Llegamos ese día tarde a
la oficina por diversas razones pero la jefa seguramente a esa hora estaría
trotando por lo que no había que preocuparse mucho.
El olor del café se
empezaba a propagar por todos los rincones cuando llegó Leo ataviado con su
mejor pinta. Un esmoquin perfectamente entallado, gemelos en la camisa blanca y
unos zapatos con el brillo de la ocasión.
Todas las mujeres
volteamos y él soltó la gran carcajada:
- No
tenía qué más ponerme. Tengo toda mi ropa sucia. No consigo detergente. Esto
era lo único limpio.
Sentimos el suspiro de
Enriqueta y vimos a Josefina con una mueca que no supimos muy bien interpretar.
¿El café tenía muy poco azúcar? Al contrario, tenía de más. Seguramente le
dolían las articulaciones después de la achikungunya.
Cuando llegó nuestra jefa
y vio que tenía un modelo sentado frente a una de las computadoras pasó del
rostro cargado de preocupación por no saber quién estaba sentado en el puesto
de Leonardo al de sorpresa y admiración porque jamás hubiese pensado que ese
muchacho sencillo con un cambio de look podía verse, repentinamente, tan
apuesto.
- Si
yo fuera tu me vestiría siempre así…
- Ay
jefa, no me pida eso… Usted no sabe todo lo que he vivido para poder llegar
hasta la oficina. Todo lo que me han dicho en la calle, por donde vivo, en el
autobusete… No hay quién no se haya metido conmigo.
- ¿Y
te viniste en por puesto?
Leo calló. Y Sabía muy
bien que no podía decirle nada del sueldo. Era cuchillo pa’ su garganta. Por
eso optó por levantarse, ir a buscar un café aunque ya supiera que estaba
empalagoso y acomodarse los gemelos que no quería perder por nada.
Xiomara llegó demasiado
retrasada y notó que Josefina estaba más amargada que de costumbre. Todos más o
menos se sabían los problemas aunque todos más o menos desconocieran sus
dichas. Por eso se concentró en lo mucho que tenía por hacer no sin antes
saborear el café al que todo el mundo criticó por dulce.
- Josefina... ¿qué te pasó hoy que hiciste ese café tan
dulce?
Justo en ese momento ella
estaba estirando los brazos de un lado para otro intenta crear aire para sacar
el piso y reaccionó echando al piso un pedazo plástico que le servía de
abanico.
- ¿Y
te vas a quejar porque está dulce?, le espetó a Enriqueta.
- Hice
una cola de dos horas donde el chino para traer un kilo de azúcar y ahora te
vas a quejar… tu si eres brava chica.
Deisy le hizo un gesto
señalando a la oficina para que se percatara que estaba la jefa. Pero Josefina
no era una mujer a la que se podía mandar a callar así no más… Sin embargo siguió
rezongando aunque bajó la voz. No se sentía muy bien… Lo dolores en las
articulaciones habían regresado y se le habían hinchado los tobillos.
Era verdad que le había
puesto azúcar de más aunque a ella no le hiciera demasiado bien porque tenía un
pequeño principio de diabetes. Era verdad que estaba más atravesada que la
papelera que todos tenían que mover para poder llegar hasta el filtro del agua;
era verdad que no veía la hora de irse para su casa y descansar, pensaba
Josefina mientras miraba a Leo, tan puesto que se veía el flacucho vestido de
fiesta, como para llevárselo a esa discoteca a la que ella iba cada vez que
podía para olvidarse de tanta cosa en la que no quería pensar.
Se rió para sus adentros
cuando vio que la jefa lo miraba de reojo. Ella pensaba que con una camisa de
color intenso se vería mejor pero entendía que las blancas eran las clásicas.
Y, mientras, Leo cada vez
que podía se palpaba los gemelos a ver si se encontraban en su lugar ella iba
entendiendo que realmente lo que quería era salir a bailar, beber cervezas y
disfrutar.
- Jefa…
me acaban de llamar que están vendiendo café donde los chinos, dijo Josefina
con mejor disposición…
- ¿No
hiciste esa cola la semana pasada? ¿Se acabó? ¿Ya se bebieron todo el café? ¿Y
por qué le echaste tanto azúcar? Está intomable…
Josefina no contestó.
Volvió a agarrar el plástico y se dispuso a terminar de limpiar. Al rato se
acercó a la jefa y le dijo que Leonardo le provocaba ir a bonchar que esa pinta
era que él cargaba alucinógena.
- ¿Alucinógena?,
preguntó la jefa.
Ella le dijo que sí asentando
con la cabeza. Leo avizoraba hacia el escritorio de la jefa que lo estaba
mirando más raro que nunca. Josefina supo entonces que no era ella precisamente
la que esa noche iba a salir a bailar