma de vivir sus últimas horas. En las tres cintas la muerte es el claro principio para contar.

También el caos está en la primera parte de La distancia más larga. La Caracas violenta cobra la vida de un personaje que trastoca el destino del resto para confluir en la necesidad de la reconciliación espiritual que busca alcanzarse frente a los tepuyes, con su lenguaje de transparencia y serenidad.

Justo esa anarquía, nada cinematográfica, es la que constituye el paisaje del venezolano de hoy en día. Si bien es cierto que la naturaleza sigue estando allí, con sus aguas, sus olas, su nieve, sus morichales y toda la frescura que ella emana, por la gracia de Dios, si así quieren llamarla, poco de ella se puede disfrutar, ante la crudeza de colas para encontrar alimentos e implementos básicos de esta forma (moderna) de subsistencia.

Gente que pareciera batirse en un duelo contra la necesidad o hacia la angustia que carga en su interior, deshaciendo su energía vital para encontrar la harina para hacer la arepa, el papel toalé que requiere porque si, los pañales desechables para sus hijos pequeños. Porque tampoco pueden usar los de tela porque en caso de improvisarse no hay siquiera detergente para lavarlos.

Y en esos lugares llenos de gente, con lluvia o con sol, se enturbia el aire porque se reconoce que no es justo (de justicia) que se amenace tanto potencial humano, tanta belleza de ser, en ese desperdicio que es una fila larga (larguísima)  porque no se han sabido administrar recursos; por escribir algo bien simple.

El alma de una mujer cargada con un niño bajo el sol, con un paraguas o un pañito para protegerse de esa (de) solación, tiene que albergar una oscurana. Debe tener un paisaje muy distinto al que puebla en la tierra venezolana. No debe tener un tepuy por bandera en su corazón, aunque sus ancestros así se lo hayan dictado a sus genes. No debe tener serenidad en su sudor. Su aliento obligado a estar oxidado.

Ese paisaje atropellado además se combina con esos brotes de exasperación, empujones, vocería, groserías, amenazas, malas voluntades, cuchillazos (con heridos y hasta muertos) y el conjunto de pensamiento enrevesados, no revelados, en buena mayoría sombríos, logrando crear una atmosfera que en ciertos momentos atenta al miedo de nuevamente caer en las trampas del pasado y del futuro.

Nuestros hermosos paisajes que son motivo para destacar a Venezuela en los escenarios mundiales ahora que se están haciendo buena cantidad de películas no están siendo vendidos en su mejor momento. Eso ya conlleva una perdida frente a ese esfuerzo creativo de sus realizadores.


Ojalá el efecto de nuestros muy pintorescos lugares permita reposar nuestros sentidos. Para ello se tendrá que tomar un respiro y un viaje (desde nuestro interior) hacia esa placidez que revelan los horizontes, por suerte, diariamente (Notitarde, 18/01/2015, Lectura Tangente).- 

http://www.notitarde.com/Lectura-Tangente/Tepuy-por-bandera/2015/01/18/485648

domingo, 11 de enero de 2015

Pirarucús



Ese afán por globalizar la aldea que se cimbra cada vez que se pretende vincularla a los múltiples hechos que la acontecen revela que esa palabra siempre ha estado más vinculada a la exactitud de unos pocos que a la distorsión de mayorías. Toda aldea es un lugar remoto sin jurisdicción propia y cuando le acuñan el término globalización le están impregnando una categoría que le queda grande. Todavía.

Sin embargo,  las noticias envuelven con la vinculante condición de hacernos creer que justo debemos preocuparnos por lo que se transmite, aún cuando, en primera instancia, se sabe,  no hay nada falaz en ello. Por el contrario, ese derecho a ese bien universal que es la información, es el principal motivo porque exista hoy por hoy en el mundo una lucha que se libra con tintas muy disimiles entre sí: la sangre humana y la que se utiliza para escribir e imprimir. Lo cual indica que la comunicación  es vital, aún cuando quede mucho por hacer.

Al observar las escenas de todo lo acontecido con la revista semanal Charlie Hebdo, en pleno corazón de París, ese vuelco informativo de todas y cada una de las cadenas de televisión, los medios impresos y las muy rápidas redes sociales (que conllevan menospreciada irresponsabilidad) se hacen eco de ese deseo porque atrapen los culpables de una acción cruel, desproporcionada e injustificable, por usar un trío de epítetos ante lo sucedido.

La garantía de que eso sucediera era cuestión de horas. Así ha sido porque también se trataba de un país organizado y aunque todas las conjeturas posteriores a ese hecho rebelen fallas en la protección a esa sala de redacción amenazada de muerte, Europa, no así el resto de los Continentes, actúa eficazmente contra el fanatismo. 

El poder de las ideas demuestra su fortaleza y su vulnerabilidad. El ser humano, una vez más, su indefensión ante el fundamentalismo religioso.

La aldea, que apenas despierta ante su globalización forzada después del Día de Reyes, se involucra ante los acontecimientos, emite opiniones y también genera reacciones  esperadas, desesperadas y las nunca bien recibidas como las del efecto dominó que puede atrapar a los radicales del lado opuesto.

Pero más que llamar a la venganza se han escuchado voces hacia la solidaridad y la palabra que más se ha mencionado tanto en los medios como en las personas entrevistadas o portadoras de breves pancartas ha sido la libertad. Por ella muere el director de este magazine,  Stephane Charbonnier, decidido a defenderla con la convicción de que el talento de la libertad radica en la luz pétrea que irradia, esplendorosa para la mayoría, insoportable para los enfermos de Alma.

En Latinoamérica hemos visto recientemente la persecución a caricaturistas y en nuestro país, el recién finalizado año, fue testigo de la persecución que sufrieron porque el Poder (el de ayer pero sobre todo el de hoy) no admite criticas inteligentes, valientes y visualmente atractivas como las que estos artistas producen. Justo allí es cuando vuelve a salir esa gloriosa fuente de la libertad que no admite cuerdas gordas ni delgaditas. La libertad nace para expandirse  y el único corsé que admite es el respeto.

Libertad sin respeto es una ineficaz combinación, desconocida para una parte de la humanidad, sobre todo aquella que intenta, siendo minoría, hacernos creer que el mundo debe girar bajo la tropelía del Ego y sus tan raras y multifacéticas combinaciones que la van convirtiendo en un monstruo de inmensas proporciones, sin embargo tan fácil de derribar, que aún no somos capaces de verlo.

Los seres humanos somos mejores que esa consecuencia ocurrida en Francia. Con todas los desvaríos ocurridos en nuestra Venezuela, salvando las distancias, claro está.

Mejores que el ver en repetidas ocasiones más noticias vergonzosas que enaltecedoras. Mejores que el fanatismo, el extremismo y las borrascas de venganza que pululan en casi mayoría de películas occidentales para después preguntarnos por qué se calienta el corazón ante los hechos que calificamos de injustos.

Frente a esos seres humanos preparados para matar y allí hay que incluir a los militares que preparan para “defender” naciones e ideas políticas de bandos, no importa cuáles sean,  valdría preguntarse si los seres humanos que conformamos la otra parte, la buena parte de todo esa aldea llamada, ahora, global, sin serlo, estamos interpretando bien los acontecimientos.

Me atrevería a decir que no pensando en que con tantos años de civilización no hemos avanzado mucho en cuanto a las cosas realmente importantes como convertirnos en mejores individuos por y con la convicción de que ya lo somos.

Vivimos como pescando pirarucús, esos pescados gigantes de la Amazonia, que requieren de un esfuerzo para extraerlos, no tan magnánimo, y del que se aprovecha su generosa carne blanca casi sin espinas y todas sus partes que permiten crear instrumentos como abalorios, limas o rayadores de frutas. Es decir, aprovechándonos de lo cercano, de lo fácil y dejando pasar las cosas que nos vemos imposibilitados de arreglar. Que requieren esfuerzo y afirmativamente, una vez más, si  tienen solución (Notitarde, 11/01/2015, Lectura Tangente, imagen: sobreconceptos.com).- 

domingo, 4 de enero de 2015

Clave


Si tuviera en estos momentos razones para estar cansada quizás no hiciera otra cosa que derrumbar todas mis energías viendo casi todos los canales de televisión que brindan tan poca cosa y fingen ofrecer tanto, para luego dedicarme a las pocas tareas que casi ningún día quiero hacer, reunidas en la rutina, en la cotidianidad y en las innegables consecuencias de la vida efímera.

Pero cómo puede el cansancio abrumar cuando hay tanto por hacer. Justo después de lo anterior expresado uno recuerda que aunque falten diez, veinte, treinta, cuarenta y hasta setenta años más, la vida es sencillamente corta, porque a cada nuevo día se va sumando la sabiduría que contribuye a lo que no se debe repetir y como dulce regalo, lo que no se viviría de igual manera, con la sorpresa de entenderlo, muy para adentro, casi en clave Morse, porque por más que se lo quieras transmitir a los otros, estos poco entenderán lo que quieres decir y  esperarán  las muy suyas lógicas y necesarias secuelas.

Para activarse frente a la vida o continuar con la marea vital que permite cumplir con todos los ciclos no hay que estar siquiera informado de lo que dicen los medios que ocurre con la realidad porque todos sabemos que ninguno podría resumir siquiera un día en la vida de cualquier ser humano por más rico, pobre, famoso, desconocido, filántropo o necesitado, sea.

Los matices, las resplandecientes luces, oscuridades, y los tonos que van desmollejando la gama de colores, pasando por los incólumes grises, jamás podrán mostrarse en un aparato que intenta reunir noticias en ese negocio más que son los medios, ahora un poco desordenados y sin saber cómo obtener controles y primacías, frente a la voracidad de transmitir que tienen las nuevas redes, y la misma necesidad sembrada por ellos mismos de hacerse y crear falsos protagonistas por doquier.

El ánimo e impulso, desprovisto de lo material, tiene ese camino claro de obtener todo lo que deseamos. No hace falta más nada si queremos pensar en forma radical o para suavizar la premisa, hace falta muy poco, después de otorgarle al dinamismo la dirección correcta.

La pureza que se obtiene al nacer, desprovistos de las unidades culturales que van cargando y ensuciando innecesariamente nuestras energías, que alrededor de los treinta y buena parte de los cuarenta años, hacen las peores jugadas a los seres humanos, empieza nuevamente a desmelenarse a los cincuenta, para ir tomando la lucidez que con salud física e interior puede declararse.

Pero la civilización, atorada, necesitada de la rapidez de una subsistencia absurda, entiende que los jóvenes tienen la energía pero no el poder, por lo que la segunda empieza a contaminar a la primera, y por ello percibimos a los que ahora tienen en sus manos romper con la decrepitud de tantos años, un envoltorio de hojas de hallaca rancias que los cubre, ya casi sin más nada que hacer, que dejarse llevar por la decadencia de los sistemas pervertidos a los que ellos estaban llamados a transformar, no solo en teoría sino en contundente practica.

¿Cómo inyectar optimismo? ¿Animo de vida? ¿Ganas por hacer?

Nada más desaprovechador que ir por la vida con el hambre de vivirla al día al día siguiente, esperando que ocurra lo que no somos capaces de producir.

Igual que el que anda deprimido teniendo tantas, casi infinitas posibilidades, de hacer.

Días altos y por supuesto, días bajos, existen. Lo mágico es que aprendemos de ambos y dicen los escépticos que hasta de los segundos mucho más. Pero es evidente que los parámetros también existen para ser cambiados y la clave para toda transformación justo está allí.

Queremos soluciones sin entender las dinámicas de los tiempos, permitiéndonos entrar en rumores inaccesibles, de los que no entenderemos jamás sus orígenes, para después asombrarnos que fuimos arrastrados por mentiras o intereses de los que ni siquiera podíamos sospechar. Queremos pasar por  listos y la buena mayoría de las veces somos incautos. Y así con todas las cosas que observemos. Pero es fácil dejar de profundizar en ello cuando a cada rato repetimos que no hay tiempo y saltamos de una cosa a otra, sin sacar cuentas del grotesco porcentaje hacia la banalidad que permiten los instrumentos en nuestras manos que desafían perfecciones tecnológicas frente a nuestros incoherentes comportamientos.

Todo amanecer, un comienzo. Todo anochecer, un remanso. Toda la continuidad del sol, una oración. Toda la luna un sortilegio para calmar esas ansias que cubren de ceguera, sordera y sensaciones: la breve pero alta manifestación de pertenecer, desde ya, a un mundo mejor y muy, pero muy, posible (Notitarde, 04/01/2015, foto; mundotenidodepaz.wordpress.com ).-