viernes, 10 de abril de 2020

El loro (cartas de apoyo a pacientes Covid)




Juanita era una mujer recia. Tenía la piel muy lisa y del color de ciertos árboles que tienen su nombre científico pero que, entre otros nombres, los conocen como Palo de Indio. Su cabello entrecano era largo y se lo amarraba con una cola.

De joven tuvo muchas conquistas aunque fue a un solo hombre que le dedicó sus días, padre de sus hijos. Conservaba en su rostro cierto aire jovial, fresco y un rostro resabiado frente a lo desconocido.

Después de bañarse tenía el ritual de sacar la jaula del loro afuera, en el portal de la casa. Colocaba una silla y  se sentaba a recibir el frescor de la tarde, acalorada y húmeda, esperando que alguna vecina pasara para conversar.

Pronto entablaba conversaciones y ofrecía un vaso de agua o un cafecito para alargar las visitas hasta entrada la noche.

La rutina la mantenía activa. Las mismas horas, los mismos movimientos para hacer las cosas. Se levantaba, desayunaba, regaba las plantas; limpiaba la jaula, salía si tenía que comprar algo, esperaba los camiones que vendían diversas mercancías. Preparaba el almuerzo, comía; lavaba los platos y se ponía a canturrearle al loro que se sabía diversas canciones.

Por ello se sorprendió al escucharlo hablando como en murmullo. Y al acercarse a él entendió las groserías que le estaba diciendo en ese tono cómplice, bajito; como si temiera ser descubierto.

Su mente ágil supo que desde fuera del portal, sin que ella se percatara, debían estar enseñándole a su loro Ruperto esas palabras tan altisonantes.

A la caza iba entonces de los sinvergüenzas. Su loro era para coplas, villancicos y alguna estrofa romántica o ranchera. Indecencias no las toleraría.

Disimuló que estaba haciendo todo como de costumbre pero una buena palangana de agua con hielo tenía escondida, a la mano. El primer día nada logró. El segundo tampoco. Fue en el cuarto que descubrió a su nieto de 29 años, que ni siquiera entraba a saludarla, soplando en voz apagadita todo el verguero de groserías.

Como su sorpresa fue mayúscula, además del agua helada, también le tiró el perol, con tan buena puntería que un chichón en la frente se le formó, mientras Ruperto reía como loco dentro de una gran algarabía.

Soy Marisol. El día ha estado con un sol maravilloso, dando fuerzas también por tu pronta recuperación. Mi gato Chachito duerme, esponjado y feliz.


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