martes, 31 de marzo de 2020

Montañas (cartas de apoyo a pacientes Covid)

Serie Nos Observan, Rolando Quero. 


He subido muchas montañas. Desde que mi papá, cuando éramos pequeños, nos llevaba de excursión por esa especie de valle que rodeaba el pueblo donde habitábamos, he sentido un placer enorme conociéndolas.

Las montañas de mi infancia eran dos, muy bien diferenciadas. La que podíamos subir era de color tierra con poca vegetación, con un estrecho camino que transitábamos los visitantes, los campesinos con sus burros y mercancía a cuestas; y los pocos habitantes de una comunidad rural que había como a cuatro o cinco horas de camino, a la que nunca llegamos a conocer. Nos cansábamos antes y nos devolvíamos.

La otra montaña era inalcanzable, muy alta y muy gruesa de vegetación, de colores que se alternaban con el paso de los meses y la lluvia. Normalmente era verde azulada, colores que asocio con tesoros y misterios. Otras veces amarilla por los árboles que florecían en abril. Rosada en mayo. Roja en junio y julio.

Cuando subía esta montaña del valle de Uria tenía el paisaje detrás mío del mar Caribe y esa presencia constante era el acompañamiento perfecto en ese esfuerzo que era sudar, correr, temer el vacío del borde del camino e intentar no burlarme de mi padre, que se colocaba en la cabeza un pañuelo blanco atado por las puntas, con cuatro nudos.

Mi padre era en el fondo de si un gran comediante y las pocas veces que podía, o se lo permitía, sacaba mucho del histrionismo que guardaba dentro.

La última montaña que subí fue en la sierra de Gredos, muy cerca de Madrid, con el frío internándose en las botas, rodeada por ese océano de pinos que hacen emerger la paz del aire.

Allí comprendí también que las vacas con cencerro saben mucho más de música de lo que creemos. Durante más de dos horas estuvieron acompañándonos mientras intentábamos meditar. Al final lo que conseguimos fue reírnos con tan fuertes carcajadas a lo que ellas respondieron  intensificando el sonido, colectivamente.

Cuando se está dentro y alrededor de los cerros se perciben muchas cosas bonitas. La libertad del tiempo y del espacio. Los sentidos que despiertan con mucha más intensidad. La alegría del esfuerzo superado porque ellas suponen triunfo, cada vez que se va avanzando, paso a paso. También he sentido que son mágicas. Mucho tienen que contarnos sobre sus noches y cómo atrapan la luz de la luna entre sus fauces.

Soy Marisol. Un rayo de sol ha entrado en la habitación donde vivo. Espero te acompañe su luz también a ti en tu recuperación. ¿Mi gato? Duerme. Plácidamente.


Carta anterior: 

https://azulfortaleza.blogspot.com/2020/04/miyasaki-cartas-de-apoyo-pacientes-covid.html





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