martes, 31 de marzo de 2020

Rebujo



Gran Vía (1970-1984) de Antonio López
Apenas tres semanas atrás recorría el centro de Madrid en horas tempranas cuando todavía no estaba rebosada de gente en busca de comprar cualquiera de las cosas que le han vendido sobre esta ciudad. Lucía serena, algo fría, sobre todo en las calles donde los edificios tapan el sol; elegante y diáfana.

En esos intervalos los empleados de las tiendas están más amables porque tienen la energía nueva del día, acomodan detalles y ofrecen  su amabilidad, sabiendo que la rutina y el trasteo constante de clientes, se encargarán  de olvidar hasta que están trabajando.

Fueron unos días que aun en invierno se  disfrutaron con aire primaveral inusitado,  soleados y cargados de la vitalidad de ese frugal renacimiento que siempre ocurre a partir de mediados de marzo.

Un adelanto que transportaba rebujo.

Desde la profunda ignorancia de los acontecimientos de la realidad humana que en nada tiene que ver con la realidad de la vida, que apenas reconocemos; sospechábamos que iban a venir cambios en nuestra forma de vida.

Imaginar lo que está ocurriendo, realidad sobrepasando la ficción, por supuesto no podíamos adelantarlo, aunque ya habían muy serias advertencias de lo que hemos alcanzado.

Ahora Madrid está vacía, solo con algunas personas cruzándola por razones laborales de extrema necesidad y ello era impensable, por ejemplo, en el mes de enero, cuando las calles eran apretujones de personas dispuestas a devorar a la ciudad churro que le han vendido, a la ciudad ofertas verdaderas o falsas, a la ciudad liquidada, a pasión y fuego, que se desnuda en las noches; a la ciudad tablao flamenco, a la ciudad comestible de mil cientos  sabores. Ciudad de máscaras y suvenir, de posibilidades abiertas a toda hora, camuflada en empleadores que, en mayoría de casos, sacrifican a las personas, para obtener beneficios.

Al turista no le importa cuánto sudor deja un trabajador, ni su cansancio u horas de jornada. Lo que importa en su disfrute y lo que está dispuesto a pagar. En ese sentido, Madrid puede ser la ciudad más cara o la más barata, dependiendo  de la visión y los deseos.

Son muchas jornadas las que trabajan las personas y Madrid es una de las ciudades que más emplea, pero la calidad de los trabajos donde se requiere trato con el público, responsabilidad en un sinfín de tareas que someten a un sacrificio constante, revelan todo un submundo que nada tiene que ver con el brillo y el esplendor físico de esta ciudad, otrora desplomada por la guerra civil española; rastro de sangre, de horrores perpetrados que subyacen en la memoria histórica y colectiva.

Si bien el turista contiene cierta inocencia en su proceder y desenfado en su hipnosis vacacional, otra es la historia de la capital Madrid con relación a sus trabajadores.

Si hay que decirlo con palabras muy comunes y que suenan mucho por acá, España tiene una gran deuda con su clase trabajadora. Los que hemos llegado hace poco vemos con sorpresa –lo menos- la gran discriminación latente, la desprotección que existe por mas sindicatos que consten (imagino por su politización); y el total desamparo que hoy a la luz de esta cuarentena mundial, se visibiliza aún más, que en otros muchos lugares.

La clase trabajadora en España está desasistida, víctima de una explotación constante, soterrada o expuesta, da igual; en muchos casos. Un sencillo ejemplo en las calles lo podemos palpar viendo a los jóvenes de Glovo (en su mayoría extranjeros, muchos venezolanos) pedaleando bicicletas,  entregando comida o bolsas de supermercados  en este tiempo de crisis, exponiendo su salud en las ya precarias condiciones de esta labor, conocida por todos.

La pseudo protección del Estado que acaba de aprobar una cifra descomunal para atender la crisis y frenar una gran cantidad de cosas  y otras que se irán pensando sobre la marcha, porque en esta situación todos nos estamos estrenando; promueve la debilidad de un todo: tanto en lo institucional como lo público están temblando.

Cuando se observa que una nación de este llamado primer mundo actúa así con (casi en contra) su misma gente, que impera la viveza, el amiguismo, la falta de equidad para mantener medianamente satisfecho a su conglomerado productivo mayoritario; sabemos que mucha es la tarea por delante.

Llámese derecha o izquierda los gobiernos no han cuidado a la gente. Algunos habrán hecho un poquito más  pero el nervio central parece estar diseñado para que los tentáculos siempre refuercen al poderoso.

Hace poco en un juzgado de conciliación, la trabajadora despedida fue testigo de la conversación entre la funcionaria y los letrados (abogados, muy jóvenes). Ella preguntó qué cuantos trabajadores eran en esa empresa de trabajo temporal (ETT) de nombre gringo, a lo que uno de ellos inquirió si estaba preguntando por la plantilla. Afirmó que activos eran alrededor de 220 trabajadores, “despedidos ya eran 7 mil”.

No dijo si estos despidos fueron en seis meses, uno o dos años. Pero si una empresa arroja este tipo de estadísticas debería ser objeto de un estudio responsable y comprometido por el bien de la masa trabajadora. Como mínimo. 
Lo común además es este tipo de datos. Mas despedidos que beneficiados. ¿Dónde estará entonces el negocio? ¿En emplear o desemplear? ¿Por qué se permiten este tipo de acciones que no contribuyen en nada al crecimiento de España?

Pero la confección de la rutina moderna no permite profundidades. En la inmediatez no hay tiempo para verdaderas soluciones. Los sindicatos ayudan a resolver algunas situaciones de los trabajadores, pero como son tantos los casos, no pueden arbitrar en la verdadera dimensión del ejercicio, con la presión necesaria para los cambios.

Una noticia publicada a raíz del estado de alarma revela aún más la indefensión de todos: el actual gobierno de España a los más de 7 mil médicos residentes 4 que están llevando el peso de toda la labor frente al virus en los hospitales, les congelaron la posibilidad de llegar a ser especialistas (lo iban a alcanzar en el mes de mayo) para no pagarles el sueldo que les corresponde por ello. Una decisión económica, sin duda, en muy mala hora.

El sacrificio se exige a los más débiles.

Otro sector vulnerable, siempre sacrificado y con un manto de incongruencias alrededor, el de los autónomos,  se encuentra ahora, golpeado por un conjunto de decisiones generales que arrastrarán miles de casos particulares, asomando las injusticias.

Derecha e izquierda cuando tienen que deslastrar, deslastran.

Tampoco queremos señalar a los empresarios de una forma anárquica. La tarea es en conjunto, mejorando condiciones. Con sentido común, más que con ambición desmedida.

Por supuesto la intención de este escrito no es crear las enfurecidas polémicas que por aquí se destapan cuando temas económicos y sociales se discuten. No soy experta en nada. Observo. Leo. Escucho. Vivo experiencias.

Pareciese que pese al progreso y las distancias históricas esa idea tan apasionante para muchos de estar siempre arriba y los demás abajo, como los señores feudales de antaño, parece tener muchos amiguetes.


 Goreng (Iván Massagué) leyendo a Don Quijote en El Hoyo
A propósito de ello, la película El Hoyo de Galder Gaztelu-Urrutia, convincente, ruda, hilarante e impecable en su producción escarba en 230 pisos de celdas, la conciencia de la sobrevivencia. Muchos han interpretado el filme como la metáfora del capitalismo, que desde esta visión aglutina la injusta repartición que ha despertado la demencia vital, capaz de exigir con un muy alto precio, lo que les ha sido arrebatado.

Todas las medidas nacionales que tomará España se sentirán insuficientes y tardías. El tema laboral ha aflorado con mucha fuerza. Son más de 5 millones de trabajadores que se han quedado en el paro y si su situación antes era precaria y un asunto de sobrevivencia,  puede que las primeras consecuencias de toda esta paralización jugarán en contra, porque poco habrá servido esta pausa obligada, para buscar mejoras en la sempiterna tensión de esta relación.

Ojalá esta pandemia haga crecer en conciencia, para transformar la dependencia entre el empresariado y los empleados.

No toda la masa laboral en España por supuesto se mueve dentro de los denominados “contratos basura”. Otra alcanza estabilidad y el conglomerado de funcionarios goza también de ella, si bien podría aún mejorarse. Como todo.

Los que nunca vislumbramos vivir y trabajar en España y la circunstancia venezolana, en nuestro caso, como en muchos, definió el destino, siempre desde allí observamos como los estados europeos eran “devoradores”. Si bien garantizaban otras cosas que en el tercer mundo no funcionan tan bien, como la seguridad social, protección ciudadana,  atención primaria y buenos hospitales; educación.

Impuestos elevados que si bien garantizan la estructura y pilares económicos a nivel humano, revelan la  dureza y hostilidad hacia los ciudadanos.

En esta nación hemos podido observar también que los duros años de la guerra civil española y la dictadura insisten. Quizás ahora es cuando comienzan nuevas generaciones a ser capaces de romper con todo un sistema que se pensó a sí mismo en vez de la gente.

La soledad de las calles de ahora conversó durante muchos años a los nacidos en esta tierra. Todos, aunque unos con más sensibilidad que otros, han sentido esa especie de desasosiego en culturas especialmente creadas para sospechar de todos  y crear brechas separadoras.

El artista plástico hiperrealista  Antonio López ya en los años 70’ pintó la Gran Vía vacía de gente, como luce ahora, en un esfuerzo muy particular que asumió y que le llevó horas de trabajo, porque ni siquiera a muy tempranas horas del amanecer, conseguía ver ésta reconocida avenida, sin gente.

Igualmente sin personas tiene otras obras como Madrid desde las torres blancas terminada alrededor de 2012.

Aunque parezca que duerme, sabemos que esta ciudad despertará intentando emular el ritmo que le hemos impuesto. Ojalá entonces hayamos entendido, entre muchísimas cosas,  a armonizarnos con la bondad y la grandeza que sí prevalece en la vida, aunque insistamos en no darnos cuenta.

También sabemos de la nobleza y dignidad de la mayoría de los españoles. Su sensibilidad e inteligencia harán emerger mejores horas, por encima de la negligencia política que hoy se ha  evidenciado en el mundo entero, salvo minúsculas excepciones.




Madrid desde las torres blancas, Antonio López.








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