domingo, 4 de enero de 2015

Clave


Si tuviera en estos momentos razones para estar cansada quizás no hiciera otra cosa que derrumbar todas mis energías viendo casi todos los canales de televisión que brindan tan poca cosa y fingen ofrecer tanto, para luego dedicarme a las pocas tareas que casi ningún día quiero hacer, reunidas en la rutina, en la cotidianidad y en las innegables consecuencias de la vida efímera.

Pero cómo puede el cansancio abrumar cuando hay tanto por hacer. Justo después de lo anterior expresado uno recuerda que aunque falten diez, veinte, treinta, cuarenta y hasta setenta años más, la vida es sencillamente corta, porque a cada nuevo día se va sumando la sabiduría que contribuye a lo que no se debe repetir y como dulce regalo, lo que no se viviría de igual manera, con la sorpresa de entenderlo, muy para adentro, casi en clave Morse, porque por más que se lo quieras transmitir a los otros, estos poco entenderán lo que quieres decir y  esperarán  las muy suyas lógicas y necesarias secuelas.

Para activarse frente a la vida o continuar con la marea vital que permite cumplir con todos los ciclos no hay que estar siquiera informado de lo que dicen los medios que ocurre con la realidad porque todos sabemos que ninguno podría resumir siquiera un día en la vida de cualquier ser humano por más rico, pobre, famoso, desconocido, filántropo o necesitado, sea.

Los matices, las resplandecientes luces, oscuridades, y los tonos que van desmollejando la gama de colores, pasando por los incólumes grises, jamás podrán mostrarse en un aparato que intenta reunir noticias en ese negocio más que son los medios, ahora un poco desordenados y sin saber cómo obtener controles y primacías, frente a la voracidad de transmitir que tienen las nuevas redes, y la misma necesidad sembrada por ellos mismos de hacerse y crear falsos protagonistas por doquier.

El ánimo e impulso, desprovisto de lo material, tiene ese camino claro de obtener todo lo que deseamos. No hace falta más nada si queremos pensar en forma radical o para suavizar la premisa, hace falta muy poco, después de otorgarle al dinamismo la dirección correcta.

La pureza que se obtiene al nacer, desprovistos de las unidades culturales que van cargando y ensuciando innecesariamente nuestras energías, que alrededor de los treinta y buena parte de los cuarenta años, hacen las peores jugadas a los seres humanos, empieza nuevamente a desmelenarse a los cincuenta, para ir tomando la lucidez que con salud física e interior puede declararse.

Pero la civilización, atorada, necesitada de la rapidez de una subsistencia absurda, entiende que los jóvenes tienen la energía pero no el poder, por lo que la segunda empieza a contaminar a la primera, y por ello percibimos a los que ahora tienen en sus manos romper con la decrepitud de tantos años, un envoltorio de hojas de hallaca rancias que los cubre, ya casi sin más nada que hacer, que dejarse llevar por la decadencia de los sistemas pervertidos a los que ellos estaban llamados a transformar, no solo en teoría sino en contundente practica.

¿Cómo inyectar optimismo? ¿Animo de vida? ¿Ganas por hacer?

Nada más desaprovechador que ir por la vida con el hambre de vivirla al día al día siguiente, esperando que ocurra lo que no somos capaces de producir.

Igual que el que anda deprimido teniendo tantas, casi infinitas posibilidades, de hacer.

Días altos y por supuesto, días bajos, existen. Lo mágico es que aprendemos de ambos y dicen los escépticos que hasta de los segundos mucho más. Pero es evidente que los parámetros también existen para ser cambiados y la clave para toda transformación justo está allí.

Queremos soluciones sin entender las dinámicas de los tiempos, permitiéndonos entrar en rumores inaccesibles, de los que no entenderemos jamás sus orígenes, para después asombrarnos que fuimos arrastrados por mentiras o intereses de los que ni siquiera podíamos sospechar. Queremos pasar por  listos y la buena mayoría de las veces somos incautos. Y así con todas las cosas que observemos. Pero es fácil dejar de profundizar en ello cuando a cada rato repetimos que no hay tiempo y saltamos de una cosa a otra, sin sacar cuentas del grotesco porcentaje hacia la banalidad que permiten los instrumentos en nuestras manos que desafían perfecciones tecnológicas frente a nuestros incoherentes comportamientos.

Todo amanecer, un comienzo. Todo anochecer, un remanso. Toda la continuidad del sol, una oración. Toda la luna un sortilegio para calmar esas ansias que cubren de ceguera, sordera y sensaciones: la breve pero alta manifestación de pertenecer, desde ya, a un mundo mejor y muy, pero muy, posible (Notitarde, 04/01/2015, foto; mundotenidodepaz.wordpress.com ).- 






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